Deja que el amor vaya a la vanguardia
de tu ejército de fe
y circunde esos muros adamantinos
(los límites que se dicen tu ser).
Ve adelante. Sigue en marcha.
Durante siete vueltas de persistencia.
Toca la trompeta.
Reclama tu dominio.
Ciñe la corona por Dios otorgada.
Observa entonces esos muros,
¡se derrumbarán!
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