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La primera vez que oí algo acerca de la Ciencia Cristiana fue...

Del número de febrero de 1984 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La primera vez que oí algo acerca de la Ciencia Cristiana fue cuando, siendo todavía una niña, oí a mi querido padre leer en una publicación algunas informaciones despectivas sobre esta Ciencia. Después, a los diecinueve años, me regalaron un ejemplar del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. Inmediatamente lo devolví, porque creí que eran sólo charlatanerías. Sin embargo, yo había sido testigo de un cambio para bien en el carácter de la persona que me había regalado el libro; esto me hizo pensar que la Ciencia Cristiana debía de tener algo de valor. Por esa razón pedí a la persona que me había regalado el libro, que me lo devolviera. Empecé a leerlo, y esta vez no pude dejarlo; sencillamente embebí su mensaje sanador. ¡Tenía deseos de dar a conocer mi gratitud a gritos desde las azoteas! Pero la sabiduría me ordenó guardar silencio, y en vez de eso, vivir la Verdad.

Desde entonces toda la familia ha sido beneficiada por el estudio de la Ciencia; ha habido mucho progreso en mi carácter, mi abuela recibió gran consuelo y mi madre sanó de lo que podría llamarse degeneración mental gradual. Mi madre también sanó de “temporadas de silencio”, períodos durante los cuales no le hablaba a nadie. Después, ella me dio las gracias por liberarla de esta falsa peculiaridad. Una hermana mía sanó instantáneamente de terribles dolores de cabeza; la otra sanó rápidamente de estreñimiento crónico, y en otra ocasión, de un hueso fracturado en el pie. Un hermano mío sanó de herpes, y el otro continúa derivando mucha felicidad de su estudio de Ciencia Cristiana.

Mi primera curación por medio de la Ciencia Cristiana fue la de una pesadilla recurrente. También me hace feliz testificar que he sanado de eczema, de resfriados, de sordera incipiente y de los efectos de varios accidentes. Mi madre, a la edad de noventa años, se quebró el fémur; pero sanó rápidamente y caminó sin ayuda de bastón alguno.

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