Si al enfrentar las dificultades de la vida persistimos en comprender correctamente que Dios es perfecto y que el hombre es creado a Su semejanza, evidenciaremos cada vez más que nuestra identidad verdadera es espiritual y perfecta. Tal persistencia para comprender la armonía genuina inherente en nuestra naturaleza verdadera, podría compararse en ciertas maneras con la ocupación de la Tierra Prometida por los hijos de Israel relatada en la Biblia.
En la frontera de Canaán, los israelitas, guiados por Josué, vieron la posibilidad de poseer esta tierra de la promesa. Pero la formidable ciudad de Jericó obstaculizó su camino. Entonces, de acuerdo con la Biblia: “Jehová dijo a Josué: Mira, yo he entregado en tu mano a Jericó... Rodearéis, pues, la ciudad todos los hombres de guerra, yendo alrededor de la ciudad una vez; y esto haréis durante seis días... y al séptimo día daréis siete vueltas a la ciudad, y los sacerdotes tocarán las bocinas... todo el pueblo gritará a gran voz, y el muro de la ciudad caerá”. Josué 6:2–5.
Este conocido relato de la Biblia puede ser visto de muchas maneras. Nos enseña muchas lecciones; la persistencia es una de ellas. Las marchas perseverantes de los hijos de Israel pintan el cuadro proverbial que vale mil palabras.
La persistencia de los israelitas ayuda a ilustrar algo esencial sobre la práctica de la curación por la Ciencia Cristiana.
Jericó gobernaba la tierra de Canaán de una manera que podría compararse con lo que la Ciencia Cristiana enseña sobre cómo la mente mortal pretende gobernar la salud y la felicidad. Los hijos de Israel tenían que conquistar a Jericó para entrar a la Tierra Prometida. Y eso exigió perseverancia. Si hemos de tener dominio sobre nuestra vida, tenemos que subyugar persisitentemente a la mente mortal, la pretensión de que hay inteligencia o acción aparte de Dios. Tenemos que disciplinarnos persistentemente para expresar las cualidades y acción sanadoras de la única Mente, Dios, que no tiene oposición. Tenemos que obedecer la exhortación del apóstol cristiano Pablo: “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal”. Rom. 12:21.
Cristo Jesús hizo ver a sus discípulos la necesidad de hacer frente a las creencias de la mente mortal. Exponiendo y denunciando el engaño de los sentidos, Jesús dijo: “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre”. Marcos 7:21–23.
Los sentidos materiales creen que el cuerpo gobierna la mente, que lo físico puede obstaculizar lo psíquico. Pero lo contrario precisamente es verdad. La Sra. Eddy explica en Ciencia y Salud: “El odio, la envidia, la improbidad, el temor y otras propensiones similares enferman al hombre, y ni la medicina material ni la Mente pueden ayudarlo de modo permanente, ni siquiera en el cuerpo, a no ser que lo mejoren mentalmente, librándolo así de sus destructores. El error básico es la mente mortal”.Ciencia y Salud, págs. 404–405.
Necesitamos desear corregir nuestras faltas, mejorar nuestra experiencia; pero el arrepentimiento tiene que incluir reformación. Y la reformación es segura sólo cuando se apoya totalmente en Cristo, la verdadera idea de Dios. La mentalidad carnal tiende a resistir las oportunidades espirituales ofrecidas por el Cristo, la Verdad. Pero la persistencia ganará el camino de salida hacia la redención. Por tanto, la persistencia nos es tan esencial como lo fue para aquellos que se acercaron a Jericó aun cuando “estaba cerrada, bien cerrada”. Josué 6:1. La impresionante fortificación de Jericó podría servir para recordarnos que la mente mortal puede presentar el engaño de invulnerabilidad, llamándose a sí misma una condición material insuperable o incurable.
La curación en la Ciencia Cristiana no consiste en que la Mente, por obra de magia, haga a un lado los obstáculos. Ni es el uso sanador de esta Ciencia un asedio en el cual la Mente inmortal sobrepasa en astucia a la mente mortal. Es de por sí evidente que la Mente infinita no tiene oposición. La curación por el Cristo es un despertar espiritual que se logra mediante la oración persistente, oración que revela la totalidad eterna y omniactiva de la Mente o Vida, que incluye la perfección del hombre.
La curación por medios espirituales no es el uso persistente de la voluntad humana, así como tampoco las marchas sobre Jericó fueron el uso persistente del arte militar psicológico. Dios dio a Josué instrucciones específicas para obtener la victoria, y éstas fueron transmitidas por Josué a sus seguidores. Esas marchas tenaces sólo simbolizaban exteriormente el progreso interior de los que marchaban. Una regeneración interior tuvo que haber acompañado cada marcha; paso a paso, literalmente, se ganó la victoria sobre los temores y dudas que habían demorado la aceptación inmediata del generoso obsequio de Dios. Dios dijo: “Mira, yo he entregado en tu mano a Jericó”, antes de dar las instrucciones que los capacitarían para aceptar el obsequio.
De la misma manera, la Ciencia Cristiana, la instrucción sanadora y redentora de Dios para esta época, fue una revelación de Dios a la Sra. Eddy, y ella la compartió con toda la gente. Como revelación de Dios para la humanidad, esta Ciencia, cuando es estudiada, comprendida y usada con persistencia, nos capacita para comprender que mediante el todo poder divino ya tenemos dominio sobre toda clase de discordia, incluso la enfermedad. Cuando es vigorizada con confianza radical, comprensión espiritual y obediencia incesante, el uso de la Ciencia Cristiana por medio de la oración trae a nuestra experiencia lo que Dios ya ha dado a Sus hijos: salud, armonía y vida eterna.
Si hemos de participar de la plenitud de la promesa de Dios, tenemos que esforzarnos persistentemente por conformar nuestro carácter al ideal de Dios. Hacer uso de la Ciencia Cristiana tiene que ser nuestra disciplina, nuestra práctica. Los muros de Jericó parecían ser tan formidables al comienzo del séptimo día como al comienzo del primero. Pero los hijos de Israel ya no eran los mismos. Habían superado el temor y la duda, mediante la persistencia.
Nosotros también podemos ser de ánimo más espiritual, más pacientes, más amables. Cuando nuestra persistencia aumenta al expresar más obediencia y gratitud, la tímida esperanza de que Dios nos puede ayudar se convierte en convicción absoluta de que Dios es Todo-en-todo. De esta manera nuestro inflexible esfuerzo espiritual corona nuestra confianza, comprensión y fidelidad con demostración y realización.
El séptimo día, los hijos de Israel hicieron más que simplemente insistir en persistir. Durante seis días habían rodeado en silencio la ciudad, sólo una vez cada día. El séptimo exigió mucho más, como siempre exige la consagración.
En un periódico reciente apareció una caricatura describiendo a los israelitas en una de esas siete marchas de los siete días. Uno de ellos se va quedando atrás. Su queja es: “Hemos estado marchando alrededor de Jericó durante siete días seguidos; me voy a sentar junto al muro y voy a tomar un descanso”. Bob Thaves, “Frank and Ernest,” The Middlesex News, 20 de septiembre de 1982.
Rendirse antes de alcanzar una meta espiritualmente correcta puede ser peor que fracasar en alcanzar esa meta. “Rendirse” señala alguna duda no destruida de la supremacía presente de Dios, el bien. El tratamiento por medio de la Ciencia Cristiana no es una maratón de veinticuatro horas. Pero no debemos someternos a la tentación de creer que con solo esperar con los brazos cruzados nos vendrá la curación.
Las pretensiones más formidables del error en ningún momento igualan a la Verdad. La oración sosegada y constante nos adapta para aceptar que la verdad es verdadera. Tal oración nos capacita para sentir en toda su fuerza los efectos de amar a Dios sobre todo lo demás.
¿Cómo sabemos cuándo nuestro trabajo es completo?
La demostración toca la bocina de la compleción del trabajo de Dios que está bien hecho. Percibimos la demostración como la conclusión triunfante del razonamiento devoto, espiritualmente deducido. La demostración lleva en sí una comprensión espiritual más allá de las palabras, una seguridad inefable de que todo está bien.
Tenemos una nueva oportunidad cada momento para demostrar la autoridad de la instrucción dada en Ciencia y Salud: “Elevando el pensamiento por encima del error, o la enfermedad, y luchando persistentemente por la verdad, destruís el error”.Ciencia y Salud, pág. 400.
Cuando por medio de la oración y persistencia hemos seguido la marcha hacia la demostración, nuestra gratitud grita que nuestro trabajo está bien hecho. Entonces el error se derrumba totalmente: de haber parecido ser algo a ser nada. La perfección del hombre empieza a emerger sin oposición porque la voluntad divina ha triunfado. Mediante la persistencia poseemos el cumplimiento de las promesas de Dios. Somos sanados.
