Las promesas divinas que aparecen a lo largo de las Escrituras tienen gran poder, porque cada una de ellas subraya el hecho cristianamente científico de la totalidad de Dios, la supremacía y omnipotencia del bien.
En 2 de Pedro, el apóstol nos asegura que por medio del poder de Dios se nos han dado “preciosas y grandísimas promesas”. 2 Pedro 1:4. Y a lo largo de toda la Biblia se nos asegura que Dios cumple Sus promesas. Sin embargo, se requiere nuestra activa participación para traer a nuestras vidas el poder de esas promesas. El libro de Salmos declara: “Confia en Jehová, y haz el bien... Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón. Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará”. Salmo 37:3–5.
Consideremos algunas de estas maravillosas promesas y la participación que requiere entendimiento, no meramente creer, y que exige obediencia a los mandamientos de Dios, no meramente profesión de fe.
El Evangelio según San Juan relata esta promesa de Cristo Jesús: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. Juan 8:31, 32.
Noten que dice si “vosotros permaneciereis en mi palabra”. Sólo si seguimos las instrucciones del Maestro de dejar lo material por lo espiritual y obedecemos sus mandatos, que vinieron del Padre, somos verdaderamente sus discípulos. Mediante la obediencia encontramos cumplida su promesa y empezamos a conocer la verdad liberadora acerca de nuestro origen espiritual e identidad real como el hijo de Dios.
Cristo Jesús veía la perfección espiritual donde los sentidos materiales creían ver imperfección. Viendo la perfección del hombre, el Salvador sanó enfermos y pecadores. A medida que permanezcamos en la palabra de Cristo Jesús, también nosotros empezaremos a percibir la perfección del hombre en nosotros y en todos los que nos rodean. De esta forma manifestaremos el poder sanador del Cristo viviente: “La divina manifestación de Dios, la cual viene a la carne para destruir al error encarnado”,Ciencia y Salud, pág. 583. como la Sra. Eddy define a “Cristo” en Ciencia y Salud. Permaneciendo en la palabra de Cristo Jesús, conoceremos la Verdad espiritual que nos hace libres. ¿Libres de qué? De todo lo que se opone a la Vida, la Verdad y el Amor. Por medio de este discipulado, encontramos curación y se cumple la promesa de Jesús.
El profeta Jeremías registra esta promesa: “Yo estoy contigo para salvarte, dice Jehová... Yo haré venir sanidad para ti, y sanaré tus heridas, dice Jehová”. Jer. 30:11, 17. Sirviendo como fundamento de esta promesa están la eterna presencia de Dios y la omnipotencia del bien. La supremacía del poder de Dios vence todos los argumentos de que existe otro poder. Y ¿qué debemos hacer para obtener los beneficios de esta hermosa promesa de curación? Estamos participando en el cumplimiento de la promesa de Dios cuando nos ponemos en Sus manos; cuando hacemos Su voluntad, no la nuestra; cuando comprendemos que somos ideas espirituales de Dios, creadas a Su imagen y semejanza. Todas estas acciones traen el poder sanador de Dios a nuestra vida.
El estudio y la investigación diarios de la Biblia y de Ciencia y Salud pronto hacen evidente que éste último — el libro de texto de la Ciencia Cristiana — es verdaderamente una “clave” de las Escrituras. Está también lleno de promesas basadas en la verdad del ser, promesas que se cumplen cuando comprendemos y demostramos esa verdad del ser. El libro de texto nos ayuda a ver lo prácticas que son las Escrituras, mostrándonos que la Palabra de Dios proporciona todo lo necesario para entender y vivir la verdad, sanando por ende la enfermedad y el pecado.
Un señor estaba sufriendo de una tos frecuente, causada aparentemente por sinusitis. Comprendiendo que necesitaba expresar el dominio que Dios le había otorgado, apartó de inmediato sus pensamientos del cuerpo físico hacia la totalidad de Dios, el bien. Y más aún, afirmó que como idea de Dios, él reflejaba la perfección del Espíritu. Pronto empezó a toser menos y luego cesó de hacerlo. Al orar, usó esta promesa que se encuentra en el libro de texto de la Ciencia Cristiana: “Estad conscientes por un solo momento de que la Vida y la inteligencia son puramente espirituales — que no están en la materia ni proceden de ella — y el cuerpo no proferirá entonces ninguna queja. Si estáis sufriendo a causa de una creencia en la enfermedad, os encontraréis bien repentinamente”.Ciencia y Salud, pág. 14.
Este cumplimiento de la promesa en la curación de esa persona demuestra la totalidad de Dios y la supremacía y omnipotencia del bien. La parte que a él le correspondió fue entender que “la Vida y la inteligencia son puramente espirituales — que no están en la materia ni proceden de ella —” y rechazar toda creencia en un problema causado por un cuerpo material.
Hacia fines de su maravilloso ministerio, Cristo Jesús hizo esta promesa: “El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también”. Juan 14:12.
Para el sanador cristiano, esto podría ser considerado como el ápice de promesas, porque Cristo Jesús sanó continua e instantáneamente. Si creemos en él y seguimos sus pasos, discerniendo la idea perfecta de Dios en lugar de la ilusión de un cuerpo material enfermizo o lesionado, espiritualizamos nuestros propios pensamientos y reflejamos más de la perfección del Amor, la Vida y la Verdad. Es por medio de nuestra activa participación cuando expresamos al Cristo que podemos hacer las obras que Jesús hizo, destruyendo el error material con la Verdad espiritual.
“Las obras que yo hago, él las hará también”. ¡Qué maravillosa promesa para quienes constantemente se esfuerzan por conocer la Verdad viviente!