En la actualidad, ocurre a veces que cae en nuestras manos literatura religiosa que nos recuerda a la Ciencia Cristiana. Palabras, frases, oraciones enteras, dan una apariencia superficial semejante a la del estilo que encontramos en los escritos de la Sra. Eddy, algunos autores hasta usan alguna de su cuidadosamente pensada terminología técnica y capitalización. Estas publicaciones podrían engañar “aun a los escogidos”. Mateo 24:24. Podrían hacer creer aun a aquellos que desde hace mucho tiempo son miembros de la Iglesia de Cristo, Científico, que estas obras son publicadas por La Sociedad Editora de la Ciencia Cristiana, o, por lo menos, que éstas promulgan un mensaje semejante al de la Ciencia Cristiana según la descubrió la Sra. Eddy.
Pero esto no es siempre así, y aunque posiblemente veamos en estas publicaciones una vislumbre de inspiración y genuina actitud a la manera del Cristo, es sabio considerarlas con discernimiento. Para no ser engañados, haríamos bien en obedecer la advertencia en una de las epístolas de Juan, que dice: “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo”. 1 Juan 4:1.
Tanto para nuestra propia protección como para la de los demás es de vital importancia leer y circular solamente literatura de la Ciencia Cristiana que sea absolutamente correcta y pura. La Sra. Eddy con todo amor hace ver esto claramente a sus seguidores en uno de los Estatutos del Manual de La Iglesia Madre, el cual, obedecido, impediría que los miembros se descarriaran y que descarriaran a otros. Dice en parte: “Ningún miembro de esta Iglesia debe comprar, vender ni circular literatura sobre la Ciencia Cristiana que no declare con exactitud el Principio divino, las reglas y la demostración de la Ciencia Cristiana. Asimismo será preciso considerar definitivamente el espíritu en que el escritor haya redactado su literatura. Sus escritos deben adherirse estrictamente a la Regla de Oro, de lo contrario lo que escriba no será considerado Ciencia Cristiana”.Man., Art. VIII, Sec. 11.
Juan aconsejó a los primeros cristianos que pusieran las comunicaciones religiosas a prueba preguntando: ¿Dicen éstas que “Jesucristo ha venido en carne”? Y más adelante continúa: “En esto conocemos que permanecemos en él, [Dios,] y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu”. 1 Juan 4:2, 13. Esta prueba es igualmente apropiada hoy en día para determinar la autenticidad de la literatura que pretende arrojar luz sobre la metafísica cristiana y científica, o que toma prestadas las ideas de la Sra. Eddy sin mencionarla a ella o a la Ciencia Cristiana por sus nombres.
La enseñanza auténtica de la Ciencia Cristiana se basa en la práctica del espíritu cristiano como lo enseñó el Maestro. Jesús insistía en que él era el único designado por Dios para ser el Mostrador del camino hacia el cielo de la Verdad, y los Científicos Cristianos tienen cuidado de darle el reconocimiento y honor debidos. Tres de los seis Artículos de Fe a los cuales todos los Científicos Cristianos se adhieren lo mencionan por su nombre. Ver Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, pág. 497. Su enseñanza específica imbuye el cuerpo entero de la literatura instructiva e inspirada de la iglesia. Con la misma seguridad con que San Pablo predicó a los cristianos de su tiempo, la Ciencia Cristiana declara: “Nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo”. 1 Cor. 3:11. La Ciencia niega que hay muchos caminos diferentes que llevan a la verdad y que al final todos conducen a Dios. Afirma que el único y supremo Padre de todos, en Su gran amor, ha dado Su Hijo al mundo para que la humanidad pueda salvarse de la falsa creencia mortal y de sus pecados y penas concomitantes. La Ciencia reconoce este camino divino como el único camino.
Una parte esencial de este “camino” es la exigencia de demostrar en nuestra vida la naturaleza del Cristo, la verdadera idea de Dios, como fue ejemplificada por Jesús. El cristianismo verdadero se conoce por sus obras, y no meramente por las palabras. Debe traer obras de curación, mas su poder curativo puede ser demostrado solamente por aquellos que personalmente practican su moralidad y espiritualidad.
La curación cristiana no es un abracadabra mental, una técnica de manipulación del pensamiento que pueda ser enseñada y aprendida por cualquiera, sin tomar en cuenta su condición moral y espiritual. La preparación para la práctica de la curación cristianamente científica entraña una purificación tal de nuestro pensamiento y vida diaria que uno sabe con certeza que por lo menos en cierta medida está demostrando la consciencia pura del ser espiritual; Cristo Jesús expresó y demostró que esta consciencia pura era el único poder curativo.
La curación cristiana comprende el discernimiento de la presencia de Dios y de Su perfecta idea, el hombre inmortal, hecho a Su semejanza. Destruye las pretensiones de la creencia mortal de que el hombre es un pecador, finito, falible, que es capaz de enfermar y morir. Establece el entendimiento semejante al del Cristo, de que el hombre es sano y armonioso, uno con el Principio divino, Dios, y que manifiesta Su perfección.
El sanador cristiano debe tener la capacidad para desechar el cuadro falso que tenga de otros como mortales errados, y ver a esos individuos como verdaderas imágenes de Dios. Puede hacer esto convincentemente sólo si en cierta medida él se ha purificado a sí mismo expulsando el mal de su propia consciencia y vida, de ese modo armonizando su pensamiento, en cierto grado, con la única Mente, Dios.
El mensaje verdadero de la Ciencia Cristiana nos enseña cómo hacerlo. La Sra. Eddy escribe: “La Ciencia metafísica o divina revela el Principio y método de perfección, — cómo llegar a tener una mente que esté en armonía con Dios, en simpatía con todo lo que está bien y opuesto a todo lo que está mal, y un cuerpo gobernado por esta mente”.La Curación Cristiana, pág. 14.
Una buena pregunta, entonces, para poder determinar la autenticidad de una declaración sobre la curación espiritual científica podría ser: “¿Saca a relucir la importancia de ser semejante al Cristo, y le recalca al lector la importancia de enfrentarse a los errores en el pensamiento que niegan la presencia del Cristo, la Verdad, y eliminarlos?” Cualquier tratado sobre curación metafísica que falle en establecer este punto es engañoso — un lobo en vestidos de oveja — y contrario al metodo verdadero del Cristo.
En respuesta a la pregunta: “¿Cuál es el punto cardinal que distingue mi sistema metafísico de otros sistemas?” la Sra. Eddy escribe: “Este: que al reconocer la irrealidad de la enfermedad, el pecado y la muerte, se demuestra la totalidad de Dios”. Y añade: “Esta diferencia separa por completo mi sistema de todos los demás”.La Unidad del Bien, págs. 9–10.
La Ciencia Cristiana niega que la materia sea una causa o un efecto, manteniendo que la materia es, de hecho, la objetivación de la mente mortal. Rechaza las teorías de que el hombre es material, de que es en parte espiritual y en parte material, o de que es un mortal pecaminoso. Niega que el mal sea tan real como el bien y que la materia pueda ayudar a sanar la discordancia física. Insiste en que cada individuo demuestre la perfección impecable del ser real “despojándose del viejo hombre”, eliminando todo error del pensamiento y de la acción.
Por tanto los Científicos Cristianos, deseando sinceramente seguir a su Guía, la Sra. Eddy, tan de cerca como les sea posible al aprender y demostrar la Ciencia del Cristo, que Dios le reveló a ella, podrían preguntarse acerca de cualquier publicación que se refiera a la curación metafísica y que no proceda de una rama editorial de La Iglesia Madre: “¿Mantiene esta publicación un nivel de pureza, negándole realidad a la materia y a todo mal? ¿Se requiere que demostremos la totalidad de Dios, el bien, afrontando y probando la nada de lo opuesto a Dios?” Ellos saben por experiencia que la literatura que no iguala la medida de las verdaderas enseñanzas de la Ciencia Cristiana en este respecto no puede hacer otra cosa que descarriar al lector. Puede recordarnos la Ciencia Cristiana en algunos detalles, pero no en lo fundamental, y no puede ser adjudicada como “de Dios”.
