Hércules, el mítico superhombre de la antigua Grecia, emprendió la gran tarea de purificar los establos de Augías; los pesebres que daban refugio a grandes rebaños de ganado, se habían descuidado durante treinta años. Cumplió su tarea desviando un río cercano para que pasara por entre los establos, y el agua corriente y limpia hizo el trabajo en un solo día.
Para purificar nuestro pensamiento de males acumulados, no necesitamos desperdiciar esfuerzos analizando psicológicamente el pasado para culpar antiguas equivocaciones por los problemas actuales. No debemos permitir que historias falaces de las observaciones del sentido físico nieguen el hecho científico de que la creación de Dios es buena.
Las aguas purificadoras del sentido espiritual barren los viejos errores de la creencia y lavan la consciencia humana, bautizándola en el Espíritu, de manera que la pureza de Dios, el Alma, pueda ser comprendida y demostrada en la curación de la humanidad. La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “La manera de extraer el error de la mente mortal es vertiendo en ella la verdad por medio de inundaciones de Amor”.Ciencia y Salud, pág. 201.
Nuestra morada mental, que es donde alabamos a Dios al expresar Sus cualidades, se mantendrá pura al inundar nuestros pensamientos con ideas espirituales. La consciencia individual que rebosa de pensamientos divinos no tiene lugar para recuerdos desdichados, temores por el futuro, debilidad de carácter, o problemas no resueltos que no tienen origen, presencia, ni lugar porque no están en la bondad de Dios ni proceden de ella. Los esfuerzos humanos basados sobre teorías sicológicas pueden levantar nubes ofuscadoras de temor y condenación. Pero la Ciencia inunda el pensamiento con las aguas vivas del Espíritu hasta que nos abrimos paso por en medio de las distorsiones del sentido material para reconocer las realidades espirituales.
Esta limpieza mental es una manera de prepararse para los puros pensamientos espirituales que nos capacitan para expresar el cielo de la armonía en nuestra existencia humana. Sin embargo, la Ciencia Cristiana nos enseña que este trabajo metafísico no es un procedimiento pasivo. Requiere un esfuerzo vigoroso y consagrado para escarbar profundamente y desarraigar echando fuera las dudas y las distracciones que quisieran mezclar el mal con el bien, la muerte con la vida, lo injusto con lo justo, en lugar de acordarle absoluta lealtad a Dios.
Cuando Cristo Jesús vio en el templo de Jerusalén que se estaba adorando al dinero y a la animalidad, expulsó enérgicamente esos males. La Sra. Eddy escribe: “Aun se necesitan las fuertes cuerdas de la demostración científica, tal como Jesús las torció y manejó, para purificar los templos de su vano tráfico en el culto mundano y hacerlos dignas moradas del Altísimo”.Ibid, pág. 142. Sus palabras pueden hacernos recordar la importancia de mantener limpios nuestros templos de la consciencia y estar dispuestos a recibir el mensaje espiritual.
El recuerdo de viejos males y padecimientos crónicos, desprecios personales y problemas no resueltos, no debieran acumularse sino que debieran encararse abiertamente cual desafíos que deben resolverse sin demora, como debieran haberse resuelto cuando se presentaron por primera vez. Las sutiles afirmaciones de que la bondad, omnipresencia y omnipotencia de Dios están ausentes debieran sacarse a la superficie y ser eliminadas aplicando estrictas verdades espirituales. Cual laboriosas amas de casa, necesitamos limpiar hasta los lugares más escondidos — nuestros pensamientos más íntimos — para dar lugar al progreso natural demostrando nuestro dominio que Dios nos ha dado sobre todo lo que sea desemejante a la bondad divina.
Las negaciones de los errores mortales, sin las afirmaciones apropiadas de las verdades espirituales correspondientes, puede que dejen un vacío mental. Nadie quiere experimentar las desastrosas consecuencias por dejar una consciencia barrida tan vacía que un mal previamente expulsado es invitado a volver en forma multiplicada (ver Lucas 11:24–26). Conceptos temporales y materiales debieran reemplazarse rápidamente con los hechos eternos espirituales del ser del hombre, como el pleno y perfecto reflejo de Dios Mismo.
Los pensamientos correctos protegen las puertas de la consciencia contra los errores mientras se abre la comprensión humana a la demostración de la pureza espiritual del hombre. La pureza es un atributo de Dios, y Él es completamente Él Mismo en todas partes y siempre. Su dominio infinito no puede manifestar elementos extraños a la naturaleza divina o incluso diferentes a ella. La pura identidad espiritual del hombre, a imagen de Dios, es la expresión perfecta de Sus atributos. No hay lugar en el hombre espiritual para ningún daño, pesar o injusticia que estén acechando en derredor cual ladrón o fantasma.
Es innecesario volver a diseñar, edificar o renovar nuestra perfecta identidad espiritual como reflejo de Dios, ya que, en realidad, siempre somos Su idea individualizada. No obstante, necesitamos reafirmar con regularidad las verdades espirituales de nuestra identidad espiritual, como la completa expresión individual del Alma, el Espíritu, identificándonos así con nuestra herencia divina de armonía y gozo. Mantendremos esta herencia en el grado en que la vivamos y procedamos de acuerdo con ella.
Un ejemplo típico de la creencia mortal intrusa es el pesar por la pérdida aparente de un querido compañero o compañera o de una posesión valiosa. Todo lo que haya sido verdadero en cuanto a la Vida divina y su manifestación infinita en cualquier momento, es verdadero ahora y siempre. Como se relata en Eclesiastés: “Aquello que fue, ya es; y lo que ha de ser, fue ya; y Dios restaura lo que pasó”. Ecl. 3:15.
Todos y todas las cosas son siempre armoniosos en el ser espiritual en el reino universal de Dios. Cuando nos liberamos de las sombras del sentido personal, podemos disfrutar las afectuosas expresiones de la naturaleza divina, las cuales están derramándose continua y directamente a todo Su linaje. Podemos renovar nuestras opiniones y recuerdos de todos bajo la luz de la Verdad divina; su justicia y misericordia jamás pueden ser limitadas, suspendidas o reemplazadas. Trabajando con la verdadera naturaleza de Dios y el hombre, podemos limpiar nuestros hogares mentales y llenarlos con la comprensión de la plenitud de la gloriosa presencia eterna de Dios.