Mi gratitud por la Ciencia Cristiana es infinita. He tenido muchas pruebas de la presencia sanadora de Dios. Un día mientras nuestra hija menor nadaba cerca de la costa, se lastimó el pie con un vidrio roto. Se le limpió el pie y se vendó la herida. Pero unos días después, se quejó de que le dolía el pie. Además tenía otros síntomas, y yo, que había sido enfermera (en medicina), creía que eran similares a aquellos producidos por el tétano.
Después de enviar a Ruth a la cama, tomé mi ejemplar de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy y lo abrí al azar y leí (pág. 283): “La Mente es la fuente de todo movimiento, y no hay inercia que demore o detenga su acción perpetua y armoniosa”. Para mí, esto era un mensaje sanador de Dios. Llamé a una amiga, que es practicista de la Ciencia Cristiana, y ella me dijo que oraría por nuestra niña. También me alentó a que me apoyara en el mensaje que yo había leído en Ciencia y Salud y que supiera que “en el amor no hay temor; sino que el perfecto amor echa fuera el temor” (1 Juan 4:18). Durante toda la noche oré y reflexioné acerca de estas grandes verdades espirituales.
Temprano por la mañana fui al cuarto de mi hija y vi que acababa de despertar. Se sonrió y dijo que había dormido bastante bien, y que, aparte de un mal gusto en la boca, se sentía mejor. Pronto el mal gusto desapareció. Se levantó y desayunó; todo vestigio de rigidez había desaparecido. Al poco tiempo la herida sanó y ella quedó completamente libre. Yo me sentía muy contenta.
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