En una de sus epístolas a la iglesia cristiana en Corinto, el Apóstol Pablo exhortó a sus hermanos a mantenerse alerta, a no dejarse engañar ni apartar “de la sencillez... que es en Cristo”. 2 Cor. 11:3 (según Versión Moderna).
El Cristo no es complicado. Jesús lo demostró. Y comprender la sencilla verdad de la unidad del hombre con Dios — la filiación divina que es patrimonio natural del hombre — nos puede liberar de las complejidades y confusiones que hay en la experiencia humana.
El enredo de opiniones, motivos y creencias contradictorias, y los estilos de vida poco satisfactorios de hoy en día, son principalmente el resultado de tener un punto de vista dualístico sobre la realidad. La humanidad por lo general cree en la realidad actual tanto del bien como del mal, la verdad y el error, la vida y la muerte, lo espiritual y lo material. Esto es dualismo, un concepto equivocado que declara que la realidad se compone de opuestos, que Dios crea, o permite, un negativo por cada positivo. Pero el Espíritu no forma la materia; la Vida no es la autora de la exterminación del ser; la Verdad divina jamás se mezcla con la falsedad.
Mary Baker Eddy escribe lo siguiente refiriéndose al Mostrador del camino, Cristo Jesús: “Jesús de Nazaret enseñó y demostró la unidad del hombre con el Padre, y por esto le debemos homenaje eterno”.Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 18. Esa enseñanza y demostración fue siempre simple y directa. Jesús nunca esquivaba el tema. Era enfático y decidido.
“Yo y el Padre uno somos”, Juan 10:30. declaró el Salvador en el capítulo diez del Evangelio según San Juan. Y en el capítulo once, Jesús demuestra lo eterna que es la unidad del hombre con su Hacedor cuando resucita a Lázaro de la tumba, devolviéndolo a la vida. Se probó que el concepto de dualismo — la vida y la muerte formando una combinación implacable — era una mentira. Su comprensión de que la Vida lo es Todo (la verdad absoluta de que la Vida es única y divina), y que por siempre preserva a su completa manifestación, destruyó la falsa evidencia de muerte.
Cada vez que se nos presentan sugestiones aterrorizantes — enfermedad, carencia, limitación, pecado, etc.— nosotros también podemos comprender y afirmar las mismas verdades sencillas y profundas que Jesús enseñó respecto a la inseparabilidad del hombre con Dios. Y a medida que sanamos con la verdad espiritual, seguimos los pasos del Maestro, demostrando el poder ilimitado del Principio divino, el Amor, para mantener al hombre bajo el amparo de su tierno abrazo.
Cada pretensión de enfermedad o debilidad, de pérdida o desesperación, o de pecado, en la experiencia humana, sugiere que estamos, de algún modo, en algún momento, separados de Dios. Aceptar esta creencia errónea oscurecería nuestro reconocimiento de la eterna unidad del hombre con el Padre. Por lo tanto, no podemos consentir ni a la más leve sugestión de separación. Oramos, y estudiamos la Biblia y Ciencia y Salud, el libro de texto de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens). Aprendemos del ejemplo de Cristo Jesús. Sentimos la presencia del Consolador revelado en Ciencia y Salud. ¿Y a dónde nos conducen estos esfuerzos? Una y otra vez, a la sencillez del Cristo: “Yo y el Padre uno somos”.
Jamás debemos engañarnos creyendo que “Yo y el Padre” somos dos. La identidad y la existencia del hombre nunca pueden ser separadas del origen y sustento del hombre. Dios mantiene a Su creación porque ésta es continuamente Su reflejo. La Mente no olvida a su idea. Somos preciosos para Dios, y Él no nos abandonará. No podemos existir sin Él. Si fuera posible ser arrancados o separados de la Vida, esto significaría destrucción, definitiva e irremediable. Del mismo modo, si fuera posible ser separados de la Mente, esto produciría ignorancia y oscuridad. Pero tal cosa no puede ocurrir. El ser uno con la Vida divina sostiene al ser inmortal; el ser uno con la Mente aporta luz, visión y comprensión infinitas, que jamás se atenúan, que no tienen sombras.
Así que hoy en día la Ciencia Cristiana está enseñando las mismas lecciones espirituales, sencillas y puras, que Jesús ilustró. La Ciencia Cristiana mantiene la norma bíblica: “No tendrás dioses ajenos”. Éx. 20:3. Hay sólo un Dios — el Espíritu perfecto, indivisible — y Su manifestación infinita. Hay una sola causa y efecto, una Mente y su idea, un Principio y su expresión. El solecismo que sugiere una mente múltiple, inferior o mortal, simultáneamente implica una división de aquello que es indivisible, o sea, la Mente ilimitada, la inteligencia perfecta. En uno de sus artículos, en un epígrafe después del título, la Sra. Eddy eligió la referencia de Mateo 6:24, donde Cristo Jesús dice: “Ninguno puede servir a dos señores... No podéis servir a Dios y a las riquezas”. Entonces la Sra. Eddy inicia su artículo con un párrafo que consta de una sola oración: “El infinito es uno, y este uno es Espíritu; el Espíritu es Dios, y este Dios es el bien infinito”. E inmediatamente añade: “Esta sencilla declaración de unicidad es la única versión correcta posible de la Ciencia Cristiana”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 356.
La Sra. Eddy no tenía ninguna duda de que Dios es uno, infinito y bueno. Conocía en su corazón la unidad inviolable del hombre con el Padre-Madre. Su comprensión científica de esta gran verdad espiritual fue para ella una constante fuente de fortaleza y apoyo en su lucha para dar al mundo la Ciencia Cristiana. La misma Iglesia de Cristo, Científico, fue construida sobre la demostración que la Sra. Eddy misma hizo de la unidad del hombre con Dios. La continuidad de esa iglesia y la unidad de propósito entre sus miembros continúan proclamando al mundo al mundo hoy día que la compasión y comprensión sinceras del Cristo, que expresan la inseparabilidad de la unión del hombre con el Amor divino, sanan y redimen eficazmente ahora como en los primeros siglos del cristianismo.
Uno de los himnos del Himnario de la Ciencia Cristiana incluye esta estrofa:
Si mi amor más simple fuera,
Su palabra oiría yo;
y en mi vida luz habría
con ayuda del Señor.Himnario, No. 340.
La dulzura de sentirse uno con Dios, “la sencillez... que es en Cristo”, he aquí el poder y la promesa de salvación.
