Cuando mi esposo y yo nos mudamos recientemente con nuestra bebé a una localidad lejos de nuestros familiares, no solamente fue difícil para mí adaptarme a este ambiente desconocido, sino que también sentí las responsabilidades adicionales de ser madre por primera vez. Un día, unas pocas semanas después de nuestra llegada, estaba agobiada por un severo dolor de cabeza y fiebre. El practicista de Ciencia Cristiana a quien llamé me recordó que Dios, la Mente divina, está siempre presente y que al escuchar devotamente, podría sentir su dirección y alivio. Aferrándome a eso, me fue posible obedecer el consejo: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios” (Salmo 46:10); y no pasó mucho tiempo antes que la fiebre se fuera, dejándome libre para cuidar nuevamente a mi bebé. Sin embargo, el dolor de cabeza era todavía muy fuerte.
Aquella tarde estaba yo otra vez muy tranquila, escuchando la dirección de Dios, cuando vino a mí con fuerza este pensamiento (Santiago 4:7): “Resistid al diablo, y huirá de vosotros”. Repentinamente me di cuenta de que necesitaba resistir la creencia de que fuera posible que existiera otro poder aparte de Dios, o que yo pudiera ser algo menos que el completo y calmo reflejo de Dios. Una fuerza interior fluyó en mí para resistir esta creencia. Inmediatamente me sentí libre del dolor de cabeza y me fue posible acompañar a mi esposo esa tarde.
En aquel momento, la siguiente estrofa de un himno fue muy significativa (Himnario de la Ciencia Cristiana, No. 49):
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