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Un día en el trabajo, a la hora del almuerzo, algunas amigas y yo...

Del número de diciembre de 1983 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Un día en el trabajo, a la hora del almuerzo, algunas amigas y yo hablábamos sobre cómo había sido nuestra relación con nuestras madres a medida que íbamos creciendo. Dos de ellas relataron experiencias dolorosas y añadieron que estaban preocupadas porque ahora manifestaban rasgos negativos que ellas habían observado en sus madres y abuelas. También dijeron que la cadena de aprendizaje de comportamientos era muy difícil de romper.

Entonces comprendí cuán completa había sido la curación que había tenido mi madre en ese sentido. Cuando mi madre tenía tres años, su madre se suicidó, y su padre la dio en adopción a la edad de doce años, decisión contra la cual ella luchó fuertemente. Su vida con esta nueva familia le presentó tremendas pruebas, porque el padre adoptivo abusó sexualmente de ella. En esa época, más o menos, fue inscrita en una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Mi madre comentó una vez que el amoroso apoyo de sus maestros de la Escuela Dominical le había sido sumamente importante durante este período.

De acuerdo con la falsa ley de “comportamientos aprendidos”, la posibilidad de que mi madre pudiera llegar a ser una madre amorosa y buena era muy remota. Sin embargo, sus acciones para conmigo (y otros) nunca indicaron un pasado carente de amor. De hecho, justamente lo opuesto fue cierto. Mi madre y yo gozamos de una relación íntima y muy afectuosa.

Mi madre había aprendido que el amor materno viene de Dios, la fuente de todo amor verdadero. La Biblia nos dice: “Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros,” (Isa. 66:13). La escena humana había ofrecido a mi madre muy poco, pero el amor de Dios le había ofrecido todo. Ella había recurrido a Dios, y al hacerlo, había demostrado que en realidad nunca había estado en otro lugar que a la “diestra” de Dios (ver Salmo 16:11).

Mi madre murió cuando yo cumplí diez y seis años. Después, hubo muchos momentos en los que me preguntaba cómo podría sobrevivir emocionalmente sin ella. Pero eran más numerosos los momentos en que el amor de Dios me inundaba, mostrándome que realmente yo no podía perder el amor de una madre porque Dios es el Padre-Madre universal. Mi madre humana me había ayudado a reconocer la constante presencia y cuidado del Amor divino, y yo había aprendido a confiar en esta presencia continuamente. El resultado fue una abundancia de amor materno en mi experiencia humana, un aprecio creciente y profundo por mi padre y una maravillosa relación con mi madrastra. Más importante aún, crecí en la comprensión de Dios como madre. La Sra. Eddy dice: “Dios es nuestro Padre y nuestra Madre, nuestro Ministro y el gran Médico. Él es el único pariente verdadero del hombre en la tierra y en el cielo”. (Escritos Misceláneos, pág. 151). Cristo Jesús demostró esta comprensión de nuestra familia universal viviendo una vida de amor.

Me doy cuenta ahora de que cualquier situación o pensamiento que diga que el hombre carece de amor tiene su base en un falso concepto acerca de nosotros mismos, y el efecto de este concepto equivocado sirve solamente para que recurramos totalmente a Dios.

Continúo la aventura de aprender más acerca de Dios como Madre, porque ahora tengo mi propio hijo. ¡Qué gran bendición ha sido esto! estoy muy agradecida por ser miembro de La Primera Iglesia de Cristo, Científico, en Boston, Massachusetts, y en una iglesia filial, también por la hermosa reunión anual de mi Asociación de Estudiantes de Ciencia Cristiana. La participación en todo esto me ayuda con regularidad a acrecentar mi concepto de familia. La vida ejemplar de Cristo Jesús, que la Sra. Eddy explica tan claramente en sus escritos, sostiene diariamente mi fe y mi comprensión de lo que es Dios.


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