Una revista recientemente informó sobre el perturbador renacimiento de la creencia en el diablo. Los periodistas trataron de encontrar el porqué del resurgimiento de este interés en lo que convenientemente clasificaron como una figura de mito.
Entrevistas con eruditos pusieron en claro etapas en la historia de esta imagen del diablo, la cual surgió durante la época anterior al Nuevo Testamento, quizás como una figura forjada por la nación judía para tener a quien culpar de sus constantes infortunios.
El artículo continúa haciendo un paralelo contemporáneo: “A pesar de la alta promesa de la ciencia, de la tecnología y de otros dioses tribales de la era moderna, el mal persiste en una escala verdaderamente aterradora. Bajo tales circunstancias, observa Peter Williams, especialista en historia religiosa norteamericana, de la Universidad Miami en Ohio, la creencia en un amenazador Diablo personal ‘es una forma de enfocar la ansiedad respecto a una difundida amenaza. Es algo de lo cual uno puede aferrarse para explicarlo todo’ ”. Kenneth L. Woodward y David Gates, “Giving the Devil His Due”, Newsweek, 30 de agosto de 1982, pág. 74.
¿Pero puede tal personificación del mal proveer algún fundamento para vencer el mal?
No. Sin embargo, una correcta comprensión de que Dios, el bien, es Todo, y que el diablo y el mal son mitos ilusorios, puede tener marcados resultados en quien practica esta comprensión al desechar el temor y la complacencia en el mal. La Ciencia Cristiana explica que Dios es Espíritu infinito, una sola Mente, el Ser perfecto. Por consiguiente, el diablo — alias el pecado, la enfermedad, la discordancia, la muerte, la materia, el materialismo, la mente mortal, el sentido personal o el mal — es demostrablemente una imposibilidad.
Se ha creído que el sentido diabólico del mal atrapa al hombre en su dominio, aterroriza a la gente con el infierno y apresa al pecador en sus garras. Un concepto mortal y pecaminoso acerca del hombre es, por cierto, inseparable de la pretensión del mal, pero, en la realidad, el hombre es impecable e inmortal. La verdad es que Dios incluye al hombre como Su reflejo. El hombre a semejanza de Dios no está sujeto al mal, sino a Dios. Sin lugar a dudas, el infierno es tormento, pero es enteramente un estado mental autoimpuesto, una ilusión. La verdadera morada del hombre es la morada que provee Dios — el cielo, la armonía — y ni Dios, ni el hombre ni el cielo pueden ser invertidos, pervertidos o revertidos.
Por supuesto, el meramente decir que Dios es el Ser Supremo, como las Escrituras dan a entender, y, superficialmente admitir que Dios es Uno y Todo-en-todo, no es suficiente. Debemos comprender que, en realidad, no hay nada aparte de Dios; que no hay diablo, ni mal, ni infierno. Solamente en la medida que conducimos nuestra vida de acuerdo con esta comprensión espiritual, nuestra verdadera individualidad, exenta de todo mal, emerge con un efecto sanador para nosotros mismos y para nuestra sociedad.
El diablo era una imagen popular en la época de Cristo Jesús; pero el Maestro no le rindió homenaje a esta figura parlante, como se define la pretensión de algo opuesto al Ser Supremo. Cuando Jesús estaba solo en el desierto antes de iniciar su ministerio, respondió con un total rechazo tanto a la tentación como al concepto de un tentador. No es de admirarse, entonces, que su encuentro con la creencia en el mal terminara de esta manera: “El diablo entonces le dejó; y he aquí vinieron ángeles y le servían”. Mateo 4:11.
Posteriormente Jesús definió al diablo como “mentiroso, y padre de mentira”. Juan 8:44.
La Sra. Eddy dice de Jesús: “Su definición del mal indicó su capacidad para expulsarlo. Un concepto incorrecto de la naturaleza del mal impide la destrucción del mal”.No y Sí, págs. 22–23.
Podemos estar seguros de que nuestra comprensión de que el mal no es nada más que una mentira pretendiendo ser verdad, fortalecerá nuestra capacidad para destruir el mal. Esto puede darnos las soluciones para los mismos males que han llevado a la gente a buscar alivio restableciendo el mito del diablo para poder tener a quien culpar de sus propios fracasos al no poder vencer la creencia en el mal.
Hacer del mal una personalidad llamada diablo y culparlo por nuestros errores sólo parece proveer un salida fácil. En realidad, el personificar el mal nos da un duro camino a cavar. Si creemos que el mal puede ser otra cosa que una mera mentira, nos exponemos, tanto como lo aceptemos, a los caprichos de una autoestablecida fantasía. Nos encontramos en un infierno de nuestra propia imaginación e imposición. Pero la salvación está tan cerca como el despertar espiritual.
Los esfuerzos por explicar o eliminar el mal como si fuera una causa real que produce efectos reales, no son cristianos y, por consiguiente, fallan en liberarnos de nuestros conceptos erróneos. Por otra parte, el comprender el engaño del mito del diablo lo suficientemente como para privarlo de algún creyente, es un paso hacia la demostración de nuestro dominio otorgado por Dios sobre toda creencia en el mal.
Es indiscutiblemente erróneo ignorar que el mal pretende ser diabólico; es erróneo también decir que el diablo no existe y al mismo tiempo caer en tentación. Pero es igualmente erróneo tomar una actitud hacia uno mismo de “soy tan bueno”, y hacia otro “él es un vil monstruoso”, contradiciendo así el bien que todo lo incluye y que Jesús respetaba, cuando dijo: “Ninguno hay bueno sino uno: Dios”. Mateo 19: 17.
Esencialmente, el mal no es nada ni nadie. Esto podemos demostrarlo en nuestra propia vida. El mal no es algo o alguien a quien podamos culpar por todo lo que no nos convenga. En la realidad divina, el único lugar que realmente existe, no hay nada que esté en nuestra contra ni nadie que nos vaya a atrapar.
Es cristiano privar tanto al “mentiroso” como a sus mentiras del engaño exitoso. Es cristiano demostrar, mediante la práctica sanadora que Jesús ilustró al negar la tentación y al echar fuera “demonios”, que el diablo, el mal, no tiene poder. Nuestro deseo de seguir al Maestro, por cierto que nos llevará a rechazar la tentación, y nos impedirá combatir una mentira desde ninguna otra base que no sea como lo que es: una mentira.
La Ciencia Cristiana, la ley de Dios que Jesús practicó, nos ofrece un camino seguro para obtener dominio sobre nuestras inconscientes concesiones a lo que no es otra cosa que un mito mentiroso. La Sra. Eddy nos asegura: “Tened un solo Dios y no tendréis diablo alguno”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 252.
Puesto que Dios es Vida, Mente y Espíritu, se deriva que, para tener un solo Dios, debemos tener un solo concepto de la existencia, de la inteligencia y de la sustancia: y que este concepto sea inmortal, espiritual y enteramente bueno. Evidentemente, entonces, el mandato de tener un solo Dios no es una orden insignificante. Pero podemos comenzar a comprenderla y obedecerla. Y podemos progresar.
Cada uno de nosotros tiene autoridad divina para despojar el mito del diablo de su pretensión de ser real. En la medida en que lo hagamos, el diablo efímero, alias el mal, no sólo fracasará como modelo determinante, sino que desaparecerá. En lugar de una increíble mentira captando toda la atención, prevalecerá Dios, la Verdad.
Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua,
que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero...
Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: Ahora ha venido la salvación,
el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo.
Apocalipsis 12:9, 10
