Celebro la Navidad con mi alma, mi sentido espiritual, y así conmemoro la entrada en la comprensión humana del Cristo concebido por le Espíritu, por Dios y no por una mujer; como el nacimiento de la Verdad, el amanecer del Amor divino que se abre paso a través de las tinieblas de la materia y del mal con la gloria del ser infinito.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 262.
— Mary Baker Eddy
¿Es la Navidad la conmemoración de un acontecimiento notable ocurrido hace dos mil años?
Sí, pero es también un símbolo de promesa. Una promesa para cada individuo. Una promesa para la humanidad; una reafirmación que niega la ruina. Símbolo de una gran Verdad presente con nosotros y dentro de nosotros, no obstante, trascendiendo completamente los límites humanos y los horizontes de la materia. Esta Verdad manifestada es el Cristo.
Herodes estaba equivocado. Él vio en nacimiento del Salvador sólo un peligro para su gobierno despótico. Su minúscula visión perdió de vista la importancia de lo que había ocurrido. No obstante, el advenimiento del Cristo se abrió paso a través de la ceguedad de los mortales para revelar el amanecer de la verdad. Y este Cristo, la Verdad — personificado tangiblemente en el inspirado pensamiento, vida y misión de Jesús — le pronostica a todo individuo el derrocamiento del despotismo más grande de la materia: el sufrimiento y la muerte.
La gente hoy en día, obsesionada con el concepto de que la causa y el efecto están en la materia, está explorando la nueva ciencia de la genética, sus posibilidades y sus insondables peligros. No obstante, las circunstancias de la llegada de Jesús a la presencia humana y su salida de ella, testifican una verdad mucho más profunda y más revolucionaria, o sea, la verdad de que el hombre nació del Espíritu infinito, o Mente, como idea, por tanto, es espiritual.
El nacimiento virginal no es una mera tradición mítica. Ni fue un acontecimiento milagroso, pese a que fue contrario a las “leyes” materiales. Profetiza la libertad de la humanidad de la dominación de la materia mediante la revelada ley del Espíritu. Fue precursor de la verdad de que la Mente creadora es el Padre y Madre de todos, con la correspondiente revelación del verdadero ser del hombre como reflejo o semejanza de esta Mente del todo amable. Esta verdad está elucidada, y se está demostrando en la curación de enfermedades mediante la Ciencia del Cristo, la Verdad.
Las circunstancias del nacimiento del Salvador fueron humildes, modestas, silenciosas. Tan silenciosas, que en esa noche extraordinaria los pastores que estaban en el campo oyeron las voces de ángeles, los mensajes de Dios, que anunciaban al Mesías. Nuestra celebración de la Navidad puede ser también humilde, reverente, radiante de gozo silencioso y gratitud. Sólo el pensamiento que escucha con devoción está preparado para oír las voces de ángeles —“Pensamientos de Dios que vienen al hombre; intuiciones espirituales, puras y perfectas”,Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 581. como la Sra. Eddy los explica — siempre anunciando la presencia del inmortal Cristo, la Verdad.
El frenesí de las actividades seculares y del comercialismo no alienta dicha actitud de escuchar. La tensión y excitación del mero entusiasmo festivo quisieran ocultarnos al Cristo sanador. La secularización de la Navidad surge de un agnosticismo insidioso que supone, en efecto, o bien que no hay Dios o que Él está ausente y que es inaccesible para la humanidad. Mas el alegre mensaje del Cristo es que Dios, el Amor infinito, siempre está disponible para que se Le conozca mediante Su Palabra, se Le escuche mediante Su Cristo, se perciba en el abandonamiento de pecados y redención de vidas, y para que Su poder se vea en curaciones físicas y en el restablecimiento de relaciones humanas.
Tales frutos confirman la presencia divina. Como Cristo Jesús dijo en respuesta a la pregunta de Juan el Bautista: “¿Eres tú el que había de venir?”: “Id, haced saber a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio”. Lucas 7:19, 22.
Si verdaderamente escuchamos el mensaje del Cristo, percibiremos que nos comunica esas cosas que reforman y transforman el carácter humano. En vez de ritos, exige devoción y comunión espiritual con Dios. Exige que los impulsos de la codiciosa ambición se sometan a móviles animados por el amor a Dios y al hombre. En lugar de orgullo y egotismo, enseña mansedumbre y humildad. Vence la conveniencia personal y la rivalidad mediante un sentido palpable del gobierno protector de Dios — el gobierno del omnímodo y perfecto Principio, el Amor — que expulsa el temor y el peligro, la improbidad y la injusticia. Cuando se escucha al Cristo, el júbilo meramente material da paso al regocijo y gratitud sinceros por el Amor infinito y por sus frutos que da al hombre. La mundanalidad y la sensualidad se retiran ante el aumento de espiritualidad, una satisfacción más pura, un gozo y paz más duraderos, un amor más intenso por las cosas del Espíritu.
La Sra. Eddy escribe: “En esta hora inmortal, todo el odio humano, el orgullo, la avaricia y la lascivia deben subyugarse y declarar el poder del Cristo, y el reino de la Verdad y la Vida divinas deben purificar y bendecir el ser del hombre”.Miscellany, pág. 257.
Uno percibe en el mensaje del Cristo una reafirmación amable e indecible del valor ante los ojos de Dios de todo individuo en su ser verdadero. Tan clara era la percepción de Jesús de la verdadera naturaleza del hombre como hijo de Dios, que sus enseñanzas comunican ese sentido de gran valor del amor del Padre. A oyentes carentes de comprensión dijo: “He aquí el reino de Dios está entre vosotros”. Lucas 17:21. A sus discípulos amablemente les explicó: “¿No se venden cinco pajarillos por dos cuartos? Con todo, ni uno de ellos está olvidado delante de Dios. Pues aun los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues; más valéis vosotros que muchos pajarillos”. Lucas 12:6,7.
La influencia del Cristo se siente en la presencia del Consolador. El mensaje consolador del Cristo es ese del Amor que socorre, infinito, tierno, sostenedor, tranquilizador. En vez de pena y detrimento, trae gozo espiritual. En lugar de esperanzas frustradas trae una percepción más clara del bien omnipresente otorgado por Dios, manifestado en infinita diversidad. Donde había soledad, la verdad brilla a través de eso en que el Salvador incorpóreo, siempre presente, es infalible — para usar las palabras de la Sra. Eddy — el “amigo de los desamparados”.Poems, pág. 75.
La presencia del Consolador prometido por el Maestro ha venido con el descubrimiento de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens). De esta nueva iluminación la Sra. Eddy escribe: “El postrer advenimiento de la Verdad será una idea totalmente espiritual acerca de Dios y el hombre, sin las trabas de la carne, o la corporeidad. Esta idea infinita de la infinitud será, es, tan eterna como su Principio divino. El lucero de este advenimiento es la luz de la Ciencia Cristiana — la Ciencia que rasga el velo de la carne de arriba abajo. La luz de esta revelación no deja nada que sea material; ni tinieblas, dudas, enfermedad ni muerte. La corporeidad material desaparece; y la espiritualidad individual, perfecta y eterna, aparece — para no desaparecer jamás”.Escritos Misceláneos, pág. 165.
