Hace varios años me encontraba en lo que parecía ser un callejón sin salida en mi trabajo. No solamente me encontraba insatisfecha, sino que no estaba haciendo uso de toda la capacidad intelectual que yo sabía que podía ofrecer a mi patrono. Deseaba asistir a la escuela de graduados, pero el camino parecía obstruido porque no tenía suficiente dinero. Así que en julio, antes del comienzo del nuevo curso escolar, me encontraba sin poder ir a la escuela de graduados y encarando otro año en el mismo trabajo.
Al principio parecía que nada iba a suceder. Yo oraba cada mañana para ver más claramente que mi verdadero empleo era reflejar a Dios. Reafirmaba esta verdad espiritual varias veces durante el día y trataba realmente de expresar más esas cualidades divinas todo el tiempo, pero nada parecía cambiar.
Un día mientras almorzaba, me invadió una sensación de desesperación, abrumándome de tal manera que comencé a llorar. Al correr las lágrimas declaré vehementemente mi unidad con Dios y mi ferviente deseo de demostrar mi amor por Él sirviendo a mis semejantes en cualquier forma que se me presentar ses mismo día. Más tarde en el día recibí una llamada telefónica de una amiga que trabajaba en una universidad cercana. Me habló de un trabajo en la universidad para el que yo estaba bien preparada. Había disponible matrícula gratuita para los empleados universitarios. Solicité el empleo y lo obtuve. Como el empleo era en el mismo departamento en que yo deseaba cursar estudios posgraduados, me fue posible ir más allá de los límites del trabajo para el que fui empleada y hacer investigaciones para un importante estudio del departamento.
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