Si usted hubiese nacido en el seno de una familia real y hubiese sido destinado a ser rey o reina, las preguntas clave acerca de su futuro tendrían ya respuesta aun antes de ser formuladas; preguntas tales como el lugar de su vivienda, el monto de sus ingresos, la suma de sus responsabilidades. Esto mismo se aplicaría, hasta cierto punto, si hubiese nacido en el seno de alguna familia con tradiciones muy arraigadas. Desde el comienzo, uno sería considerado el heredero de determinado tipo de actividad, de un estilo definido de vida, de una ubicación especial. Esos serían los derechos naturales de uno.
Pero para la mayoría de nosotros nuestro patrimonio no es algo tan importante. A menos que comencemos a pensar en términos de nuestro parentesco divino en oposición al parentesco humano. Entonces, el asunto del patrimonio adquiere una nueva dimensión. La Biblia dice que, como hijos de Dios, somos “herederos de Dios y coherederos con Cristo”. Rom. 8:17. Si pensamos en ello, ya hemos comprendido mucho. Puesto que somos hijos de Dios, tenemos un patrimonio espiritual, un derecho que, cuando es comprendido, produce un gran impacto en nuestra vida cotidiana.
¿Qué es lo que le pertenece a Dios? Todo en el reino de los cielos. Todo lo que es bueno, todo lo que es esencial, todo lo que es duradero. Todo el dominio, libertad, inteligencia e integridad del universo pertenecen a Dios. Como Hijo de Dios, ¿cuál era el patrimonio de Jesús? El acceso a todo lo que pertenecía a su Padre: vida indestructible, abundancia ilimitada, un estupendo poder sanador.
Y que somos coherederos con Cristo, ¿qué relación tiene esto con nuestro patrimonio? Ciertamente responde a las preguntas acerca de la naturaleza espiritual de nuestra actividad, de nuestro hogar y de nuestros deberes. Pero se profundiza aún más. Significa que también tenemos acceso a todo lo que está en el reino celestial. La vida indestructible, el sentido ilimitado de abundancia y también un estupendo poder sanador nos pertenecen y podemos reclamarlos por herencia divina. Es esta herencia lo que nos permite triunfar. De modo que, aunque Dios no nos destine al desempeño de carreras específicas, las habilidades que Él nos da y nuestro patrimonio nos proveen de todo lo necesario para realizar una excelente labor, para tener un hogar feliz, y contar con todo lo necesario.
Tal vez alguien intente cambiar su primogenitura por la de otro, tal como lo hace el príncipe en el libro de Mark Twain, El príncipe y el mendigo. En ese caso se perderían temporalmente los beneficios de esos derechos. O tal vez se pueda pensar que se ha cambiado el patrimonio espiritual por la creencia de que el hombre es material, un mortal desconocido para Dios. Aparentemente éste es el trueque que ha hecho la raza humana y que nosotros aparentemente hemos heredado.
Pero ¿podemos realmente perder los beneficios de nuestro patrimonio espiritual? No. Tal vez parezca de esa manera por un tiempo, quizás por un largo tiempo. Pero en el análisis final, el hombre, como hijo de Dios, nunca ha perdido, ni nunca puede perder su patrimonio espiritual. Esto es algo intrínseco. El verdadero patrimonio del hombre — con toda su libertad y dominio — finalmente se hará valer a sí mismo en la consciencia humana. Al igual que burbujas, emergiendo de aguas profundas, así saldrá a la superficie la verdad acerca de la filiación del hombre con Dios.
Este hecho representa una promesa formidable para todos nosotros: nuestro patrimonio espiritual es autoafirmativo. Si en algún momento llegáramos a sentirnos demasiado asustados o demasiado confundidos, aun para orar, no por ello estaremos sin ayuda divina. Aún seremos los hijos de Dios, y esa verdad, comprendida, nos rescatará. El amor de Dios por su hijo continuará impulsándonos tiernamente hacia la dirección correcta. He sentido esta influencia divina muchas veces en mi vida, sacándome de pozos profundos de confusión y temor.
La Sra. Eddy hace referencia específica al concepto de “patrimonio” solamente dos veces en Ciencia y Salud. Pero ambas menciones son sumamente ricas en significado. Hablando del hombre dice: “Su patrimonio es señorío, no servidumbre”.Ciencia y Salud, pág. 518. Y en otra parte del libro de texto escribe: “Los códigos humanos, la teología escolástica, la medicina e higiene materiales encadenan a la fe y a la comprensión espiritual. La Ciencia divina rompe esas cadenas y hace valer el derecho natural del hombre de tributar homenaje sólo a su Hacedor”.Ibid., pág. 226.
Tarde o temprano comprenderemos que vivimos en perfecta relación con nuestro perfecto Hacedor. Sin embargo, es mejor temprano que tarde. Entonces, en vez de sentarnos y esperar la salvación del Señor, podemos acelerar las cosas. No es necesario esperar a que nuestro semejante actúe como hijo de Dios para empezar a verlo como tal. El verlo correctamente lo ayudará a progresar. Y también a nosotros. Porque, al hacerlo, estaremos ejerciendo algunas de las cualidades espirituales de nuestra filiación con Dios. Podemos reclamar y poner en práctica la integridad o el dominio espiritual o cualquiera de las otras cualidades otorgadas por Dios que reconocemos ahora. Entonces, las evidencias de nuestro patrimonio — vida indestructible, un sentido ilimitado de abundancia, un estupendo poder sanador — cosas que actualmente parecen fuera de nuestro alcance, comenzarán a manifestarse obvia y naturalmente. Reclamando nuestra herencia espiritual, tendremos acceso a toda la gama del bien y de los elementos substanciales que nos corresponden como Sus herederos, en el reino de nuestro Padre.