Algunas historias de la Biblia se leen tantas veces que finalmente uno tiende a pasarlas por alto. El lector concluye diciendo: “Todo esto ya lo escuché”. Entonces, de repente, esos acontecimientos familiares se iluminan con la luz de un nuevo significado, un significado que siempre estaba allí, esperando ser descubierto.
Esto me pasó recientemente con el noveno capítulo del Evangelio según San Juan. Básicamente, yo había estado leyendo únicamente la trama de este relato, que nos describe cómo Cristo Jesús sanó al hombre que estaba ciego desde su nacimiento.
Los hechos son significativamente claros. Jesús vio a un hombre ciego, y sus discípulos le preguntaron si los pecados del hombre o los de sus padres habían causado la ceguera. Jesús dijo: “No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él... Entre tanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo”.
Y luego la Biblia nos dice: “Escupió en tierra, e hizo lodo con la saliva, y untó con el lodo los ojos del ciego, y le dijo: Vé a lavarte en el estanque de Siloé (que traducido es, Enviado). Fue entonces, y se lavó, y regresó viendo”. Ver Juan 9:1–7.
Aparentemente es una historia sencilla. Pero mientras la leía esta vez, me asombré de cuántas creencias dañinas Jesús refutó y erradicó al sanar a ese hombre. No fue solamente la ceguera, que era el aspecto superficial del fenómeno. Jesús probó que algunas de las creencias más tiránicas de la existencia humana — materia inteligente, incapacidad permanente, herencia, temor, prejuicios religiosos, crueldad — no tienen poder.
Utilizó varias acciones simbólicas. Sin duda, Jesús podría haber sanado al hombre instantáneamente, como lo había hecho con muchos otros. Pero la narración sugiere que procedió cuidadosamente a fin de ilustrar importantes puntos acerca de esta curación a medida que ésta se iba logrando.
Lo que en realidad iba sucediendo está explicado en lo que la Descubridora y Fundadora de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), Mary Baker Eddy, escribe sobre esta curación del Maestro: “Cuando por medio de la Mente, le devolvió la vista al ciego, escupió, figurada y literalmente, sobre la materia; y, untando el herido espíritu con la gran verdad de que Dios es Todo, demostró el poder sanador y la supremacía de la ley de la Vida y el Amor”.Escritos Misceláneos, pág. 258.
¿Acaso estaba Jesús a través de este hecho refiriéndose a la alegoría de la creación de Adán — que fue formado “del polvo de la tierra” Gén. 2:7.— para mostrar así la libertad del hombre de la materia y sus limitaciones? La incapacidad del hombre no provenía, fundamentalmente, de errores cometidos por él o por sus padres, sino del sueño-Adán, de la creencia equivocada de que el hombre es producido por la materia, vive en la materia y sirve a la materia.
La Ciencia Cristiana, que sigue las enseñanzas de Jesús, sostiene que la figura de Adán es una ilustración de todo lo que el hombre no es. El hombre, tal como se declara en Génesis 1, es la imagen y semejanza de Dios.
La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras: “El origen de toda la discordia humana fue el sueño-Adán, aquel sueño profundo en el cual se originó la ilusión de que la vida y la inteligencia procedieron de la materia y entraron en ella”.Ciencia y Salud, págs. 306–307.
El Evangelio nos dice que, al obedecer las instrucciones de Jesús, el ciego vio. Pero esto no es el final del relato. La curación del hombre no lo llevó súbitamente a una “eterna felicidad”. Tuvo que enfrentar otro tipo de problemas. Fue llevado ante los fariseos para explicar qué le había sucedido. Ellos estaban disgustados porque Jesús lo había sanado en el día de reposo, lo que significaba quebrantar las leyes de ellos. El hombre respondió con sinceridad, pero los que lo interrogaban no le creyeron. De modo que llamaron a sus padres para verificar que él había sido ciego desde su nacimiento y que relataran cómo había ocurrido la curación. Los padres, por temor al poder de los fariseos, respondieron ambiguamente. Dijeron: “Pero cómo vea ahora, no lo sabemos;... preguntadle a él; él hablará por sí mismo”. Juan 9:21.
Pero el hijo no tuvo miedo de los fariseos. Después de todo, él acababa de ser sanado de lo que él creía que iba a ser una incapacidad de toda una vida. Nuevamente, él les respondió con sinceridad, y cuando ellos persistieron en sus preguntas, los desafió diciendo: “Ya os lo he dicho, y no habéis querido oir; ¿por qué lo queréis oir otra vez? ¿Queréis también vosotros haceros sus discípulos?” Juan 9:27.
Como resultado, los fariseos lo expulsaron de la sinagoga. Lo hicieron a modo de castigo, pero, en realidad, el hombre recibió una recompensa que sobrepasó su curación de ceguera. Jesús lo encontró y le dió una nueva base sobre la cual el hombre podía poner su confianza en la religión. El Maestro se reveló a sí mismo como el Hijo de Dios, y de esta manera indicó el poder por el que se había efectuado la curación de ceguera. El hombre creyó, y honró al Cristo.
En Ciencia y Salud se declara: “Admitir para sí que el hombre es la semejanza misma de Dios, deja al hombre en libertad para abarcar la idea infinita”.Ciencia y Salud, pág. 90. Por medio de esta curación, Jesús ilustró a sus seguidores de los tiempos bíblicos, y a todos los que leen el relato hoy en día, que la luz espiritual que él expresó puede liberarnos de muchas maneras, y sanar tanto la ceguera física como la espiritual. Probó que ni la incapacidad ni la herencia, ni el temor ni el prejuicio farisaico, pueden mantenernos en cautiverio. Podemos volvernos a la luz, ver claramente, y ser libres.
