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Yo tenía que ser lo que creía

Del número de julio de 1982 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La primera vez que conocí algo acerca de la Ciencia Cristiana fue en la escuela secundaria. La vida parecía irremediable. Acababa de ser enviado a vivir con una familia adoptiva debido al mal trato que venía recibiendo. Además de haber experimentado con drogas y de ser adicto a las anfetaminas, hacía poco que había salido de un hospital después de recuperarme de los efectos de un segundo intento de suicidio. Un amigo en la escuela que sabía de mi situación me dio un ejemplar de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. Empecé a leer el capítulo “La Oración”. Aunque en esa época no me hacía sentido por completo, era inspirador y me dio esperanzas. Mis padres adoptivos insistieron en que la Ciencia Cristiana era mala y me prohibieron leer Ciencia y Salud. Por respeto a ellos dejé de leer el libro.

Después de terminar la escuela secundaria, empecé una carrera como cantante, conseguí un empleo, y me fui a vivir solo. Sin embargo, surgieron grandes dificultades porque con frecuencia tenía ataques epilépticos, los cuales me habían atormentado desde mi niñez. Un día, una joven compañera que trabajaba en el mismo reparto en que yo estaba, mencionó la Ciencia Cristiana. Recordando la esperanza y la inspiración que una vez obtuve del libro de texto, me sentí ansioso de aprender más. Empezamos a hablar sobre la Ciencia, y al día siguiente me trajo un ejemplar de Ciencia y Salud, el libro Un siglo de curación por la Ciencia Cristiana, y otra literatura de la Ciencia Cristiana. Después de haber leído Ciencia y Salud y la Lección Bíblica En el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. durante menos de un mes, me di cuenta de que no había tenido más ataques. Además, pude ver que se había iniciado una definitiva y maravillosa transformación en mi manera de pensar. Sabía que había encontrado la verdad. Eso ocurrió hace seis años, y desde entonces no he sufrido ningún ataque.

No fue fácil vencer el uso de tabaco, alcohol y drogas. Yo prácticamente era esclavo de ellos. Pero a medida que empecé a aprender más acerca del hombre como idea de Dios, simplemente dejaron de atraerme. No fue sólo cuestión de dejar de usarlos, sino de perder totalmente el deseo de confiar en ninguno de esos medios materiales y temporales para obtener satisfacción. Estaba satisfecho con una libertad y alegría que no dependían de nada sino del amor de Dios.

Desde el momento en que dejé el hogar en que fui objeto de malos tratos cuando niño, había sentido la necesidad de luchar por mí mismo, haciendo todo lo que me pareciera necesario hacer para salir adelante, incluso mentir. Sentía que había sido tratado muy injustamente y usé esto como excusa para las muchas cosas que hice. Solía decir: “No puedo evitarlo. Ésa fue la forma en que fui educado”. Era frío y nada cariñoso. Pero mi estudio de Ciencia Cristiana me enseñó que el Amor elimina el odio y que el hombre necesariamente refleja a su Hacedor, el Amor divino. Se hizo obvio que un amor más grande y el perdón, no el odio y la venganza, era lo que se necesitaba. Esta nueva perspectiva empezó a liberarme de sentir que había sido tratado muy injustamente. Dejé de tratar de alterar el curso de los acontecimientos para favorecerme y me interesé más por comprender la verdad y ponerla en práctica. Sabía que como resultado el camino se abriría.

Esto no quiere decir que arreglar mi vida fue fácil. Requirió mucho más que el mero leer la Biblia y Ciencia y Salud, porque lo que se me exigía era que llevara a la práctica lo que esos libros decían. Al comienzo de Ciencia y Salud, la Sra. Eddy escribe: “Un libro presenta pensamientos nuevos, pero no puede hacer que éstos se entiendan rápidamente”.Ciencia y Salud, pág. vii. Esto fue (y continúa siendo) la prueba en mi estudio de la Ciencia: comprender que sus preceptos no sólo eran bellos dichos para repetir, sino verdades absolutas que tienen que ponerse en acción. Tenía que creerlas, comprenderlas, y más que todo, demostrarlas en la escuela, en el trabajo, en casa, o con mis amigos. Yo tenía que ser lo que creía, siempre.

Durante varios años me fue imposible pagar mis deudas. Dejé la universidad antes de graduarme y me puse a trabajar. Algunas veces para cumplir con mis obligaciones tenía que trabajar hasta en tres empleos a la vez. No obstante, cuanto más trabajaba menos dinero parecía tener. Después de mucho orar vi claramente que la provisión no consiste en el dinero que uno tiene en el banco, sino en la gratitud y el amor. Vi que cuanto más aprendiera uno a amar, tanto más natural sería sentirse amado. Cuando dejé de ver cuánto dinero era necesario y empecé a estar agradecido por lo que ya tenía a mi disposición, mis necesidades fueron satisfechas. Cristo Jesús dijo: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”. Mateo 6:33. El progreso vino sólo cuando comprendí verdaderamente esa verdad. Poco después me dieron una beca para ir a la Juilliard School of Music (Escuela Juilliard de Música), donde ahora estudio. Al mismo tiempo trabajo los fines de semana como superviso de vuelos en una compañía aérea internacional.

En mi carrera de música, la Ciencia Cristiana me ha enseñado mucho. La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “La manifestación de Dios a través de los mortales es como la luz que pasa por el cristal de la ventana”.Ciencia y Salud, pág. 295. El cristal de la ventana por cierto que no puede ufanarse por la luz que pasa a través de él. Nuestro trabajo es hacer que nuestros pensamientos sean una transparencia lo bastante clara como para que Dios, nuestra Mente verdadera, brille a través. En cierto sentido, el hombre es el cántico que Dios entona: individual, completo, armonioso. Esta mayor comprensión nos trae libertad y confianza.

Mi trabajo en la compañía aérea también me ha proporcionado muchas oportunidades para demostrar la unidad del hombre con Dios. Una de esas demostraciones fue la curación de una intoxicación alimenticia. Nuestro avión regresaba de América del Sur en un viaje de ocho horas de duración, cuando empecé a sentirme desesperadamente enfermo. Los síntomas eran tan alarmantes que muchos querían hacer una llamada por radio, aterrizar en el primer aeropuerto posible, o preguntar si había un médico a bordo.

Rehusé confiar en nada sino en Dios, porque era claro que lo que se me exigía era comprender mejor Su totalidad y bondad. No había duda de que esta comprensión me devolvería por completo mi libertad y fuerza. Empeoré, no obstante, y hubo momentos en que pensé que sería mejor perder el conocimiento que continuar orando. Por un momento me sentí solo y me pregunté si tal vez esta creencia era muy poderosa para yo vencerla. Pero cuando recurrí a ese versículo del Salmo noventa y uno que dice: “El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente”, Salmo 91:1. tuve la convicción de que nada tenía que temer. Durante las siguientes siete horas insistí en que Dios era Todo-en-todo, que Él era Amor y Vida, y que allí mismo yo estaba a una con Él.

Al llegar a los Estados Unidos fui examinado por un médico, conforme a las reglas vigentes en mi trabajo para casos de enfermedad durante el vuelo. Según él, yo había sufrido las consecuencias de una severa intoxicación alimenticia, estaba deshidratado, y necesitaba atención médica inmediata. Pero a pesar de las apariencias y de su diagnóstico, yo sabía sin sombra de duda que la única ley en vigor era la ley de Dios. Yo había dado ya el paso de aferrarme a la Verdad y ningún diagnóstico material podía cambiar esa convicción.

No pude levantarme y andar inmediatamente, pero mediante la oración continua, mi comprensión de lo que es Dios y mi deseo de confiar en Él aumentaron. En pocas horas estaba libre y había recuperado mis fuerzas completamente. El avión llegó a las 6 de la mañana y yo estaba en el colegio a las 11 de esa mañana.

No hace mucho tomé instrucción en clase de Ciencia Cristiana. Esto desarrolló más mi conocimiento y comprensión de la ley de Dios y su aplicación a toda situación. Me afilié a una filial de la Iglesia de Cristo, Científico. A medida que mi comprensión de la Verdad y la capacidad para demostrarla aumentaron, quise poner esa comprensión a trabajar en provecho de algo más que solamente mi persona y mi carrera. Yo sabía que servir a la Causa de la Ciencia Cristiana sería una manera de hacer una verdadera e importante contribución a mi comunidad y al mundo.

El ser Científico Cristiano significa que mi vida cada vez más está en armonía con Dios, y estoy por siempre agradecido por la libertad que ha resultado de eso. La Ciencia me ha enseñado que la Verdad siempre tiene que estar presente en nuestro pensamiento. Entonces, cuando una mentira trata de presentarse, podemos verla tal como es — nada — y estar libres. Con nuestra atención fija en el Principio invariable, por muy severa que pueda parecer la tormenta, nuestro curso está establecido, y siempre podemos saber el camino.

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