En cada ser humano está latente su semejanza divina. Para que sea descubierta y reconocida, necesitamos la luz del entendimiento espiritual, que ilumina la realidad.
Esta luz se manifestó en mi vida por medio del estudio y de la práctica de la Ciencia Cristiana. Durante varios años todas las semanas iba a una Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana. Muchas veces Cristo Jesús se retiraba a un lugar tranquilo para orar, y yo encontré que la Sala de Lectura era un lugar tranquilo para elevar mi pensamiento a Dios. Allí me sentía rodeada del Amor. Los bibliotecarios me proporcionaban lecturas útiles. Aprendí a estudiar las Lecciones Bíblicas, En el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. a buscar el mensaje espiritual en ellas y a poner en práctica en mi vida diaria lo que aprendía.
Una de mis primeras curaciones fue la de una intensa soledad, que se reflejaba en una salud precaria. Frecuentes estados gripales me obligaron a guardar cama y faltar a mi trabajo. Y hasta cuando estaba en condiciones de trabajar, estaba inapetente y continuamente desnutrida. Todo esto me causaba gran pesadumbre. Con todo, la búsqueda sincera y legítima en la Sala de Lectura fue bendecida con un progresivo entendimiento espiritual, con la luz que buscaba.
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