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Hace muchos años un maestro de la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana...

Del número de septiembre de 1983 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace muchos años un maestro de la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana me hizo notar la importancia de estas palabras en Ciencia y Salud por la Sra. Eddy (pág. 402): “La Ciencia Cristiana siempre es el cirujano más hábil”. (La oración completa dice así: “La Ciencia Cristiana siempre es el cirujano más hábil, pero la cirugía es el ramo de su método curativo que será el último en ser reconocido”.) Hace algunos meses, fue para mí una felicidad probar la verdad de la primera parte de esta declaración.

Un viernes por la mañana sufrí un colapso en mi trabajo, agobiado por un agudo dolor que me vino de pronto. No podía pararme, sentarme ni acostarme con comodidad. Mis compañeros de trabajo se alarmaron, y querían llevarme rápidamente al hospital más cercano. Pero, como toda mi vida había sido Científico Cristiano, preferí confiar en la Ciencia Cristiana para obtener ayuda y curación, más bien que recurrir a la profesión médica. Así es que persuadí a mis colegas en el trabajo que me llevaran a mi casa en coche, lo cual hicieron.

A los pocos minutos me comuniqué con una practicista de la Ciencia Cristiana y con un miembro de mi iglesia filial local. La practicista inmediatamente comenzó el tratamiento por medio de la oración, y en diez minutos un compañero de la iglesia estaba a la cabecera de mi cama, leyéndome de la Biblia y de Ciencia y Salud. Esa misma tarde ya me había recuperado lo suficiente del dolor para volver a mi trabajo. Esto pareció acallar los temores de mis amistades allí. Pero al anochecer de ese mismo día se vio claramente que la curación todavía no estaba completa, y tuve que volver a la cama con bastante dolor.

La dificultad persistió durante los seis días siguientes; este período resultó, en retrospección, lleno de progreso espiritual y gran purificación de pensamiento. El dolor me venía y se iba en diferentes grados de intensidad, y a veces hasta me era difícil pensar. Mi esposa no estaba en casa entonces, pero nos comunicábamos por teléfono. Recibí gran ayuda de ella y de varios otros miembros de la iglesia, quienes me leían constantemente. Nunca me quedé solo en la casa durante largo rato. Estoy agradecido en particular por los cuidados que recibí de estos compañeros miembros de la iglesia.

Dos sugerencias mortales tuvieron que ser encaradas y vencidas. La primera fue la tentación de pensar en la cirugía para quitar lo que parecía estar causándome el dolor. Pero siempre que me venía esa sugestión, sabía que ningún cuchillo de cirujano podía llevar a cabo la espiritualización del pensamiento que obviamente se necesitaba. Ciertamente la cirugía cambiaría la situación material. Pero, por haber estado estudiando Ciencia Cristiana durante años, yo sabía positivamente que estaba encarando una crisis en el pensamiento, no en la materia, y que para esto la cirugía sería inútil.

La segunda sugerencia agresiva que tenía que ser vencida me sorprendió grandemente. Era la sugerencia de que aun la muerte sería una alternativa llena de paz para el dolor que sentía. Pero otra vez supe que, ciertamente, la muerte no era solución alguna. Como declara la Biblia (1 Corintios 15:26): “El postrer enemigo que será destruido es la muerte”. Por tanto, la muerte no puede proporcionar una solución “agradable” a ninguna clase de problema.

Me alentó la practicista a trabajar con estas palabras de Ciencia y Salud (pág. 495): “Cuando la ilusión de enfermedad o de pecado os tiente, aferraos firmemente a Dios y Su idea. No permitáis que nada sino Su semejanza more en vuestro pensamiento”.

Para el cuarto o quinto día me fue posible contraatacar con la cantidad de armas espirituales que tenía a mi disposición. Cuando el dolor parecía más severo, abría mi Biblia en los Salmos y leía en voz alta todo lo que podía encontrar concerniente a la alabanza y al agradecimiento a Dios. Llegué a la firme convicción de que fuera lo que fuera que el cuerpo material o el error tratara de decirme, nunca jamás aceptaría la sugerencia de que Dios no era omnipresente y omnipotente, o que la Ciencia Cristiana no era, en verdad, el mejor de todos los cirujanos.

Para el miércoles yo sentía, así como lo sentía la practicista, que la curación estaba ya cerca. Esa noche, cuando me encaré con el violento ataque final, la practicista se quedó conmigo hasta las primeras horas de la madrugada. La pieza estaba tan llena del conocimiento de la Verdad y del Amor que ella expresaba, que el error no tenía posibilidad alguna de triunfar. Yo no había dormido ni comido mucho en seis días, y como a la una de la madrugada me quedé dormido. Desperté a las siete de la mañana, libre de dolor. Yo sabía que la curación había sido lograda, pero estaba sorprendido por la tranquilidad con que llegó. Creo que, como Naamán, había yo esperado una solución dramática (ver 2 Reyes 5:1–14). Pero la curación llegó en la paz de las primeras horas de la mañana. Confieso que me di vueltas varias veces en la cama, para estar seguro, pero el dolor había desaparecido.

Me sentí muy bien, y pude levantarme y vestirme para ir a trabajar. Le pedí a la practicista que me siguiera apoyando por medio de la oración durante ese día, y me fue posible, sin incomodidades, completar en once horas todo el trabajo que había quedado sin hacer.

Después de volver a casa a las siete esa noche, llamé a la practicista para decirle que todo estaba bien, y que yo había podido hacer el trabajo que era necesario. Poco después, al prepararme para hacer la cena, una piedra fue eliminada de mi cuerpo completamente sin dolor. La curación fue verdaderamente completa, tanto la practicista como yo estábamos llenos de gozo por esta prueba maravillosa del amor de Dios por el hombre, y por la eficacia sanadora de la Ciencia Cristiana.


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