Mi pensamiento se detuvo en tan humildes
palabras como aquellas que Jesús pronunció
cuando por tanta bondad lo calumniaron,
maltrataron y crucificaron:
“Padre, perdónalos, porque no saben
lo que hacen”.
¡Yo anhelaba comprender!
A los ciegos dio luz, a los paralíticos
sanó, a los leprosos limpió, al pecador
regeneró y al hambriento alimentó.
Y el mundo intentó matarlo
pero él resucitó.
Entonces comprendí por qué pudo decirlo:
porque él sabía que era Hijo de Dios, que expresaba
al Cristo, la idea divina, eterna, ilimitada.
Vino al mundo para que todos comprendieran
que somos hijos de Dios.
Pero ¿qué de los que lo crucifican
en si mismos a cada instante?
Es como quedar a ciegas pudiendo
ver luz, es como estar paralítico
sin saber que podemos caminar.
Es estar esclavos del pecado,
sujetos a su antojo,
por no querer mirar la limpieza
del camino de Dios,
la gloriosa libertad de los hijos de Dios.
Entonces comprendí... y cuando me golpearon
las duras cuerdas de la malicia, la envidia y la mentira
por querer seguir a Jesús,
pude elevarme por encima del sentido
mortal, resucitar con el Cristo y decir:
“Padre, perdónalos, porque no saben
lo que hacen”.
Vi que Dios a todos nos capacitó
para seguir de algún modo
las gloriosas huellas del Maestro.
