La vida humana puede parecer una serie de problemas con breves períodos de alivio. Pero cuando encontramos la Ciencia Cristiana, las cosas comienzan a mejorar; experimentamos curaciones convincentes, y superamos temores y dudas. No obstante, puede llegar un momento en que empecemos a sentirnos descontentos. Quizás tengamos problemas que no han sido solucionados. Algo falta, y comenzamos a preguntarnos qué será.
Es posible que cifremos nuestras esperanzas muy bajo. Quizás veamos a la Ciencia meramente como un medio de mejoras humanas. Un autoexamen sincero puede mostrarnos que nuestro motivo principal no ha sido el buscar la Verdad, ni el deseo de demostrar su cabal potencialidad. Pero, cuando finalmente estamos dispuestos a ceder humildemente a la Verdad, ya sea que lleguemos a ello mediante el pensamiento elevado que Dios nos da o mediante el sufrimiento, entonces nos damos cuenta de que nuestro verdadero deseo es conocer la realidad espiritual y que nuestra verdadera voluntad es sacrificar las equivocadas creencias y atracciones carnales para poder lograrlo.
Una vez que se haya alcanzado esta motivación más elevada, no nos sentiremos desalentados si a veces las cosas parecen ponerse más difíciles, o si el mal se presenta agresivo y persistente. Seguimos los pasos de nuestro Maestro, Cristo Jesús, que dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”. Mateo 16:24. Y al igual que en la vida de Jesús, la luz divina de la realidad que se nos revela, brilla por sobre las sombras de la resistencia material.
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