Hace más de cincuenta años que supe acerca de la Ciencia Cristiana por primera vez. Durante este período fui maravillosamente guiado por el Amor divino. Mi único médico ha sido Dios; la única fuerza, el único poder y el único que realmente ayuda en todas las situaciones de la vida.
Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando yo era prisionero de guerra, contraje un severo reumatismo en un hombro. Comencé a encorvarme bastante al caminar, y sentía un fuerte dolor. En esa época sólo tenía cinco folletos sobre Ciencia Cristiana, y los estudiaba en mi esfuerzo por dominar mi problema.
Pero fue una oración, una callada oración a nuestro Padre celestial, lo que me trajo la curación. No fue una petición, sino el dar gracias a Dios por todo el bien que ya había recibido. Pocas semanas después, estaba perfectamente bien y podía caminar erguido otra vez. La dificultad no ha vuelto.
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