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Amor de madre: un concepto espiritual

Del número de mayo de 1982 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando una madre recurre a Dios en oración para que la guíe y para que la ayude a tener un sano juicio, el papel que le toca desempeñar como consoladora y educadora presta gradualmente mayor apoyo. Encuentra que es liberador poner el bienestar de su hijo por encima de temores, afecto personal y planes personales. El que ella deposite su confianza en el Espíritu divino también libera a su hijo de los efectos del temor y abre el camino para que el afecto semejante al del Cristo produzca su efecto en ambos y los bendiga.

Esta madre no es aquella a la que se refiere la Sra. Eddy cuando escribe: “Si un niño es expuesto a contagio o infección, la madre se asusta y dice: ‘Mi hijo se va a enfermar.’ La ley de la mente mortal y el miedo de ella gobiernan al niño más de lo que la mente del niño se gobierna a sí misma, y producen así los mismos resultados que pudieran haberse evitado mediante un entendimiento opuesto. Luego se cree que a exposición al contagio produjo el mal”.Ciencia y Salud, pág. 154.

La madre que consuela a su hijo “mediante un entendimiento opuesto” — su percepción de la perfección espiritual y unidad de Dios y el hombre — comprende el poder preventivo de la Verdad divina y confía en éste. Apoya lo mejor que puede la demostración que su hijo hace de la identidad verdadera. Reconoce que esa identidad es una entidad espiritual en la creación totalmente espiritual de Dios en vez de una personalidad física sujeta a la casualidad y a los legados finitos de la carne. Pone el cuidado que le prodiga a su hijo en conformidad con la comprensión de que Dios es Principio, y obedece Sus direcciones. Por tanto, la estabilidad y el propósito de su afecto maternal se hacen invariables. Produce una influencia perdurable hacia el bien tanto en el niño como en ella.

En Ciencia y Salud, bajo el encabezamiento marginal “Afectos permanentes”, la Sra. Eddy escribe: “El cariño de una madre no puede ser enajenado de su hijo, porque el amor de madre incluye la pureza y la constancia, — ambas inmortales. Por lo tanto, el afecto materno perdura, cualesquiera que sean las dificultades”.Ibid., pág. 60.

El relato bíblico referente a la mujer sunamita es una ilustración ideal de la conducta maternal científica en una situación que parecía ser irremediable. La dificultad que debía superarse por medio de la curación era un niño sin vida. La mujer sabía que Eliseo era un varón santo de Dios, y fue a donde él estaba para pedirle que resucitara a su hijo.

A la pregunta del criado de Eliseo: “¿Te va bien a ti? ¿Le va bien a tu marido, y a tu hijo?”, la madre sunamita contestó: “Bien”. 2 Reyes 4:26. Su conducta ejemplificó la oración afirmativa del verdadero sentido maternal. Estaba expresando las cualidades inmortales de pureza y constancia que son esenciales al amor de madre.

El afecto que la madre sunamita sentía por su hijo y que la hizo declarar “Bien”, no podía ser enajenado de él a causa del temor o por afinidad con leyes físicas. Incluso la evidencia de muerte no debilitó ese afecto sostenedor. Cuando colocó a su hijo sobre la cama de Eliseo y cerró la puerta del cuarto que ella había preparado en su hogar para el profeta, la confianza que ella tenía en el poder de Dios y en las oraciones del “varón santo de Dios”, tuvo que haber sanado primero sus propios temores. Ciertamente las cualidades cristianas de pureza y constancia habían fortalecido su seguridad de que la vida del niño era indestructible y eterna antes de que llamara a Eliseo. Su inquebrantable confianza en la omnipotencia de Dios fue un modelo de fe, según está definida en el libro de Hebreos: “la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. Hebr. 11:1.

La Sra. Eddy apreciaba el apoyo que su madre, Abigail Ambrose Baker, le aportaba. La influencia sostenedora de la Sra. Baker tuvo que haber contribuido a la comprensión que la Sra. Eddy tenía de lo que es el amor maternal. Sus escritos expresan un concepto más elevado del amor de madre de lo que el mundo generalmente conoce. Sus escritos enriquecen la relación entre la madre y el hijo, liberándola de la penuria del temor y la dependencia personal.

Cuando a la Sra. Eddy le quitaron a su hijito debido a su invalidez y porque se veía obligada a depender de otras personas, experimentó las preocupaciones y ansiedades de una madre. Más tarde aprendió mediante el discernimiento espiritual que la Deidad es el Padre-Madre Dios; el tierno, siempre solícito, divinamente sostenedor Padre de todos nosotros. La conquista de un concepto limitado del amor de madre acompañó la tarea de nutrir espiritualmente a aquellos, en muchas partes del mundo, que buscaban y buscarían la Verdad mediante la revelación de la Ciencia Cristiana.

En su niñez, perturbada por algunas de las austeras enseñanzas teológicas de su tiempo, la Sra. Eddy enfermó de fiebre. Retrospectivamente, habló tiernamente sobre su madre: “Mi madre, en tanto que bañaba mis sienes ardientes, me instó a que me apoyara en el amor de Dios, lo cual me haría descansar si iba yo a Él en oración, como acostumbraba hacerlo, pidiendo que me guiara. Oré; y un claror suave de inefable alegría me inundó. La fiebre desapareció y me levanté y me vestí, en estado normal de salud. Mi madre vio esto y se alegró”.Retrospección e Introspección, pág. 13.

Durante una epidemia de influenza, una practicista de la Ciencia Cristiana fue llamada por una madre cuyo niñito había enfermado de fiebre. La madre dijo que tenía miedo de que su propio temor pudiera perjudicar a su hijo. Se refirió a la declaración de la Sra. Eddy — la primera cita de Ciencia y Salud usada en este artículo — como base para su inquietud.

La practicista le habló sobre la certeza sostenedora de la madre sunamita y le hizo notar la segunda cita de Ciencia y Salud antes mencionada. La diferencia en el comportamiento maternal y sus efectos se pudo ver claramente al comparar las dos declaraciones. Fue como colocar un palo derecho junto a uno torcido. La madre inmediatamente se sintió aliviada. Vio que la primera declaración era correctiva; le mostraba lo que no debía hacer si quería ayudar al niño. Cuando llamó a la practicista más tarde, había sanado de su temor. La madre dijo que se había dado cuenta de su papel sostenedor y había sido ayudada para ver que el Amor, no el temor, era verdadero y estaba gobernando la situación. El niñito mejoró. Por la mañana ella informó a la practicista con mucha gratitud que su hijo estaba comiendo y jugando normalmente.

Cuán consolador es para las madres saber que el afecto que refleja al Amor divino les da dominio sobre inquietudes maternales que están basadas en el temor. Las madres pueden ser fortalecidas por la afirmación bíblica de la capacidad que Dios les ha impartido para vencer a los falsos profetas de este mundo. “Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo”. 1 Juan 4:4.

Derivados del Principio y Amor divinos, y sostenidos por éstos, el afecto maternal y su influencia para bien continúan. Sostienen a la madre y al hijo, capacitando a la madre para decir “Bien”, y saber que es así.

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