Artículos recientemente publicados en el The Christian Science Journal y en el Christian Science Sentinel me han impulsado a repasar mi vida. Ha habido en ella grandes cambios durante los veinticinco años en que he tenido el privilegio de ser un miembro activo de La Iglesia Madre y de una iglesia filial.
En retrospectiva, puedo percibir el vacío que sin querer había aceptado (antes de conocer la Ciencia Cristiana) como representativo de mi vida. Ahora, cuando considero los preciosos años de servicio en la iglesia, las maravillosas oportunidades que se me han presentado, no puedo menos que regocijarme. Y tanto más, cuando reconozco que Dios no tiene favoritos; la puerta está abierta de par en par para todo el que desee entrar. El amor de Dios y del hombre es la puerta abierta a través de la cual todos pueden tener acceso a un renovado sentido de la Vida, con su acompañante actividad gozosa. El Amor divino es la ley de destrucción para todas las falsas pretensiones de los sentidos materiales.
La curación ha ocurrido de muchos modos en mi experiencia, algunas veces de manera instantánea. En otras ocasiones, ha sido necesaria una visión más clara de la realidad espiritual antes que la curación pudiera realizarse. He recibido maravillosa ayuda de los practicistas de la Ciencia Cristiana. También mi consciencia se ha esclarecido como resultado de un estudio más profundo de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. He tenido curaciones de gripe, dolor de muela y agotamiento, entre otras. Además, he desarrollado una capacidad para desempeñar trabajos completamente nuevos para mí, por medio de la comprensión de que es Dios quien “hace las obras” (Juan 14:10).
La curación de una erupción de la piel llamada herpe zona (zoster), ocurrió de la siguiente manera. Antes de conocer la Ciencia Cristiana, yo sufría de esas erupciones cutáneas. Años más tarde, después de haberme hecho miembro de La Iglesia Madre y de una filial, volví a sufrir de la misma molestia.
En mi angustia recordé una conversación que había tenido hacía poco con un Científico Cristiano. Esta persona había mencionado el nombre de un practicista de la Ciencia Cristiana, quien, según él, hacía un maravilloso trabajo de curación. Envié un cablegrama al practicista pidiéndole ayuda. Cuarenta y ocho horas después el dolor y el malestar habían desaparecido, y pocos días después, toda evidencia física de la enfermedad también se había desvanecido. El problema nunca volvió a presentarse, tal es el poder sanador del Cristo, el cual está tan disponible hoy como lo estaba en el tiempo de Cristo Jesús.
La necesidad de una amistad, después de la muerte de mi esposo, fue atendida inmediatamente cuando oré a Dios, y desde entonces no he dejado de sentirme maravillosamente acompañada, aun cuando todos estos años he vivido sola.
Con un corazón colmado de gratitud, puedo en verdad decir de Dios: “Me llevó a la casa del banquete, y su bandera sobre mí fue amor” (Cantar de los Cantares 2:4).
Reading, Berkshire, Inglaterra