Cuando joven tuve muy buena salud. Entonces, como a la edad de veinte años, se me desarrollaron fuertes síntomas de asma. La condición iba volviéndose peor progresivamente. Durante esa fecha tenía un amigo que fue hospitalizado por una afección hepática. Mientras él estuvo en el hospital, dos Científicos Cristianos lo visitaron y le hablaron de la bondad infinita de Dios y de cómo Él ama y mantiene a Su idea, el hombre. Se me informó sobre esta visita, pero no entendí lo que ellos habían dicho a mi amigo. (Me habían enseñado a creer que Dios envía la enfermedad como un castigo que hay que sobrellevar.) Mi amigo se curó de la afección hepática, y hasta la fecha jamás ha vuelto al hospital.
Esta persona y una amiga de él me recomendaron que asistiera a una reunión de testimonios de los miércoles en una iglesia filial de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens). Ambos me aseguraron que en ella escucharía cosas muy buenas. Pero en mi corazón pensaba que estaban errados. Yo estaba convencido de que el asma que me aquejaba era por un pecado que había sido cometido, quizás por mí o por un familiar. Pensando que tenía que pagar esta deuda por medio del sufrimiento, seguí aferrado a mi doctrina religiosa anterior, aunque mi salud cada vez iba peor. Sin embargo, leía mucho la Biblia, especialmente las partes históricas, las que encontraba muy interesantes. Jamás leía los Salmos o el Nuevo Testamento.
Así pasaron veinticinco años. Demasiado enfermo para trabajar, me jubilaron. Así estaban las cosas, hasta que una señora que vivía cerca de nuestra casa — alguien a quien nuestra familia había admirado mucho por su cordialidad y alegría — trabó amistad con mi esposa. Hablaron de asuntos religiosos, y la señora dijo que ella era Científica Cristiana. Nos habló de cómo curaba la Ciencia Cristiana, y añadió que esta Ciencia podía ayudar a mi esposa, quien sufría de una afección del estómago.
Mi esposa en seguida empezó a leer Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. Por algunos meses no me decidí a examinar el libro, pero al ver que sanó a mi esposa, empecé a leerlo también. ¡Y qué cosas hizo este maravilloso libro por mí! Poco a poco dejé de tomar medicinas (llegué a tomar nueve medicamentos al día). La congestión que me había atormentado por muchos años desapareció, y ahora podía respirar libremente. Lo mejor del caso fue que ya no sufría de la ilusión de que era un pecador condenado, destinado a una vida de sufrimiento.
Encontrándome bien y con voluntad de trabajar, y viendo que mis ahorros se achicaban, decidí buscar trabajo. Encontré uno de inmediato, pero éste era en un sitio donde había mucho polvo de silicio y gas de carburación de maquinarias. Al principio pensé que no podría soportar el trabajo en esta clase de ambiente, pero la Verdad infinita me sostuvo. Y la dificultad que había tenido para respirar no se repitió. Trabajé en este sitio cuatro años (luego de haber yo pedido que dejaran en suspenso mi jubilación).
La empresa era pequeña, y hacia el final de esos cuatro años pasaba muchos días sin trabajo. Así que pedí a una practicista de la Ciencia Cristiana que me ayudara por medio de la oración. En una semana recibí una oferta de trabajo en otra compañía. Acepté, y he estado ahí cuatro años. He sido ampliamente remunerado, tanto en sueldo como en posición. Aunque hago jornadas muy extensas, mi salud no ha sido de ninguna manera quebrantada. De hecho, no he faltado ningún día por enfermedad, aunque trabajé durante dos años un horario de doce a trece horas al día, como medio día los domingos.
Doy gracias a Dios que soy miembro de La Iglesia Madre, y de una filial donde tomo parte activa. Hace poco tuve la gran alegría de recibir instrucción en clase de la Ciencia Cristiana. Estoy por siempre agradecido a nuestro Padre por la gran luz de la inspiración verdadera que brilla por medio de las enseñanzas de la Ciencia Cristiana.
Montevideo, Uruguay
Soy la esposa de Wáshington Varela y puedo certificar que su testimonio es correcto. Él está muy agradecido por su curación, y yo estoy agradecida por haber recibido tantas bendiciones gracias al estudio de la Ciencia Cristiana.
Es con gran gozo que puedo decir de mi amigo Wáshington que, aunque no soy Científico Cristiano como lo es él, me alegro que la Ciencia Cristiana haya mejorado su salud. Recuerdo que sufría períodos de casi invalidez por la enfermedad que lo atacaba todos los otoños.
De mi parte, doy fe que soy la persona que fue sanada del hígado, y no he vuelto a padecer de ese problema desde 1939.
Progreso, Canelones, Uruguay
