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Hulda, la profetisa

Del número de febrero de 1984 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La Biblia nos dice que cuando Josías era rey de Judá, al necesitar consejos sobre la autenticidad de un libro de la ley encontrado en el templo, él aceptó el juicio de una mujer llamada Hulda. Ver 2 Reyes 22:3–23:5.

Es evidente que Hulda era conocida en Judá por su discernimiento espiritual. Era una profetisa. Si bien la Biblia no nos da detalles de su preparación para ese papel, la dedicación espiritual y el deseo de conocer a Dios eran características de la persona que daba a conocer el mensaje de Dios. No era común que una mujer llegara a ser profetisa, ya que la sociedad hebrea confinaba la influencia de una mujer primordialmente al hogar y a la familia. Hulda estaba casada con Salum, y en esta situación hubiera sido normal para ella tener las responsabilidades propias de un ama de casa.

Pero una cosa es clara. Hulda no permitió que el concepto estrecho acerca de la mujer prevaleciente en esa época limitara su eficiencia. De alguna manera debió de haber penetrado más allá de tradiciones y costumbres sociales insustanciales y vislumbrado algo de la verdad de que la idea de Dios incluye cualidades tanto femeninas como masculinas, espirituales e ilimitadas. Porque Hulda recurrió a Dios, pudo extender su influencia más allá del hogar y alcanzar a quienes estaban en el gobierno. Su dictamen sobre el libro de la ley provocó una reforma religiosa en toda Judá. Todo sucedió de este modo.

El rey Josías ordenó que se limpiara y restaurara el templo de Jerusalén. Por muchos años los gobernantes habían descuidado hacerlo. De hecho, el abuelo del rey de esa época había introducido prácticas religiosas paganas, hasta en el templo mismo. Ver 2 Reyes 21:1–9. Pero ahora, por orden del joven rey (Josías tenía unos veinte años en esa época), por lo menos se estaba llevando a cabo una renovación física. Carpinteros, albañiles y distintos artesanos trabajaron para restaurar los ruinosos cimientos y reemplazar las podridas vigas de apoyo. En este proceso se acumularon cantidad de escombros. Un día, el sacerdote Hilcías encontró un pergamino y se lo trajo al escriba Safán, quien lo leyó al rey.

Josías se conmovió profundamente al escuchar las palabras del libro de la ley. Seguir el mensaje que éste contenía significaría transformar las prácticas religiosas de Judá. No obstante, él necesitaba discernimiento divino para saber si eran palabras de escritores inspirados, y designó un comité de cinco hombres, entre los que se encontraban Hilcías y Safán, para buscar la respuesta. Aunque había por lo menos dos profetas bien conocidos — Jeremías y Sofonías — a quienes se presume que estos cinco hombres hubieran podido consultar, ellos acudieron a Hulda la profetisa y le solicitaron su dictamen. La Biblia no nos proporciona detalles de esta reunión, pero sí dice que Hulda les dijo lo que había discernido: El libro de la ley era inspirado y su mensaje debía acatarse.

Al saber lo que había dicho Hulda, el rey Josías reunió al pueblo para que pudieran oír el mensaje del libro. Entonces hizo una solemne promesa a Dios en nombre del pueblo, que ellos cumplirían conforme a las directivas del libro, y el pueblo estuvo de acuerdo. Aunque el libro no ha llegado a nosotros en la forma exacta en que se encontró, la mayoría de los eruditos creen que el libro de Deuteronomio, especialmente los capítulos 12 al 26, incluye gran parte de su contenido.

Las leyes del libro que acababan de descubrir se convirtieron en la base de grandes reformas, reformas sumamente necesarias en esos tiempos ya que desde hacía varias generaciones Judá había estado bajo la influencia pagana y el control de los asirios. En toda Judá se destruyeron las imágenes de dioses extranjeros. Se centralizó el culto en Jerusalén. Se prohibió el sacrificio de niños. La adivinación, la hechicería y la nigromancia también fueron prohibidas. Ver Deut. 18:10, 11. Se puso énfasis en ocuparse de los pobres, las viudas y los huérfanos. Ver Deut. 24:17–22. Más aún, a juzgar por lo que leemos hoy en Deuteronomio, la posición de la mujer mejoró. En la ley que requería que los esclavos fuesen liberados cada siete años, también las mujeres esclavas estaban ahora incluidas. Ver Deut. 15:12 y compare con Éx. 21:2–7.

Este libro se convirtió en una especie de constitución escrita para la nación de Judá y fue la primera escritura de los hebreos que se consideró literatura sagrada. Había otros escritos en uso, pero éste se puso aparte y se elevó. Con este pergamino empezó el proceso de determinar qué debía ser considerado como Sagradas Escrituras.

Y fue una mujer — Hulda — cuyas palabras convencieron al rey Josías de la autenticidad del libro de la ley, poniendo de ese modo en marcha estos acontecimientos significativos y de mucho alcance. Hulda no habló desde un punto de vista humano y personal, sino que confió en Dios para que le diera inspiración e inteligencia. Probó que Dios no reserva estas cualidades para los hombres solamente. Al superar el concepto limitado sobre la mujer en esa época, Hulda mostró que atributos como la sabiduría, el discernimiento y la percepción se originan en la Mente divina, Dios, y son reflejados por todos los hijos de Dios. Tanto los hombres como las mujeres pueden expresarlos sin límites.

Si nos sentimos frustrados, restringidos por la vida diaria, ¿no estamos aceptando los conceptos limitados de los sentidos físicos sobre la identidad? Debemos mirar más allá de los sentidos físicos, reconocer que ellos presentan una inversión del ser real y empezar a identificarnos a nosotros mismo, por medio de la Ciencia Cristiana, con la naturaleza divina.

A medida que practiquemos la inteligencia, la receptividad a la Mente divina y la iniciativa bajo el Principio divino, encontraremos que nuestras actividades diarias se ampliarán, nos satisfarán más. Se presentarán nuevas oportunidades a medida que descubramos nuestra unidad con Dios mediante el estudio y la práctica de la Ciencia Cristiana. Comenzaremos a colaborar más eficazmente con nuestra familia, nuestra iglesia, nuestra escuela y nuestra comunidad.

Todos nosotros reflejamos en realidad al único Ego, Dios. En Ciencia y Salud, la Sra. Eddy escribe: “No hay sino un solo Yo, o Nosotros, un solo Principio divino, o Mente divina, que gobierna toda existencia; el hombre y la mujer, inalterados para siempre en sus caracteres individuales, al igual que los números, que jamás se mezclan entre sí, aunque están gobernados por un mismo Principio”.Ciencia y Salud, pág. 588.

Cuando subordinamos el sentido físico de la identidad a la identidad real y espiritual, nuestros pensamientos y acciones son cada vez más impelidos por Dios, más ampliamente necesarios y productivos.

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