Cuando la noticia de la resurrección de Jesús comenzó a circular, sus seguidores reaccionaron de diferentes maneras. Pedro y Juan corrieron hacia la tumba; María estaba fuera llorando; y Tomás no lo pudo creer hasta que Jesús se apareció delante de él persona y le mostró sus manos y su costado. La admonición del Maestro a Tomás fue: “Porque me has visto... creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron”. Juan 20:29.
¿Qué es lo que nos convence de la presencia del Cristo? Algo más allá del testimonio del sentido físico. Por supuesto, nos regocijamos en la curación y en la liberación del sufrimiento. Pero en esta época, como en el tiempo de Jesús, muchos de los que son sanados no son después seguidores de Cristo. No se dan cuenta del significado total del acontecimiento.
Se necesita despertar espiritualmente para reconocer la presencia divina. De los diez leprosos que Jesús sanó, sólo uno realmente percibió el poder del Cristo. La Biblia explica esto en 1 Corintios: “Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios”. 1 Cor. 2:9, 10.
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