Esta pregunta y otras similares — ¿Por qué estoy aquí? ¿Hacia dónde voy?— se nos presentan a la mayoría de nosotros en alguna ocasión. Sugieren un anhelo insatisfecho de encontrar una roca sobre la cual edificar la vida, establecer la identidad, fijar la geografía de la consciencia.
Estas preguntas pueden ser también un intento de descubrir los orígenes de posibilidades limitadas, o trampas a lo largo del camino. Supongamos que una persona siente que ha heredado un cuerpo débil, dominado por la enfermedad, una mentalidad cargada de frustraciones y dudas, o una historia de pobreza y escasez que hace que estas limitaciones parezcan insuperables. Un versículo de la Biblia, que se encuentra en el libro de Isaías, nos da estas palabras de consuelo: “Mirad a mí, y sed salvos todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más”. Isa. 45:22.
La Ciencia Cristiana, que está de acuerdo con la Biblia, ofrece una solución espiritual al desconcierto y estrépito de la creencia en muchas mentes, muchos cuerpos y muchas personalidades, que rivalizan entre sí por alcanzar lugar y posición. Al fundar la Ciencia Cristiana, la Sra. Eddy fue más allá del concepto donde un mortal trata de ayudar a los demás a ser buenos y a hacer el bien. Su deseo era elevar el pensamiento a la comprensión de que Dios es la única e ilimitada causa, y que el hombre es Su ilimitado efecto; una causa y efecto cuya función es distinta pero que son eternamente uno en el ser.
¡Qué alegría es saber que, en realidad, el hombre emana de la Mente, Dios, el Amor divino! Él hereda y refleja múltiples cualidades de esta causa: inteligencia, alegría, espontaneidad, afecto. No somos mortales ya sea tratando de unirnos a Dios o de perder la sensación de que en alguna forma nos hemos separado de Él. Esta burbuja ficticia se deshace en la medida en que vivimos y utilizamos la identidad que Dios nos ha dado, la identidad que se encuentra en la totalidad ilimitada del Amor infinito.
Sería muy difícil exagerar la importancia de aceptar esta verdadera identidad, especialmente en lo que respecta a los conceptos humanos que abrigamos acerca de nosotros mismos y de los demás. La identidad del hombre no está restringida por límites, por un ciclo de vida determinado de noventa, sesenta o menos años. Su vida es Dios, reflejado, sin comienzo ni fin.
San Pablo escribió a los primeros cristianos en Corinto: “De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aún si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así, de modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”. 2 Cor. 5:16, 17. La Ciencia divina nos capacita par mirar con nuevos ojos lo que nos rodea, lo que considerábamos como nuestro origen, el lugar donde estamos y a donde deseamos ir. Aun los elementos humanos se ven bajo una nueva luz, porque todas las cosas se han renovado.
Todas las viejas creencias de limitaciones heredadas y de angustias comienzan a desaparecer bajo la luz de la declaración de la Sra. Eddy: “Dios es nuestro Padre y nuestra Madre, nuestro Ministro y el gran Médico. Él es el único pariente verdadero del hombre en la tierra y en el cielo”.Escritos Misceláneos, pág. 151.
Consideremos lo que la comprensión de este hecho puede significar para alguien que sufre de una enfermedad supuestamente heredada. La verdad de que el hombre solo puede recibir el bien de su Padre-Madre, Dios, podría hacerse tan vívida, y la consciencia tan cálida y totalmente carente de miedo, que no quedaría lugar para la creencia en el sufrimiento, o demora en la curación.
La Ciencia Cristiana nos ha dado a conocer la maravilla del Amor infinito que se revela eternamente, y esta revelación comprende la totalidad de la realidad. Cualquier aparente contradicción a esta maravilla es una incomprensión de al verdad acerca del Amor infinito. Esta incomprensión no es algo real que se tenga que suprimir; tampoco no es nada nuevo que necesite ser creado. El hombre es completo y perfecto ahora.
Al abrir las puertas de nuestro corazón a la totalidad de Dios como nuestro Padre-Madre, nos encontramos frente al umbral de un nuevo mundo de ideas y oportunidades. Las restricciones se eliminan, las ideas comienzan a fluir. Se adquiere un nuevo concepto del cuerpo, de la identidad, y comenzamos a reclamar a Dios como nuestro principio, la fuente de la cual brotamos. Los viejos hábitos de crítica y venganza comienzan a desvanecerse. Estamos aprendiendo más del Amor.
En Ciencia y Salud la Sra. Eddy dice: “No obstante, el hecho eterno de que la Vida, la Verdad y el Amor salvan del pecado, la enfermedad y la muerte permanece supremo”.Ciencia y Salud, pág. 164.
¿De dónde venimos? De nuestra fuente divina.
¿Por qué estamos aquí? Para revelar esta fuente.
¿Hacia dónde vamos? Exactamente en donde estamos: en la Vida que es invariable; en el divino “aquí”, donde el bien no está ni distante ni confuso.
Preguntémonos: ¿Estamos dispuestos a dejar que esta Vida sea la verdadera esencia de nuestros días y de nuestro ser?
¿Lo anhelamos realmente?
