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Democracia en las iglesias filiales

Del número de mayo de 1982 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Si tenemos un concepto básicamente material del gobierno de la iglesia — al mismo tiempo que tratamos de demostrar unidad espiritual a la altura de determinadas decisiones — es posible que cosechemos los frutos de nuestra falta de concordancia. Lo que se requiere es ver el gobierno de nuestra iglesia, desde el comienzo hasta el fin, a la luz de los hechos espirituales que sanan.

En el Manual de La Iglesia Madre, Mary Baker Eddy especifica que cada iglesia filial en su forma de gobierno “será netamente democrática”.Manual, Art. XXIII, Sec. 10. El sistema democrático exige que un grupo llegue a sus decisiones básicas mediante los deseos expresos de una mayoría. ¿Pero requieren las palabras de nuestra Guía un concepto materialmente orientado de ese procedimiento? ¿Atribuiremos al gobierno de la iglesia “netamente democrática” las premisas y suposiciones basadas en la materia que están asociadas con la forma en que generalmente se usa ese tipo de gobierno en política? ¿O debemos elevar de una base material a una espiritual nuestro concepto de lo que significa “netamente democrática”?

Trabajando desde una base espiritual, veremos que todos los elementos esenciales del gobierno democrático de la iglesia proceden de la Mente única, el Espíritu, Dios — y de Sus leyes y cualidades — no de una fuente que es mortal, finita, limitada y material.

Tomemos, por ejemplo, las explicaciones dadas por Cristo Jesús de que Dios es nuestro Padre universal, a quien cada uno de nosotros puede recurrir directamente en busca de sabiduría y dirección. Esta verdad de la relación directa del hombre con Dios — y del valor que cada individuo tiene ante los ojos del Padre — es de fundamental importancia para la democracia en nuestra iglesia.

También vemos cómo brilla en las palabras y en el ejemplo del Maestro, ese espíritu cristiano tan necesario en nuestras relaciones con nuestros semejantes. Está expresado en tales mandamientos y dichos como “que os améis unos a otros”; Juan 15:17. “yo estoy entre vosotros como el que sirve”; Lucas 22:27. y “todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos”. Mateo 7:12.

De acuerdo con la enseñanza de Jesús sobre la relación directa del hombre con Dios, la Sra. Eddy señala la base espiritual de gobierno cuando escribe: “Reflejando el gobierno de Dios, el hombre se gobierna a sí mismo”.Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 125. Nuestra Guía también indica lo que esto significa en la escena humana cuando nos dice: “En realidad el hombre goza de gobierno propio sólo cuando es dirigido correctamente y gobernado por su Hacedor, la Verdad y el Amor divinos”.Ibid., pág. 106. Ella advierte que “la ley celestial se quebranta cuando se infringe el derecho individual del hombre al gobierno propio”.Ibid., pág. 447. Ella hace hincapié en la libertad de elección. Y evoca más ampliamente la esencia de la forma de gobierno “netamente democrática” en estas palabras: “La Carta Magna de la Ciencia Cristiana significa mucho, multum in parvo, — todo-en-uno y uno-en-todo. Representa los derechos inalienables y universales de los hombres. Su gobierno, esencialmente democrático, es administrado por el consenso común de los gobernados, en el cual y por el cual el hombre gobernado por su creador se gobierna a sí mismo”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, págs. 246–247.

Tales declaraciones nos hacen ver que los elementos esenciales del verdadero gobierno no son una cuestión de designios humanos, sino una manifestación de la ley espiritual. De manera que no son meramente locales o nacionales, sino universales en su aplicación. No son meramente el producto de la historia o tradición tribal, sino la expresión continua del orden divino de las cosas, en el cual todas las ideas de Dios dan libre testimonio del unificador y gobernante Principio divino, el Amor.

Sin embargo, no basta estar satisfechos con aceptar estas declaraciones revolucionarias como generalidades. Tenemos que proseguir desarraigando y reemplazando aquellas suposiciones materiales que no hayan sido todavía reconocidas, las cuales, si no las encaramos, harían tantos estragos en los asuntos de la iglesia. Por ejemplo:

• Los mortales suponen que el sistema democrático significa muchas mentalidades personales que tratan de llevar a cabo una acción unida. Pero la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) rechaza la premisa de muchas mentes. Afirma, como la base de la hermandad y el compañerismo humanos, que no hay sino un Ego o Mente infinito; y que, en verdad, esta Mente o Principio omnímodo es manifestada por todos porque es la Mente única del hombre.

• El conocimiento material sostiene que la dinámica de la controversia, el desacuerdo y el conflicto son naturales y, ciertamente, que son inherentes al sistema democrático y esenciales para el desarrollo de buenas ideas. Pero la Ciencia muestra que las soluciones correctas salen a la luz mediante la demostración, individual y colectivamente, de la dinámica de la Mente — impulsada por el Amor — que desarrolla su propia acción correcta y armonía. El desarrollo inteligente de ideas correctas constituye la experiencia verdadera del hombre.

• La gente supone que las relaciones antagónicas son normales e inevitables en un cuerpo democrático. Pero la Ciencia muestra que no existen relaciones antagónicas en la Mente que lo gobierna todo, y que tampoco son éstas necesarias para descubrir todos los aspectos de algo que es verdadero. En Ciencia y Salud la Sra. Eddy nos asegura: “Cuando los preceptos divinos son entendidos, estos desenvuelven la base de la fraternidad, en la cual una mente no está en guerra con otra, sino todas tienen un solo Espíritu, Dios, un mismo origen inteligente, de acuerdo con el mandato bíblico: ‘Tened dentro de vosotros esta Mente que estaba también en Cristo Jesús’ ”.Ciencia y Salud, pág. 276.

• La lógica material presentaría la suposición que la contienda y el desacuerdo tienden a convertir un cuerpo democrático en una arena para la acción recíproca de influencias personales destructivas, como la voluntad mortal, el carisma y la dominación. La Ciencia revela que lo normal es que el hombre exprese solamente los elementos divinos, entre ellos la voluntad del Amor, la atracción unificadora del Espíritu, la bondad de la total obediencia a Dios y la acción liberadora de la Mente. El reconocimiento de esta base espiritual nos permite depositar nuestra confianza en el modo que el Amor tiene de gobernar la iglesia y en la forma en que la Mente divina inteligentemente dispone los acontecimientos, en lugar de recurrir a la politiquería y a las maniobras humanas para resolver cuestiones prácticas.

• La sabiduría humana convencional supone que es de esperarse que el uso de técnicas de manipulación sea una característica común del sistema democrático: el uso del engaño, verdades a medias y la calumnia; la confabulación, la exaltación de sí mismo y el uso de tácticas avasalladoras (haciendo caso omiso de la minoría). Tales puntos de vista negativos hacen a uno recordar el aforismo, citado por Winston Churchill, que la democracia es la peor forma de gobierno ¡con excepción de todas las demás! Pero la Ciencia revela que sólo las cualidades de la Verdad y el Amor prevalecen en toda la acción del hombre de Dios — tales cualidades como la veracidad, la integridad, el afecto espiritual, la pureza, como también la adherencia al gobierno absoluto de la Mente divina — y que esta verdad es demostrable cuando se comprende.

• Según el punto de vista mortal, la dominación por parte de algunos con frecuencia es alentada por la pereza y pasividad de otros; pasividad que procede de la apatía, de la indiferencia, torpeza o inseguridad. La Ciencia desarraiga todas las tendencias despóticas al revelar la inseparable relación del hombre con la vivificante inteligencia divina que él refleja. Cuando esto se comprende, la apatía cede a la acción espontánea del Espíritu; la indiferencia al interés; la torpeza a la expresión correcta que el hombre refleja de la acuidad y el discernimiento espiritual de la Mente; la inseguridad al reconocimiento de la identidad que Dios le ha otorgado al hombre.

• ¿Qué decir si los miembros de la iglesia oran sinceramente sobre una decisión pero continúan teniendo desacuerdos? Aun cuando los individuos tengan puntos de vista diferentes sobre el modo de juzgar humanamente algún asunto, aún así pueden demostrar, mediante su comprensión de la única Mente o Espíritu, la unidad de espíritu que preserva el amor fraternal, la buena voluntad y el respeto mutuo. La cuestión es: ¿Cuáles elementos debemos permitir que prevalezcan en nuestros corazones, aquellos que son materialmente mentales (opiniones mortales y sentimientos emocionales) o esos que son de origen divino porque se derivan del Amor, que es puro? Si los últimos predominan en nuestros pensamientos y actitudes, ganaremos mayor humildad, receptividad, flexibilidad e intuición espiritual. Con cuánta frecuencia ocurre que la interacción de cualidades como éstas, revela una solución mucho mejor y a la cual se llega mucho más fácilmente que cualquiera otra cosa previamente considerada.

• En las organizaciones humanas surgen a veces dificultades cuando las personas hacen caso omiso o violan las reglas fundamentales debidamente adoptadas por el consenso del grupo, ya sea Robert's Rules of Order o alguna otra compilación sobre procedimientos parlamentarios. Pero la Ciencia muestra que el hombre refleja, sin desviación, la naturaleza del Principio, el Amor. El egotismo no tiene base en el Amor. La adherencia al Principio divino, el Amor, naturalmente encuentra expresión en fidelidad a la justicia, en conformidad a la ley, en un sentido de equidad e imparcialidad, y en el reconocimiento de que los derechos del hombre son sagrados, que se derivan del Principio que es imparcial y universal, y, por tanto, pertenecen a todos por igual.

• Algunas veces parece que detrás de las apariencias de un cuerpo que se supone democrático existe una estructura jerárquica, en la cual prevalece la discriminación por consideraciones de sexo, raza, edad, educación, posición social, prestigio económico, lazos culturales o historia. No obstante, en la Ciencia, la forma de gobierno “netamente democrática” de una iglesia filial, incluye el reconocimiento de que la relación del hombre con Dios es inmediata y completa en todo caso. Esta relación espiritual no puede ser viciada o nulificada por circunstancias mortales. La aceptación de estas verdades toma forma de manera natural en fraternidad humana, honradez y cortesía. También incluye el reconocimiento de derechos iguales para cada miembro de un cuerpo democrático.

No existen jerarquías en el reino de los cielos. Ni tampoco estructuras jerárquicas en ninguna parte de la Iglesia verdadera, la cual aprendemos a conocer, en la Ciencia, como basada sobre la Verdad y el Amor. Además, tales rasgos como el prejuicio y el rencor, resentimiento y actitudes discriminatorias en realidad no habitan en la consciencia del hombre, porque no existen en el reino de Dios. La unicidad del Principio, que imparcialmente incluye a todos, excluye toda posibilidad de que existan tales elementos mortales, ya sea manifiestos o latentes.

Aquellos elementos del pensamiento cuya base es espiritual, son como los ladrillos y la argamasa de nuestra iglesia. En el sentido más profundo, y en el sentido más práctico, no edificamos una iglesia con concreto y vigas de madera solamente. La edificamos primero y principalmente con cualidades semejantes a las del Cristo y con el afecto fraternal, que van desarrollándose en los corazones de los miembros. La edificamos con la curación, la curación de contiendas, malestares físicos y otras discordias.

Vista bajo la luz de la comprensión espiritual, nuestra iglesia no está confinada por fronteras de clase, raza o posición social. Ni tampoco puede ninguna supuesta barrera de tradición cultural, paralizar o limitar los puros elementos espirituales que constituyen una forma de gobierno “netamente democrática” en una iglesia filial. La Verdad que nuestra iglesia representa es para toda la humanidad; está disponible para todos los pueblos y para todo individuo que se sienta dispuesto a aceptar la disciplina de sus enseñanzas y de su práctica. La equidad, la humanidad y la justicia forman la norma de nuestra iglesia porque ésta representa la Verdad y el Amor universales.

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