Existe un remedio para el resfriado común. Esta enfermedad, tal como cualquiera otra, tiene que someterse al poder del Cristo, la Verdad. El mundo de la medicina, tras siglos de esfuerzos, todavía no ofrece una solución verdadera. La Ciencia Cristiana explica que jamás podrá encontrarse una respuesta verdadera mediante la práctica médica. Si bien un sistema basado en lo material alivia los síntomas algunas veces, la curación genuina siempre eludirá a aquellos que buscan el remedio en la materia. Aunque algunos investigadores exploran actualmente la mente humana en busca de respuestas (como es de notarse por el título de un artículo que apareció en una revista: “El resfriado común está principalmente en la mente” New Scientist, 28 de febrero de 1980.), la mayoría de la gente que sufre de resfrío todavía describiría la experiencia como un fenómeno sumamente físico.
La Ciencia divina no pretende tener una fórmula instantánea para acabar con el resfrío común. Enseña en vez, cómo, mediante una profunda regeneración espiritual, todo individuo puede aprender a desarrollar cierto grado de la inmunidad del Cristo contra toda clase de enfermedad, incluso el resfriado común. Comprender la ley de Dios de la perfección invariable lo capacitará para curar toda discordia física que aparezca, pese al nombre médico que se le dé.
La mente humana está mal dirigida (tal vez sería más exacto decir que es esencialmente perezosa) en lo que respecta a vencer resfriados. Tiende a elegir la alternativa simplista: Toma una píldora y descansa. Tal proceder en verdad no exige mucho del individuo. El método científicamente cristiano de sanar es profundamente exigente y mucho más eficaz. Es preciso un cambio de base en el pensamiento, una regeneración verdadera. El tiempo no es el factor gobernante; se requiere, en vez, despertar a la percepción de la ley divina que infaliblemente preserva la salud. Tal iluminación, o esclarecimiento puro, de la consciencia ciencia puede venir gradualmente; también puede venir instantáneamente.
El punto importante es la necesidad imperiosa que hay de adoptar una base totalmente nueva en nuestra manera de pensar. En lugar de intentar que la materia funcione más cómodamente, necesitamos admitir que el Espíritu y no la materia es la verdadera sustancia del ser. La salud proviene del Espíritu, jamás de la materia. Dios es Espíritu. Él es consciencia infinita, la única sustancia, sustancia sin enfermedad.
No es fácil, se requiere, de hecho, un inmenso sacrificio del sentido material admitir que el Espíritu, y no materia, es la fuente de toda existencia, de toda actividad, de toda salud. La humildad, unida a una convicción creciente de la totalidad de Dios, mejora todo nuestro pensamiento: el sentido espiritual sin obstrucción que recibe inspiración libremente, que tiernamente manifiesta bondad.
Recuerdo dos estados de pensamiento que me liberaron instantáneamente de un resfrío: uno fue la comprensión arrolladora de que mi verdadero motivo en la curación era alcanzar un amor más profundo hacia Dios; el otro, cuando sentí profunda gratitud por el hecho de que la Sra. Eddy puso en descubierto para el mundo la naturaleza del magnetismo animal, la nada del mal. En ambas experiencias la enfermedad se esfumó; pero lo que es todavía más importante, tuvo lugar un acontecimiento espiritualmente reconfortante y transformador. Una profunda convicción de que el Cristo transforma, esto es lo que nos capacita para elevar el pensamiento del mesmerismo de la enfermedad a la liberadora aceptación de la ley divina de salud. El poder del Cristo derrumba las frágiles sugestiones de enfermedad.
No hay secreto alguno para la curación del resfrío común; no hay una respuesta fácil, por lo menos para el obstinado sentido material. Pero en natural curar basándose en el puro sentido espiritual. No obstante, hacer la transición de una base material a una base espiritual puede ser difícil. Algunas veces es menester que escudriñemos cuidadosamente la Biblia y los escritos de la Sra. Eddy para obtener nuevas vislumbres que disolverán cualquier cosa que pudiera estar contribuyendo a un resfriado. Puede que necesitemos aumentar palpablemente nuestro discernimiento de que el Espíritu es sustancia incontaminada, la esencia de la vida y el pensamiento, pura, perpetua, perfecta; de que el hombre representa esta realidad, que la expresa.
La Sra. Eddy, no desarrolló sus enseñanzas en un vacío. Ella consecuentemente aplicaba las verdades del ser a necesidades específicas. Su capítulo “La Práctica de la Ciencia Cristiana” contiene enseñanzas sobre la aplicación de la ley de Dios y el rechazo de la llamada ley material. Al investigar las Concordancias de los escritos de la Sra. Eddy, uno muy bien podría ser guiado a estudiar cuidadosamente la manera en que ella desarrolla, desde la página 384 hasta la 386 en Ciencia y Salud, el concepto de la ley de Dios y cómo esa ley nos libera de las aprisionadoras creencias en el resfriado común. La ley del Amor divino es suprema. No es de extrañarse que el Salmista cantara: “¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación”. Salmo 119:97.
Hay momentos en que, aparte de percibir más a Dios, necesitamos rechazar más eficazmente las equivocadas pretensiones de la mente mortal. Tal vez esa llamada mente podría argüir que los cambios atmosféricos pueden afectar la salud. En ese caso, nosotros demostramos más de la atmósfera del Amor. O tal vez la naturaleza hipnótica del magnestismo animal trata de sugerir que el temor o un estado depresivo de pensamiento provoca la enfermedad. Entonces, nosotros fortalecemos nuestro reconocimiento de la alegría del Alma.
Una suposición básica del sentido material es que la comunicación tiene mucho que ver con la difusión del resfriado común. Se cree que nos lo transmitimos unos a otros como si fuera un programa para compartir el resfriado entre los miembros de la familia y entre la comunidad, y hasta ¡nacionalmente! La Sra. Eddy ofrece en Ciencia y Salud unas perspicaces vislumbres sobre el concepto de comunicación. El capítulo “La Ciencia Cristiana contra el Espiritismo” nos abre los ojos, permitiéndonos ver que la creencia errónea no puede definir al hombre como una personalidad mortal, como un espíritu personal que sirve como un medio por el cual el mal se comunica de un persona a otra. “No es la comunión entre personas, sino la ley divina, lo que comunica la verdad, la salud y la armonía a la tierra y a la humanidad”, escribe esta mujer, quien explica la falsa premisa del espiritismo y enseña cómo éste quitaría fuerzas a la comunicación verdadera. En la página siguiente nos da una base clara para rechazar como creencia cualquier supuesta capacidad que el mal pueda tener para esparcirse o repetirse por medio de la personalidad mortal: “Dios gobierna al hombre, y Dios es el único Espíritu. Cualquier otro gobierno o atracción de un supuesto espíritu es una creencia mortal, que debiera ser conocida por su fruto, — la repetición del mal”.Ciencia y Salud, págs. 72–73. Y más adelante en el capítulo escribe acerca de Cristo Jesús: “El gran Maestro conocía tanto la causa como el efecto, sabía que la verdad se comunica a sí misma, pero que nunca imparte el error”.Ibid., pág. 85.
El Espíritu divino es una influencia elevadora, una influencia sanadora y purificadora. Sus comunicaciones son sanas, saludables. El hombre, la inadulterada expresión del Espíritu, jamás sufre a causa de una supuesta ley de influencia material, de virus, de temor. Él está abrazado por la totalidad de Dios, preservado en la consciencia de salud ininterrumpida. Cuanto más aprendamos acerca de la infinitud del Espíritu, de su suprema influencia, y cuanto menos nos impresionemos con las transmisiones supuestas, sin fundamento, de la mente mortal, tanto menos frecuente será esa anticuada mentira llamada resfriado. Nos sentiremos y actuaremos más de acuerdo con la ley divina que sostiene nuestro verdadero ser, el cual es espiritual, enérgico, gozoso.
