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[Original en italiano]

Hace veinte años, aunque me sentía dotada de belleza, inteligencia,...

Del número de julio de 1982 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace veinte años, aunque me sentía dotada de belleza, inteligencia, talento y éxito, al igual que relacionada con importantes personas en la cultura y el arte (yo era pintora, escritora y periodista), era una persona triste y desdichada. Sujeta a la tradición religiosa de mi familia, había aceptado con amargura la creencia de que como yo tenía tanto, debía pagar un alto precio.

Mi madre había sufrido continuas postraciones nerviosas, lo cual ella justificaba hasta cierto punto como resultado de una vida difícil y monótona. Yo sentía que había heredado su predisposición a tener dificultades nerviosas. Era muy débil y a menudo sufría de agotamiento nervioso. Los médicos me decían que tenía muy baja presión sanguínea. La angustia y el temor a casi todas las cosas me incapacitaban para salir sola o quedarme sola en casa. Además me aferraba a aquellos que conocía, a pesar de que no eran capaces de ayudarme. Como tenía un hijo de cinco años me esforzaba por sobrevivir. ¿Pero cómo?

Un día me encontré con una periodista a quien apenas conocía pero espontáneamente la invité a casa. Traté de no parecer perturbada, pero ella no se engañó. Me dijo: “Tú tienes algo en mente. A lo mejor las cosas no te van muy bien. ¿Necesitas ayuda?” Contesté simplemente que no tenía opción. Ella me habló de Ciencia Cristiana. Compré un ejemplar de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy y comencé a asistir a una filial de la Iglesia de Cristo, Científico. Allí conocí a una practicista de la Ciencia Cristiana, quien me ayudó a obtener mi curación mediante la oración y el estudio de esta Ciencia, estudio que parecía muy difícil.

Siempre alguna distracción apartaba mi atención del libro y mi intelectualismo criticaba su estilo y forma. Durante las visitas que hice a la practicista, aun cuando yo llegaba con humilde y fervoroso deseo de estar libre del aplastante miedo y encontrar un camino de salvación, el “yo” humano prevalecía, con su justificación propia y autocondenación.

A pesar de eso, obtuve algunas curaciones inmediatas, señal de que estaba en el camino correcto. Un quiste en mi mano derecha, considerado inoperable, desapareció, y una situación financiera que amenazaba ser un desastre fue resuelta sin pérdida para nadie. Sin embargo, todavía estaba lejos de ser una Científica Cristiana. No me fue fácil entender a Dios, amarlo, y estar libre de conceptos materialistas y supersticiones. Esta lucha contra un falso concepto mortal del ser continuó por varios años.

En medio de dificultades, mi hijo y yo nos mudamos a Roma. Encontré una hermosa casa y conocí a otros Científicos Cristianos en la Iglesia. Entonces ocurrió una nueva crisis, quizá la más seria de todas. Mi hijo, que era un adolescente, decidió irse a vivir solo. Sus intereses políticos lo mezclaron con jóvenes amigos de carácter dudoso. Estas actividades perjudicaron el éxito de sus estudios universitarios, los cuales hasta el momento habían sido excelentes.

Profundamente herida, sentí que no tenía a nadie más en este mundo, ni siquiera alguien que se compadeciera de mí. Estaba en los abismos de la desesperación. Pero una amiga, que era practicista, oró fervorosamente por mí. Y encontré apoyo en el estudio de la Biblia y de Ciencia y Salud, y también leí las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana.

Ahora, cinco años más tarde, agradezco a Dios desde lo más profundo de mi corazón. Sé que Él me ama y que está siempre presente. Sólo mediante un sincero deseo de entender la naturaleza del amor he llegado a expresar este amor. He llegado a pensar bondadosamente de todos. La carga de temores y equivocaciones que parecían originarse en otro pariente ha sido erradicada.

Mi salud ha sido restaurada, y tengo la energía, el tiempo y el gozo para lograr muchas cosas. En años recientes, he vuelto a descubrir mis talentos. Nuevos horizontes se abren diariamente. Mi actividad, reconocida como valedera, ha incrementado. Mi trabajo en el periodismo y en la producción de películas documentales ha sido muy exitoso. Por su propia voluntad mi hijo volvió a casa. Ha obtenido desde entonces un título universitario con honores, y fue considerado el mejor de su clase. Entre nosotros hay una excelente armonía, gran estima y respeto mutuo.

Una lección que ha sido maravillosa para mí, se encuentra en este pasaje de Job (11:13–15): “Si tú dispusieres tu corazón, y extendieres a él tus manos; si alguna iniquidad hubiere en tu mano, y la echares de ti, y no consintieres que more en tu casa la injusticia, entonces levantarás tu rostro limpio de mancha, y serás fuerte, y nada temerás”. Mi trabajo está basado en un entendimiento acerca de Dios, en amar y entender a otros. Porque yo misma he emergido de la profunda oscuridad a la luz brillante, espero poder ayudar a aquellos que todavía buscan la luz del Cristo. Mi oración es ser digna de las riquezas espirituales que me fueron dadas sin reserva, y aprender a dar sin reserva de esas riquezas.


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