Una noche, después de sufrir lo que parecía ser un fuerte ataque de influenza, me comuniqué con una practicista de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens). Ella me pidió que pensara en este pasaje del libro de texto, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy (pág. xi): “La curación corporal en la Ciencia Cristiana resulta ahora, como en tiempos de Jesús, de la operación del Principio divino, ante el cual el pecado y la enfermedad pierden su realidad en la consciencia humana y desaparecen tan natural y tan necesariamente como las tinieblas ceden a la luz y el pecado a la reforma”. Me acosté fortalecido y consolado.
Esa noche dormí muy bien. Temprano en la mañana siguiente ya habían desaparecido por completo los dolorosos síntomas de influenza, y fui a trabajar como de costumbre. Fui liberado de una sensación de cautiverio, y más tarde, esa mañana, llamé por teléfono a la practicista para darle las gracias por la ayuda que me había prestado por medio de la oración. Sabía que mi rápida mejoría se debía totalmente a la Ciencia. Dos días después noté que una irritación de la piel que me había molestado por muchos años también había desaparecido, igual que los síntomas de la influenza. Esta prueba adicional de curación afianzó mi comprensión de que la Ciencia Cristiana cura, a pesar de cuánto tiempo se haya sufrido de la dificultad.
Una vez, cuando estaba trabajando, se abrió repentinamente una puerta y me golpeó la cara. La seriedad del impacto me produjo mareo, y dejó una honda herida debajo de un ojo. Mi patrono insistió en que fuera a un médico, y en dichas circunstancias me pareció aconsejable aceptar su sugerencia.
El médico cosió la herida, pero pocos días después se presentaron complicaciones. El diagnóstico médico fue que había desarrollado una infección seria, lo cual me alarmó mucho. Sin embargo, le dije al médico que deseaba confiar completamente en Dios para mi curación por medio de la Ciencia Cristiana.
Un practicista, a quien llamé para pedirle ayuda, me hizo recordar este pasaje del libro de texto (pág. 424): “Los accidentes son desconocidos para Dios, la Mente inmortal, y tenemos que abandonar la base mortal de la creencia y unirnos con la Mente única, a fin de cambiar la noción de la casualidad por el concepto correcto de la dirección infalible de Dios y de esta manera sacar a luz la armonía”. Esta aseveración me ayudó inmensamente.
Como tres semanas después del accidente, mi patrono me pidió que visitara una clínica de oftalmología. El examen mostró que no había señal alguna de lesión. Esta curación ha sido permanente y completa.
Una mañana me desperté y encontré que no podía mover las piernas. Estaba solo y eso aumentó mi temor. Lo único que pude recordar en ese momento fue parte de una declaración de Ciencia y Salud: “Es bueno tener calma en la enfermedad...” [La frase completa dice: “Es bueno tener calma en la enfermedad, estar lleno de esperanza es aún mejor, pero entender que la enfermedad no es real y que la Verdad puede destruir su aparente realidad, eso es lo mejor de todo, ya que este entendimiento es el remedio universal y perfecto” (págs. 393–394).] Permanecí quieto por algún tiempo, cerca de una hora. Entonces me arrastré hasta un teléfono cercano y llamé a una practicista. Más tarde hice arreglos para que me cuidara una enfermera de la Ciencia Cristiana durante el resto del día e hice planes para permanecer en la Casa de la Ciencia Cristiana en Edimburgo (una enfermería para Científicos Cristianos).
Esa noche en la “Casa” dormí muy bien. A la mañana siguiente, con alguna dificultad, me vestí y bajé a otro piso. Luego hablé con la practicista, quien me aseguró que yo no estaba progresando hacia la perfección, sino que ya era perfecto. Cuando caminé por el jardín un poco más tarde, me sentí sanado y libre. Caminé con facilidad y nunca he vuelto a tener esa dificultad.
Mi gratitud a las enfermeras de la Ciencia Cristiana y al personal de la Casa de Edimburgo por el amor y cuidado que me prodigaron es muy profunda. También quiero reconocer la regeneración espiritual y el sentido de propósito que la Ciencia Cristiana ha traído a mi vida durante los últimos treinta años.
Glasgow, Strathclyde, Escocia
