Jeremías no estaba pasando un momento muy feliz. No se sentía nada de bien y su mamá estaba preocupada. Ella decidió llamar a una practicista de la Ciencia Cristiana para pedirle ayuda, y la practicista respondió que le gustaría ir a su casa para ver a Jeremías ya que el niño estaba en cama.
Cuando la practicista llegó, la mamá de Jeremías salió a hacer algunas diligencias, y la practicista se sentó a conversar con él. Le preguntó si le gustaba ir a la escuela. Él contestó que no le gustaba demasiado porque los otros niños no eran buenos con él. Antes de salir a ver a Jeremías, la practicista había orado para saber cómo podría ayudarlo, y en este momento sentía que Dios la estaba guiando para preguntarle a Jeremías qué era lo que sentía cuando lo castigaban por hacer algo mal. Con una rabia imprevisible, Jeremías explotó: “Nadie me va a castigar a mí, porque si alguien lo hace, haré lo mismo, pero mucho más fuerte”. Y levantó los puños para mostrarle cómo lo haría. En ese momento Jeremías empezó a toser mucho.
Entonces la practicista muy suavemente le preguntó si él se daba cuenta de que la gente sólo estaba tratando de ayudarlo para que las cosas le fueran mejor, y que probablemente el amor que las personas sentían por él era la razón de que quisieran corregirlo. Después de todo, la Biblia dice de Cristo Jesús que como él había “amado la justicia, y aborrecido la maldad,” Dios lo había ungido “con óleo de alegría”. Hebr. 1:9. La maldad son los malos pensamientos y acciones, y lo que a Jesús no le gustaba era precisamente la maldad, ¡y no la gente!
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