Cerca de una semana después de haber nacido nuestro hijo, un vecino de al lado que era médico, nos visitó. Yo acababa de bañar al niño, y mientras lo secaba, nuestro vecino comentó que parecía que el niño tenía un debilitamiento muscular en la parte de la ingle. Indicó que esa condición podía, con el tiempo, reducir la actividad física del niño e impedir su participación en deportes, y que si no lo operábamos podía ser fatal.
Escuchar este presagio me sobresaltó. Entonces, cuando nuestro vecino se fue, oré afirmando que el hombre es la imagen y semejanza de Dios y que la creación de Dios es completa y perfecta. Por espacio de varias semanas, sólo a mi esposo le conté acerca de lo que el médico había dicho. Pero yo oraba. Y continué orando por muchos meses. Durante este tiempo, aunque algunas veces tuve que superar el temor, el niño parecía normal y feliz en todo sentido.
Entonces, cuando nuestro hijo tenía alrededor de dos años, la ingle repentinamente se inflamó. No le era posible retener el alimento y estaba muy decaído. Una noche la condición parecía muy seria. Desalentada y desesperada llamé a mi maestra de Ciencia Cristiana, cuyas oraciones me habían apoyado por varias semanas. Dos cosas de esa conversación telefónica se me quedaron grabadas: el hecho de que en ese momento podía regocijarme al “ver la salvación del Dios nuestro” (Isaías 52:10), y estas palabras de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy (pág. 514): “Las ideas infinitas de la Mente corren y se recrean. En humildad ascienden las alturas de la santidad”.
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