Debido a que el hombre verdadero, la expresión del bueno y único Dios, no incluye elementos conflictivos, él es puro. Cuanto más conocemos acerca de Dios y de la verdadera identidad, tanto más nos inclinamos de manera natural hacia la pureza. Podemos esperar que tanto nosotros como los demás seamos atraídos hacia lo puro, no hacia lo impuro y de mal gusto. Oseas reveló a Dios como diciendo de Su amada gente: “Yo la atraeré y la llevaré al desierto, y hablaré a su corazón”. Oseas 2:14. Puesto que es a Dios a quien le corresponde atraer, a medida que la gente adore al Dios único, estará cada vez más consciente de la atracción del bien y responderá más a esa atracción, a la pureza.
Es obvio que cuando la adoración a Dios, el Espíritu, no es lo primordial en una sociedad, las seducciones del mal tienen mayor prominencia y acción; es posible, entonces, que la atracción saludable de la pureza se mantenga oculta. Pero no para siempre. Puesto que Dios es primera, esencial y finalmente el bien único e infinito, la bondad pura, incorrupta, es la realidad del ser. Y lo verdadero y real continúa atrayendo durante todo el espectáculo que presenta la materialidad y después de terminado éste. A medida que adquiramos la comprensión espiritual de lo que Dios es, esas ocasiones en que parecemos ser atraídos momentáneamente por lo falso disminuirán y desaparecerán.
Cuanto mejor alguien comprenda que la pureza es una condición espiritual absoluta, el hecho eterno de la verdadera existencia de cada uno, tanta más moralidad expresará. Tal persona reconocerá que la pureza nunca es una posesión personal, sino más bien un reflejo del Dios todo puro, reflejo que no puede perderse.
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