Cuando mi esposo y yo nos mudamos recientemente con nuestra bebé a una localidad lejos de nuestros familiares, no solamente fue difícil para mí adaptarme a este ambiente desconocido, sino que también sentí las responsabilidades adicionales de ser madre por primera vez. Un día, unas pocas semanas después de nuestra llegada, estaba agobiada por un severo dolor de cabeza y fiebre. El practicista de Ciencia Cristiana a quien llamé me recordó que Dios, la Mente divina, está siempre presente y que al escuchar devotamente, podría sentir su dirección y alivio. Aferrándome a eso, me fue posible obedecer el consejo: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios” (Salmo 46:10); y no pasó mucho tiempo antes que la fiebre se fuera, dejándome libre para cuidar nuevamente a mi bebé. Sin embargo, el dolor de cabeza era todavía muy fuerte.
Aquella tarde estaba yo otra vez muy tranquila, escuchando la dirección de Dios, cuando vino a mí con fuerza este pensamiento (Santiago 4:7): “Resistid al diablo, y huirá de vosotros”. Repentinamente me di cuenta de que necesitaba resistir la creencia de que fuera posible que existiera otro poder aparte de Dios, o que yo pudiera ser algo menos que el completo y calmo reflejo de Dios. Una fuerza interior fluyó en mí para resistir esta creencia. Inmediatamente me sentí libre del dolor de cabeza y me fue posible acompañar a mi esposo esa tarde.
En aquel momento, la siguiente estrofa de un himno fue muy significativa (Himnario de la Ciencia Cristiana, No. 49):
Da Tu rocío de quietud
que calma nuestro afán;
conforta todo corazón;
y así los hombres cantarán
Tu paz y excelsitud.
Un dolor de garganta sanó rápidamente con el entendimiento de que cualquier sugestión de dolor o malestar es una ilusión. A través de la oración fui guiada a esta cita de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy (pág. 495): “Cuando la ilusión de la enfermedad o del pecado os tiente, aferraos firmemente a Dios y a Su idea. No permitáis que nada sino Su semejanza more en vuestro pensamiento”.
Ya que hacía sólo pocos días había sido engañada por una ilusión, la palabra “ilusión” tenía un nuevo significado para mí. Una casa de especialidades tenía una exhibición en la cual se pedía a la gente que tratara de tocar la “amatista misteriosa”. Yo traté, pero no encontré nada allí para tocar, pues era una ilusión creada por espejos. Con esto en mente, me di cuenta de que a pesar de cuán real se mostrara el mal, no era más que una ilusión, sin sustancia real. En realidad, la creación de Dios es perfecta e inmutable. Yo sabía que como reflejo de Dios era perfecta, y no podía ser engañada a creer lo contrario. Afirmé mi integridad presente, ya que sabía que la enfermedad no estaba incluida en mi identidad espiritual. Me sentí feliz y libre y no pensé más en el asunto. Más tarde me di cuenta de que había sanado completamente.
Tuve una curación instantánea de calambres en el estómago, afirmando la realidad de la unión del hombre con Dios descrita en la “declaración científica del ser” (ver Ciencia y Salud, pág. 468). Una vez, mientras hacía un trabajo en una clase de joyería, me cayó en un ojo un poco del ácido que se usaba para limpiar el metal. No sufrí ningún mal efecto después que negué prontamente las falsas suposiciones del accidente y de la lesión, con esta declaración de Proverbios (20:12): “El oído que oye, y el ojo que ve, ambas cosas igualmente ha hecho Jehová”.
Por la gran dimensión que el estudio de la Ciencia Cristiana ha dado a mi vida, estoy eternamente agradecida.
Wahiawa, Hawai, E.U.A.
