Desde hace mucho, el sufrimiento humano ha sido un enigma para la humanidad. ¿Por qué sufre la gente? ¿Para qué? ¿Puede el sufrimiento ser superado?
La teología de la Ciencia Cristiana desafía los tradicionales conceptos religiosos y filosóficos acerca del sufrimiento. La Ciencia Cristiana por cierto que no enseña a reverenciar el sufrimiento y la miseria. Tampoco considera el sufrimiento como un resultado inevitable de la fe y la práctica religiosas, sino que sana el sufrimiento. Y esta curación libera.
No obstante, las enseñanzas morales de la Ciencia Cristiana muestran que el sufrimiento y la discordia en nuestro mundo pueden ser el resultado de nuestra falta de comprensión acerca de la verdadera relación del hombre con Dios y de nuestra falta de obediencia a la ley divina. Mary Baker Eddy ha escrito extensamente sobre el tema. En Ciencia y Salud hay más de ciento cincuenta referencias para la palabra “sufrimiento” y sus derivados. El punto central de muchas de estas declaraciones es que el pecado inevitablemente trae sufrimiento. Por tanto, al escribir sobre el progreso espiritual y sobre la verdadera necesidad que tiene la humanidad de avanzar más allá de las limitaciones y defectos de una mente orientada materialmente, la Sra. Eddy dice: “De algún modo, tarde o temprano, todos tienen que elevarse por encima de la materialidad, y a menudo el sufrimiento es el agente divino en esta elevación”.Ciencia y Salud, pág. 444.
Aun cuando no siempre pueda distinguirse claramente la clase de sufrimiento, podríamos decir que, ya sea de índole física o mental, es, por lo general, de tres clases. Una clase es la discordia que puede resultar de la ignorancia acerca de la infinita bondad de Dios; de creencias mortales generales en la enfermedad; del temor a la enfermedad o a los accidentes, etc. De esto podemos sanar mediante la oración, a medida que vamos comprendiendo la naturaleza espiritual de la realidad y nos damos cuenta de que las creencias mortales no tienen, de hecho, autoridad para gobernar al hombre o dictar las condiciones de su experiencia. Dios, el Amor divino, gobierna toda actividad, y la influencia de este Amor, cuando se comprende y se siente, anula los efectos del temor y la ignorancia.
Otra clase de sufrimiento puede ocurrir cuando el mal resiste a su propia destrucción. Cristo Jesús y los primeros mártires cristianos conocieron bien esta clase de sufrimiento. Cuando el mal atenta matar al Cristo, la Verdad, aquel que se mantiene firme en la Verdad tal vez tiene que enfrentar los esfuerzos agresivos de la serpiente para destruir a los emisarios del Cristo. La Sra. Eddy descubrió esto en su propia experiencia mediante su labor para presentar a la humanidad el inestimable Consolador divino. Nos dice: “Desde el comienzo hasta el fin, la serpiente persigue con odio a la idea espiritual”.Ibid., pág. 564.
Mas las victorias obtenidas por Cristo Jesús y sus discípulos muestran, a través de la historia, que el mal es finalmente impotente; que carece de sustancia o fundamento para apoyar sus pretensiones. El deber de todo Científico Cristiano incluye demostrar el todo poder de Dios y la impotencia del mal. No tenemos por qué temer la lucha que eleva a la humanidad.
Una tercera clase de sufrimiento es causado por un pecado determinado: el pensamiento pecaminoso o acción pecaminosa que tratarían de poner una barrera entre el hombre y Dios oponiéndose totalmente a Su voluntad. El sufrimiento inevitablemente es la consecuencia de cualquier violación o negación que conscientemente se haga del propósito divino. Esta clase de sufrimiento claramente descubre el castigo que se ha impuesto el pecado por lo que el pecado pretende ser y por lo que intenta hacer. Pero la Ciencia Cristiana también nos despierta para que percibamos la misericordia de Dios siempre disponible, y el gran gozo y liberación que obtenemos al ir venciendo progresivamente el pecado a cada paso en nuestro camino. Y cuando el pecado es superado, las bendiciones que de ello resultan se manifiestan en todo aspecto de nuestra vida. Entonces sentimos la paz incomparable que obtenemos al saber íntimamente que el Cristo, la Verdad, es nuestro Salvador.
Naturalmente que la humanidad quiere liberarse del sufrimiento. No obstante, es posible que algunos deseen la exención de todo sufrimiento sin el correspondiente deseo de arrancar de raíz todo pecado, de destruir todo vestigio de pecado o de cualquier pensamiento o acción que sea desemejante a Dios y a Su absoluta bondad. A veces hay la tendencia a indignarse ante la noción de sufrimiento, sin reparar en el hecho de que tal vez sea necesario hacer un verdadero examen de conciencia. En algunas ocasiones, en vez de considerar el sufrimiento como inmerecido, podemos humildemente recurrir a Dios y preguntarle qué es lo que necesitamos aprender.
El camino, entonces, para liberarnos del sufrimiento que nos imponemos a nosotros mismos por pecar, es dejar de pecar. Esto incluye destruir el pensamiento de pecado, el deseo de pecar, la creencia de que hay placer o beneficio en el pecado, y cualquier creencia de predisposición a pecar. A veces el esfuerzo para dejar de cometer actos pecaminosos es sólo el primer paso, aunque uno absolutamente necesario, en nuestra lucha para obtener la victoria sobre el mal y el materialismo. Algunos han visto que después de este primer paso, cuando han alcanzado cierto grado de verdadero arrepentimiento, la lucha se intensifica antes que el pecado ceda totalmente a la Verdad. Pero Dios, el Principio divino, siempre revela al corazón lo que necesita saber para sentirse satisfecho y en paz.
Algo más fundamental que un mero deseo de escapar del sufrimiento debiera haber en nuestra intención de dejar de pecar. Deseamos erradicar el pecado porque amamos a Dios, porque la humanidad necesita desesperadamente una espiritualidad más elevada, y porque la bondad normal del hombre, como expresión de Dios, siempre está anhelando resplandecer. El motivo y la disposición humilde de hacer el bien y de ser buenos, inevitablemente hallan su recompensa en el tierno cuidado del Cristo: sanando, elevando, purificando.
El ministerio de Jesús — desde la primera curación que efectuó hasta su crucifixión, resurrección y ascensión — tuvo por objeto mostrar a la humanidad el camino para salir de la oscuridad mental de la mortalidad y del materialismo, del pecado y del sufrimiento. En efecto, Jesús estuvo dispuesto a aceptar el sufrimiento de la cruz, no por su propio pecado, sino para mostrar el precio a pagar por el pecado del mundo, y luego demostrar la gran victoria y bendición que nos esperan a todos cuando las creencias de vida en la materia son finalmente destruidas por la actividad del Cristo, que expresa el amor de Dios. La resurrección de Jesús y su ascensión pusieron de manifiesto la falsedad de cualquier suposición farisaica de que Dios ha instituido el sufrimiento. Dios no ha creado el sufrimiento ni la miseria, y Él no usa éstos en contra del hombre para aplacarse a Sí mismo. El reino de Dios está libre de todo mal.
Con la promesa de un nuevo cielo y una nueva tierra descritos en el Apocalipsis, leemos: “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron”. Apoc. 21:4.
Pero el requisito continúa aplicándose directamente a cada uno de nosotros para que tomemos la cruz y demostremos diariamente esta renovación de Vida en palabra, en pensamiento, en acción. Los cristianos primitivos no ignoraron el sufrimiento. La fidelidad que expresaron a Dios y a la gran misión salvadora de Su Cristo, les dio la fortaleza y la capacidad para hacer frente a cada desafío, y para elevarse aún más. Los efectos y la inspiración que procedieron de sus triunfos individuales todavía se sienten siglos más tarde. ¡Cuáles serán los efectos de largo alcance de nuestras victorias de hoy!