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La copa que bebemos rebosa de inspiración

Del número de julio de 1982 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La vida humana puede parecer una serie de problemas con breves períodos de alivio. Pero cuando encontramos la Ciencia Cristiana, las cosas comienzan a mejorar; experimentamos curaciones convincentes, y superamos temores y dudas. No obstante, puede llegar un momento en que empecemos a sentirnos descontentos. Quizás tengamos problemas que no han sido solucionados. Algo falta, y comenzamos a preguntarnos qué será.

Es posible que cifremos nuestras esperanzas muy bajo. Quizás veamos a la Ciencia meramente como un medio de mejoras humanas. Un autoexamen sincero puede mostrarnos que nuestro motivo principal no ha sido el buscar la Verdad, ni el deseo de demostrar su cabal potencialidad. Pero, cuando finalmente estamos dispuestos a ceder humildemente a la Verdad, ya sea que lleguemos a ello mediante el pensamiento elevado que Dios nos da o mediante el sufrimiento, entonces nos damos cuenta de que nuestro verdadero deseo es conocer la realidad espiritual y que nuestra verdadera voluntad es sacrificar las equivocadas creencias y atracciones carnales para poder lograrlo.

Una vez que se haya alcanzado esta motivación más elevada, no nos sentiremos desalentados si a veces las cosas parecen ponerse más difíciles, o si el mal se presenta agresivo y persistente. Seguimos los pasos de nuestro Maestro, Cristo Jesús, que dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”. Mateo 16:24. Y al igual que en la vida de Jesús, la luz divina de la realidad que se nos revela, brilla por sobre las sombras de la resistencia material.

Cuando nuestra meta es alcanzar las alturas de la totalidad de la bondad de Dios, entonces cualquier cruz que tengamos que llevar, o copa de amargura que beber, dejan de ser agobiantes. Los altibajos de la diaria experiencia humana retroceden cuando enfocamos la visión espiritual que tenemos delante. Como dice San Pablo: “Esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas”. 2 Cor. 4:17, 18.

Al buscar las cosas “que no se ven” descubrimos que nuestra jornada humana mejora de muchas maneras. La vida se nos presenta más bella y provechosa. Pero no permitiremos que las recompensas humanas detengan nuestro progreso hacia lo espiritual. Sabemos que éstas no son nuestra meta.

Obedientes al mandamiento de Jesús de negar el falso sentido del ser, enfrentamos valientemente la mentalidad material y progresivamente la vamos reemplazando con la idea incorpórea de nuestra única y sola Mente. Seguir al Cristo requiere purificación del “yo” y una preparación del corazón. Pero si vienen tiempos de prueba, quienes estén dedicados a la Verdad voluntariamente aceptarán la cruz del odio o la copa del rechazo. ¿Por qué? Porque a través de previas dificultades han aprendido que esas pruebas conducen a una comprensión más firme, más clara de la Verdad, la cual inspira y eleva.

Esta sincera obediencia a las exigencias para obtener un progreso espiritual, la describe el Salmista en estas palabras: “Tomaré la copa de la salvación, e invocaré el nombre de Jehová”. Salmo 116:13. La copa que tomamos es realmente una copa de bendiciones, porque nos impulsa a reconocer la infalible bondad de nuestro Dios y a aprender que somos el objeto de Su eterna solicitud. No se nos pide que renunciemos a nada que sea verdaderamente bueno, sino sólo a un falso sentido del bien y del mal. En realidad, la necesidad de descubrir la vacuidad del ser, oscuro y mortal, es un medio de gracia que Dios nos otorga. A medida que invocamos “el nombre de Jehová” para que nos ayude a vencer la naturaleza animal, ganamos la corona de inspiración, la influencia divina del Espíritu.

La Sra. Eddy aconseja: “Una vez más os digo: Colocad vuestros afectos en las cosas de arriba; amaos los unos a los otros; comulgad a la mesa del Señor en unidad de espíritu; adorad en espíritu y en verdad; y si diariamente adoráis, imploráis y vivís la Vida, la Verdad y el Amor divinos, participaréis del pan que desciende del cielo, beberéis de la copa de salvación y seréis bautizados en el Espíritu”.Christian Science versus Pantheism, pág. 14.

El estar dispuestos a beber la copa de alguna dura lucha significa dedicarse de todo corazón a vencer una prueba, como medio de progresar espiritualmente. La gratitud por la oportunidad de obtener revelaciones más elevadas de la Verdad conduce hacia el dominio de toda agonía. Al beber la copa del Cristo, comprendemos la total inexistencia y autodestrucción del odio, del temor y del sufrimiento. Comenzamos a percibir que, en realidad, moramos en Dios como Sus ideas y tenemos sólo lo que Él nos da: salud y paz. Como lo dice nuestra Guía en su poema “Cristo, mi refugio”:

Las cargas muestra Su merced
ligeras ya;
la cruz yo beso, al conocer
un mundo ideal.Escritos Misceláneos, pág. 397.

Si nos sentimos destrozados por la angustia causada por algún mal o alguna injusticia, preguntémonos: “¿Qué es lo que realmente está ocurriendo?” ¿Acaso no nos lleva la aflicción a besar la cruz y a renunciar a alguna falsa creencia o característica que hayamos abrigado? El estar dispuestos obediente e incondicionalmente a reflejar el Amor, a pesar de la lucha que libremos con la justificación propia, dispone el pensamiento a dar entrada a “un mundo ideal”. De esta manera podemos demostrar diariamente y cada vez más, lo que en realidad somos, porque la base de nuestra motivación impulsora es buscar la Verdad y vivirla.

El Maestro nos muestra el camino en todas las cosas. Nosotros, como él, tenemos un gran destino que cumplir. También nosotros podemos elevarnos por encima de todo sentido de materialidad hacia una consciencia de realidad celestial, como él lo hizo. El Maestro nos mostró que la copa y la cruz son la diaria liberación de la creencia en la realidad del mal hacia la comprensión de la bondad de la Vida eterna y del Amor inextinguible, que pertenecen al hombre.

La resurrección de la crucifixión es algo que tiene lugar para todos cada día mediante el poder sanador del Cristo. Sin poner nuestra confianza en medios materiales, en vacuos rituales, o en fría retórica, nos esforzamos por comprender mejor a Dios y por reflejar Su amor hacia toda la humanidad. Aprendemos a estar agradecidos por cada oportunidad que se nos presente de abandonar todo lo que sea desemejante al Cristo. Nubes oscuras y nefastas pueden amenazar, pero el arco iris de la alentadora Verdad contrarresta las tinieblas. El Cristo de Dios, la luz de la Luz, nos trae la inspiración que necesitamos, y exactamente como la necesitamos.

Nuestra mayor alegría es, entonces, dejar que Dios brille en nuestra vida como el Maestro lo hacía. Él señaló el camino para abandonar el sentido material de las cosas demostrando la supremacía de la Vida, la Verdad y el Amor. Aun cuando la entidad mortal quisiera oponerse a nuestro éxito resistiendo a las exigencias de la Verdad, una inamovible lealtad a Dios finalmente romperá toda barrera que se oponga al progreso. Cuanto más claramente comprendamos el valor de la inspiración celestial, tanto más asiduamente buscaremos y trataremos de obtenerla. Este anhelo por la Verdad no es retirarse de manera poco práctica de los problemas para sumirse en abstracciones metafísicas, sino que conduce a enfocar los problemas de manera más decisiva, y a obtener mejores curaciones para nosotros y para los demás.

La copa de inspiración que nuestro Padre nos da a beber es por cierto el medio de despertarnos totalmente de las irreales ilusiones de la materialidad. Beba esta copa, y encontrará el camino del Cristo hacia la realidad, la consciencia de que el Amor divino es supremo.


Toda la Escritura
es inspirada por Dios.

2 Timoteo 3:16

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