Obtenemos nuestra corona de fidelidad a medida que alcanzamos un cristianismo puro. Y el único camino para alcanzar esta meta es cumpliendo con la ley divina expuesta en las enseñanzas y demostraciones de nuestro amado Maestro, Cristo Jesús. “La fidelidad es la base de la fe iluminada. Sin preparación para la santidad, no podemos recibir la santidad”,Ciencia y Salud, pág. 15. explica la Sra. Eddy en Ciencia y Salud.
La obra de Cristo Jesús no tiene parangón en la historia de la humanidad, y nadie podrá restarle importancia. Su obra fue, entre otras cosas, la demostración completa y absoluta de fidelidad.
Fidelidad a las enseñanzas del Maestro conduciría a la cumbre del Monte Horeb, al reino de la sabiduría divina. Pero para el corazón enfermo de la humanidad, sus palabras parecían oscuras, difíciles de entender.
Cristo Jesús sabía que la comprensión espiritual era necesaria para que el camino de la ascensión espiritual y la ansiada libertad pudieran aflorar en la raza humana. Él también reconocía esa dureza de corazón que impedía a la raza humana el conocimiento de la Mente inmortal. Había sido el objeto del maltrato de la mente carnal, la cual rechazaba el mensaje que él traía.
Sabía que el pensamiento humano tenía que volverse más espiritual para poder obtener la verdad que emanaba de sus profundas y concienzudas enseñanzas. Él predijo que este conocimiento alborearía en el pensamiento de los individuos a través del Consolador, que sería comprensible para el entendimiento humano. Ver Juan 14:25, 26.
Y esta profecía se cumplió. Como resultado de su entrañable amor y fidelidad a Dios, la Sra. Eddy fue elegida para bendecirnos por medio de su descubrimiento del Consolador, la Ciencia divina.
Las reglas y conceptos espirituales de la Biblia fueron aclarándose en su intelecto espiritualizado. Esto la capacitó para escribir el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud. Este libro nos permite demostrar la realidad de las enseñanzas de Cristo Jesús y sanar a los enfermos y pecadores, hacer que los cojos caminen, que los ciegos vean y que los mudos hablen.
La fidelidad es constancia; firmeza de ánimo; devoción y amor a Dios; lealtad, sinceridad y honradez. Todos necesitamos esta fidelidad.
Para demostrar en nuestra vida la sustancia e inteligencia de la Mente y para edificar en la consciencia el santuario del Amor, estamos divina y fielmente obligados a entender la ley creativa que sostiene al universo; entender al creador y gobernante absoluto de todo lo que existe; y la relación entre ese omnímodo bien, Dios, y Su idea, el hombre.
Las Sagradas Escrituras establecen que Dios es Todo–en–todo y que no hay otro poder; que Él es Amor, omnipotente y omnisciente. Dios es Uno y absoluto. Este Ego, este gran Yo soy, Señor del cielo y de la tierra, es continuamente reflejado por Sus perfectas y armoniosas ideas.
Así, por ejemplo, el Amor sólo puede expresar amor; y el hombre, la idea del Amor, sólo puede reflejar al Amor. La ternura, paz y poder con que Cristo Jesús resucitó a los muertos, calmó las olas, caminó sobre las aguas y dio de comer a cinco mil almas, no admite rencores, discordia ni odio.
El hombre es la imagen de la Vida eterna, y, por tanto, es inmortal, completamente exento de toda influencia errónea. Está sujeto sólo al Amor divino, expuesto sólo al bien. No está formado por ningún elemento material. Es la expresión infinita de la Verdad infinita.
No hay fuerzas internas o externas que puedan atacar la individualidad del hombre o perturbar su salud, armonía y perfección. La Vida es Dios, el Espíritu; y el verdadero ser del hombre es espiritual, no material.
Entonces, es bueno que reflexionemos: Debido a que Dios es la justicia eterna; que Él Se manifiesta mediante Sus ideas, que son completamente perfectas, armoniosas y buenas; que el hombre es Su idea más elevada, a quien Él da vida, armonía, y, por reflejo, dominio sobre todo lo que existe; y que somos en verdad ese hombre, ¿por qué no gozar de los privilegios que ese supremo creador nos ha otorgado?
¿Debemos acaso permitir que la incredulidad, la falta de fidelidad, la falta de entendimiento, nos separe de la omnipotencia de Dios y nos someta al temor y a la discordia de los sentidos materiales? Éstos nos hipnotizarían, haciéndonos creer que la sensación está en el cuerpo, en la materia.
El Cristo, la Verdad, alborea en la consciencia por medio del estudio, el entendimiento y la demostración de la divina ley creativa. “La Mente divina legítimamente le exige al hombre toda su obediencia, afecto y fuerza. No se hace reserva para lealtad menor alguna”,Ciencia y Salud, pág. 183. explica Ciencia y Salud.
A medida que la humanidad vaya abandonando el camino material y aumentando su conocimiento de la realidad del ser — es decir, que vacíe su copa del sentido material y la llene con el agua pura y cristalina del evangelio del Amor divino — las falsas y mesméricas creencias del error serán eliminadas. El modo de alcanzar esto es mediante la fidelidad al Amor divino expresada en amor al prójimo.
Tenemos que comprender este mensaje de las palabras bíblicas: “.. . el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” 1 Juan 4:20.
Porque, ¿de qué forma demostramos que amamos a Dios? ¿Odiando, con rencores, vanidades, idolatrías, falsos prejuicios? ¿O cuando, por medio del Amor, liberamos a nuestro hermano de las cadenas que lo atan al pecado, la enfermedad y la muerte?
Si amamos a nuestro hermano como a nosotros mismos, ¿podemos hacerle daño? ¿Podemos hurtarle algo, o decirle mentiras o engañarlo? ¿Podemos codiciarle su esposa o sus bienes?
La única realidad es el Amor; y para vivirlo, expresarlo y gozar de su bondad, debemos abandonar, paso a paso, la creencia de que hay vida en la materia, y ser fieles a la ley espiritual que alboreó en Moisés e iluminó a la humanidad por medio del amor del Maestro, Cristo Jesús.
Debemos escalar la cuesta por el camino señalado por el Consolador — la Ciencia divina — con disciplina, abnegación, paciencia, y, sobre todo, amor y fidelidad. Entonces escucharemos el mensaje celestial de la parábola del Maestro: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré”. Mateo 25:21.
