Uno de los grandes propósitos del cristianismo es guiarnos compasivamente fuera del pecado y de la condenación del pecador. El aceptar el Cristo, y la regeneración que esto incluye, reemplaza la condenación con la confianza en el firme amor y cuidado que Dios tiene para con nosotros, Sus ideas espirituales. Un himno del Himnario de la Ciencia Cristiana manifiesta este tierno propósito:
Perverso y necio, me extravié,
pero encontrarme supo,
y tierno, sobre Su hombro fiel
hasta el redil me trajo. Himnario, N.° 330.
Esta estrofa evoca la parábola de la oveja perdida, descrita por Cristo Jesús. Una oveja se descarrió del rebaño hasta que se perdió. El pastor dejó las otras noventa y nueve ovejas y fue tras la que se perdió, y no se detuvo hasta que la encontró y la devolvió al rebaño. Ver Lucas 15:1–7.
La parábola de Jesús ilustra el gran y misericordioso amor de Dios por Su amado hijo. Cada individuo es inapreciable para Él. A pesar de dónde estemos o qué hayamos hecho, el gran propósito de Dios a través del Cristo es el de corregirnos y sacarnos de nuestro delito. A través de la reforma y la regeneración ganamos la confianza para establecer nuestra vida sobre bases más espirituales.
La Ciencia Cristiana nos permite descubrir nuestras faltas y corregirlas. También elimina la condenación y recriminación explicando la verdadera naturaleza del pecado como irreal. Cuando entendemos la irrealidad del pecado, y la demostramos mediante la reforma, quedamos libres de cualquier atracción falsa que el pecado pueda tener sobre nosotros. Comenzamos a discernir cuán infructuosa es una vida llena de pecado. También nos damos cuenta de que Dios en Su perfección no creó ninguna forma de error. No existe ningún pecado en el hombre que Él creó a Su imagen ni en el ambiente que Él creó. El mal es una mentira acerca de Su hombre y Su maravillosa creación: una mentira creada o inventada sólo en creencia. Dado que el pecado no es creado por Dios, en consecuencia, no tiene poder de permanencia, no tiene poder de influir, o de, finalmente, destruir al hombre que Dios, el Amor divino, creó. A medida que progresivamente aceptamos este hombre como nuestra verdadera identidad, estamos mejor posibilitados de demostrar la espiritualidad que nos libera de las tentaciones de pecar.
Dado que el pecado no es de Dios, ciertamente no puede ser parte del propósito que Él tiene para el hombre. Por consiguiente, la apariencia de pecado en la experiencia de cualquier persona no puede perdurar. Y finalmente ella debe volverse del pecado. Este hecho nos permite acercarnos a cada individuo con confianza, sabiendo que el pecado no tiene poder real y que el tal llamado pecador puede percibir esto y ser así restituido al plan que Dios tiene para él.
A través de la acción del Cristo, la Verdad, ganamos la purificación que extirpa el pecado, descubre nuestra naturaleza real y reforma nuestra vida. Cuando abandonamos el pecado de esta manera, dejamos de incurrir en la condenación que inevitablemente acompaña al pecado mismo. De esta manera, la Ciencia Cristiana nos permite entender por qué no necesitamos condenarnos o condenar a otros. Nos lleva hacia el conocimiento sólido de que la realidad, o el verdadero sentido de la existencia, descansa en Dios y en su magnífica bondad. Explicando el eterno hecho de que la creación de Dios es inmaculada, pura, la Sra. Eddy declara en Ciencia y Salud: “Toda realidad está en Dios y Su creación, armoniosa y eterna. Lo que Él crea es bueno, y Él hace todo lo que es hecho. Por tanto, la única realidad del pecado, la enfermedad y la muerte es la terrible verdad de que las irrealidades parecen reales a la creencia humana y errada, hasta que Dios las despoja de su disfraz. No son verdaderas, porque no proceden de Dios”.Ciencia y Salud, pág. 472.
Cuando hacemos frente al pecado, podemos sentirnos seguros y mantener en nuestro corazón el conocimiento de que el error no es ni verdad ni capaz de condenar al hombre, porque no es de Dios. Dado que este hombre es nuestra naturaleza real, podemos reclamar y probar nuestro dominio sobre la tentación de pecar. El aceptar que el pecado es real nos separa de Dios y nos hace continuar en el pecado porque creemos que somos mortales sin esperanza y esclavizados. El entender que el pecado es irreal nos permite sentir y reconocer la presencia de Dios en nuestra vida, y que somos merecedores de este gran amor. Este reconocimiento nos da el valor que necesitamos a fin de dar la espalda al pecado y tomar las medidas correctivas que sean necesarias. Ciencia y Salud nos da la base espiritual para hacer los cambios necesarios, cuando dice: “La confianza inspirada por la Ciencia descansa en el hecho de que la Verdad es real y el error es irreal. El error es un cobarde ante la Verdad”.Ibid., pág. 368.
Dado que cualquier error o pecado es un cobarde, no necesitamos estar temerosos de corregirlo. Esto puede significar, entre otras cosas, admitir una falta y dar una disculpa a alguien que hayamos ofendido, terminar con una relación insana o inmoral, o dejar la puerta abierta para el retorno esperado de un errante. En la medida en que corrijamos la iniquidad, sentiremos una vez más en nuestra vida la presencia del amor y de la bondad activa de Dios.
A medida que entendemos más claramente la pureza del amor de Dios para con nosotros y nuestra innata perfección como Sus amadas criaturas, nuestra actitud cambia, y nuestra vida emprende un propósito constructivo. No nos dejamos influir tan fácilmente por la tentación porque estamos poniendo nuestra vida sobre una base más profunda y más espiritual. La Sra. Eddy dice de este proceso de reforma: “El pecador no tiene refugio alguno contra el pecado, a no ser en Dios, que es su salvación. Sin embargo, tenemos que comprender la presencia, el poder y el amor de Dios para ser salvados del pecado. Esta comprensión le quita al hombre su afición por el pecado y el placer que encuentra en ello y, por último, disipa el dolor que proviene del mismo. Luego como finale en la Ciencia, sucede lo siguiente: El pecador pierde su sentido de pecado y alcanza un sentido más elevado de Dios, en quien no existe el pecado”.La Unidad del Bien, pág. 2.
El alcanzar este “sentido más elevado de Dios” naturalmente pone de manifiesto el sentido agradecimiento que lo acompaña y completa. En la parábola anteriormente mencionada, la alegría en la tierna relación compartida por el pastor y la oveja se derramó y fue compartida por otros, enriqueciendo muchas vidas. Cuando el pastor volvió a casa con la oveja perdida segura sobre sus hombros, reunió “a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido”. Lucas 15:6. Ninguna condenación echó a perder la gozosa celebración del triunfante regreso al hogar.
Así es con cada uno de nosotros. Podemos también regocijarnos y encontrar paz permanente en la declaración bíblica: “Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios”. 1 Juan 3:21. A través del arrepentimiento y de la reforma que realmente prueban que el pecado es irreal, podemos obtener un sentimiento de gratitud por haber sido librados de la agonizante culpa del pecado. Y podemos tener confianza en un presente y un futuro llenos del feliz conocimiento de que Dios cuida de nosotros constantemente.
