Nuestra percepción actual de la identidad humana es realmente una perspectiva limitada, es como una vista desde el pie de la montaña hasta que gradualmente la consciencia se eleva hacia el reconocimiento total de nuestra perfección presente y eterna como imagen del Espíritu.
Lo que denominamos humano no es enteramente mortal ni enteramente divino. En la página 115 de Ciencia y Salud, la Sra. Eddy describe los estados de pensamiento o cualidades de transición, que conducen de esas vistas desde el pie de la montaña (la opinión que abrigamos de que somos en parte buenos y en parte malos) hacia percepciones más claras y más elevadas de nuestra verdadera identidad incontaminada como hijos e hijas espirituales de Dios.
El mandato es que nos desprendamos de los rasgos malignos o creencias, y preservemos y fomentemos los buenos, es decir, las cualidades de Dios. ¿Acaso podemos desligarnos de los rasgos que producen desdicha? ¡Por cierto que sí! aunque a veces necesitemos paciencia. Tal vez necesitemos aferrarnos al bien, mientras que se produce el desarrollo natural incitado por el Espíritu. Tal cual lo ilustra la parábola de Cristo Jesús sobre el trigo y la cizaña, Ver Mateo 13:24–30. a menudo tenemos que permitir que el mal y el bien crezcan juntos durante cierto tiempo, hasta que el progreso moral traiga el día de la cosecha. Entonces el mal es reconocido como tal, y puede ser destruido. No obstante, el proceso de madurez no puede ser apresurado ni forzado, puesto que las tentativas impulsadas por la ansiedad y la voluntad humana logran poco adelanto para efectuar el cambio.
La Sra. Eddy aconseja en The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany: “Debemos renunciar con gracia a lo que se nos niega, y seguir adelante con lo que somos, ya que no podemos hacer más de lo que somos ni comprender lo que aún no está madurando en nosotros. Hacer bien a todos porque amamos a todos, y poner al servicio de Dios el único talento que tenemos, es nuestro único medio de acrecentar ese talento y el mejor modo de silenciar el profundo descontento por nuestros defectos”.Miscellany, pág. 195.
Del mismo modo que podemos resistir al deseo de desarraigar prematuramente las cizañas del mal en el carácter, así también podemos resistir la tentación de abandonar el campo de batalla. Aun si en nuestra consciencia el bien parece apenas perceptible, nunca deberíamos renunciar a nuestros esfuerzos por lograrlo. Jamás deberíamos detenernos en nuestro intento de reforma porque pensemos que simplemente no vale la pena. Siempre podemos descubrir algo bueno en el pensamiento, cultivarlo persistentemente y, con plena confianza, mirar hacia el momento de fruición. “Imposible”, exclamamos, “personas como yo no tienen salvación”.
Saulo, el entusiasta perseguidor de la Iglesia cristiana primitiva, fue redimido aunque, al comienzo, aun los discípulos mismos en Jerusalén rehusaban creer en las nuevas acerca de su conversión. Naturalmente Saulo no fue transformado en un momento. Posteriormente a su encuentro revitalizador con Cristo en el camino a Damasco, Pablo (como fue llamado después) pasó muchos años en Arabia, Cilicia y Siria, años sobre los cuales casi no tenemos documentación. Indudablemente su carácter se iba reformando durante la época relativamente apacible de su aprendizaje, enseñanza y práctica del camino de Cristo. Sólo entonces comenzó sus viajes misioneros tan difundidos, aportando testimonio con estremecedora convicción en las sinagogas de Asia Menor y extendiendo a Europa su extraordinario ministerio a los gentiles.
Ciertamente que Pablo no fue redimido simplemente por haber cambiado su opinión de sí mismo como mortal. El haber actuado sobre la base de la creencia material y las normas personales del bien y del mal, ya lo habían desviado demasiado. Mas su visión del Cristo, la Verdad, presentó una norma enteramente nueva e invariable para su pensamiento y manera de actuar: una visión de la estatura del hombre perfecto, que elevó sus conceptos por encima de los ideales personales de lo correcto e incorrecto. El celo religioso que le producía satisfacción personal dio lugar a una nueva percepción del amor de Dios por el hombre.
Ni aun el carácter de Pablo fue reformado por medio de la mera determinación. A pesar de la energía humana ilimitada que Pablo demostraba regularmente, el cambio que se había operado en él fue a través del poder de Dios, el bien, al cual sometió toda su voluntad. La meta, la fuerza impulsora, ciertamente la base misma de la reforma, son divinas. Leemos en Miscellany, lo siguiente: “No podemos rehacernos, pero sí podemos hacer lo mejor de lo que Dios creó”.Ibid., pág. 288.
Lo que Él ha creado es el hombre, el reflejo completo y preciso de Sí mismo y de Su propia naturaleza. De manera que para reformar al ser humano, comenzamos por reconocer la verdadera identidad del hombre que es la del hijo de Dios tiernamente amado, y nos esforzamos por reemplazar la creencia en todo elemento de identidad ilusoria mortal, con el entendimiento y práctica de esta identidad verdadera. Aunque la perfección es nuestra meta, no comenzamos borrando lo que hemos sido anteriormente. Cernimos los materiales en la consciencia, reteniendo lo que podemos reclamar y rechazando lo que no nos pertenece.
En el caso de Pablo, era mucho lo que debía salvarse. Él se había sometido a un riguroso entrenamiento para ser un rabino. Un conocimiento profundo de las Escrituras, así como el desarrollo de un intelecto vivaz y un buen dominio de las palabras durante esos años, le ayudaron a prepararse para predicar a judíos piadosos, griegos sofisticados, estadistas y líderes militares, en el lenguaje de la vida diaria y manera de pensar de cada uno de ellos. La temprana experiencia de Pablo lo preparó para escribir a las nuevas iglesias cristianas sus consejos claramente razonados, y para hablar persuasivamente sobre los puntos en controversia de la doctrina. Aun sus primeros viajes demostraron indudablemente ser muy valiosos pues como cristiano emprendió expediciones misioneras a gran parte del conocido mundo de entonces. Obviamente era el espíritu de Cristo, la Verdad, lo que motivó a Pablo, inspirando sus palabras y guiando sus pasos.
Las siguientes líneas de Isaías describen la conversión de Pablo: “Y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces”. Isaías 2:4. La espada que buscó penetrar la idea del Cristo ahora convirtió el terreno de los corazones humanos arrepentidos, dio forma a las viñas de conocimiento espiritual en desarrollo. La mentalidad que había sostenido la represión y derramamiento de sangre, aportaba ahora paz y renovación espiritual.
Lo mismo puede ser cierto respecto a nosotros. Y aunque el camino de la reforma a veces pueda parecer largo y duro, la resolución firme, el gozo, la serenidad, la resistencia espiritual y la jovialidad aceleran nuestro progreso. También el arrepentimiento, el bautismo y la regeneración — que constituyen una tríada muy importante — son un punto clave.
Cualquiera que sea nuestro logro espiritual actual, todos necesitamos arrepentirnos. Esto significa mucho más que sentir pesar por ciertos pensamientos y actos pecaminosos y rehusarnos con toda determinación a consentir en ellos por más tiempo. Eso fácilmente lleva a un tira y afloja mental con el pecado, donde a veces ganamos batallas por mantenernos muy firmes contra la tentación, y otras perdemos la batalla por falta de reservas espirituales. Lo que se requiere es un cambio fundamental. Necesitamos efectuar un cambio radical, transformar nuestra manera de pensar y actitudes basadas en adoración material por la confianza en el Espíritu como la única realidad.
También es preciso el bautismo. Y para ayudarnos a reconocer y experimentar la corriente purificadora del amor y la verdad que Dios constantemente vierte en el pensamiento humano, podemos sumergirnos en la exploración diaria rigurosa de la Biblia y de las obras de la Sra. Eddy, y sumergirnos en momentos de oración silenciosa para escuchar a Dios. La purificación exige consagración. Requiere que concentremos las energías mentales en las cosas del Espíritu, que nos despojemos de lo frívolo y trivial en nuestra vida y que cambiemos algunas de nuestras actividades orientadas hacia nosotros, por las que abrazan y bendicen a nuestra familia, comunidad, nación y a toda la humanidad.
Finalmente, necesitamos la regeneración. En cierto sentido, ello significa edificarnos. Cuando reformemos nuestro trabajo sobre un modelo espiritual, impecable, hallaremos la imagen de nuestro Padre-Madre celestial evidenciándose gradualmente en nosotros, suavemente, paso a paso hasta que nuestra perfección original es demostrada. El libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, nos asegura que los esfuerzos que hagamos hora tras hora nos conducirán al éxito: “Simplemente pedir que podamos amar a Dios, nunca nos hará amarle; pero el anhelo de ser mejores y más santos, expresado en vigilancia diaria y en el esfuerzo por asimilar más del carácter divino, nos modelará y formará de nuevo, hasta que despertemos a Su semejanza”.Ciencia y Salud, pág. 4.