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Libres de vejez y decadencia

[Original en alemán]

Del número de febrero de 1982 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La Ciencia Cristiana nos imparte tiernas verdades sanadoras que traen a luz la existencia inmortal, eterna del hombre en Dios, en la Mente divina. La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “La Mente inmortal alimenta el cuerpo con frescura y belleza supernas, suministrándole bellas imágenes del pensamiento y destruyendo los sufrimientos de los sentidos, que cada día se acercan más a su propia tumba”.Ciencia y Salud, pág. 248.

La Vida es Dios, invariable y eterna, y el hombre, como imagen de Dios, coexiste con la Vida, Dios, y Le refleja. La Vida ama a su idea, el hombre, con tierno cuidado inefable, manteniéndolo por siempre en un estado de santidad, lozanía y perfección. Por consiguiente, no tenemos por qué someternos a la creencia general de que a medida que avanzan los años, surgirán dificultades inevitables para oprimirnos. Cuando, a través de la Ciencia, nos damos cuenta de que Dios es Todo-en-todo, y que el hombre — la semejanza de Dios — es puramente espiritual, el resultado es como si repentinamente se abriera el telón en un teatro oscuro, revelando una escena de gran belleza, inundada de resplandeciente luz. Aun la más pequeña vislumbre de que el hombre es espiritual y de que su perfección deriva de Dios, ilumina y sana la consciencia humana, y revela la falsedad del tal llamado hombre mortal, a quien el mundo acepta como identidad verdadera. El hombre de Dios no es un cuerpo físico sino la compuesta idea de la Mente divina, el reflejo viviente, pleno de vigor, mediante el cual la Vida manifiesta sus cualidades inmortales de bondad, justicia y sabiduría.

Este hombre está libre de envejecer y decaer porque coexiste con Dios. El hombre verdadero — nuestra identidad verdadera — es incorpóreo. No ha heredado flaquezas carnales de ninguna clase; por lo tanto, no puede sufrir de una creencia en ellas. Es animado y sostenido por las energías y cualidades inagotables del Espíritu — por la pureza, el gozo, el amor, la santidad — que continuamente lo renuevan y fortalecen, y lo mantienen sin ninguna limitación de tiempo y en perpetua utilidad.

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