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Una base firme, arraigada en el Amor divino

Del número de septiembre de 1983 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


El árbol que crece fuerte y vigoroso, capaz de soportar condiciones adversas e inclemencias del tiempo, debe primero establecer sus raíces. Las raíces son la base que da vida al árbol.

De la misma manera, los individuos necesitan establecer bases que sustenten su crecimiento y progreso: bases que no puedan ser corroídas y raíces que no se puedan desarraigar fácilmente. ¿Cómo? En parte, por medio de la oración, el estudio de la Biblia, y la demostración.

Cuando oramos, el acto mismo de orar es un reconocimiento de la existencia de un poder superior. Al orar afirmamos la gloriosa verdad de que la fuente de nuestro ser verdadero es el Ser Supremo. Por último, la oración nos lleva a reconocer que la vida misma depende solamente de Dios, el Amor divino. A medida que oramos, empezamos a comprender de manera científica que el Espíritu es el creador y que la creación es, por lo tanto, espiritual; que Dios es Mente y que existe una sola Mente; que la Vida divina es omnipotente e indestructible.

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