Una vez, hice planes con unos amigos para asistir a un concierto por una banda de música muy popular. Como teníamos boletos con asientos reservados y nos sentaríamos unos cerca de los otros, decidimos encontrarnos en la sala de concierto. Sin embargo, cuando llegué, no pude encontrar mi boleto de entrada. Al principio pensé que me sería imposible entrar. Como en los conciertos de música rock siempre hay jóvenes que tratan de entrar gratis, habían puesto agentes de seguridad adicionales en los alrededores de la sala de concierto.
Traté de poner mi pensamiento en orden rechazando aceptar la idea de pérdida. Seguidamente hice una cuidadosa búsqueda de mi ruta hasta la parada del ómnibus, pero sin resultado. Mientras tanto, el concierto ya había comenzado, y el ómnibus que yo había tomado ya se había ido. Así que llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana. Razonamos juntas partiendo desde el punto de vista de que, en primer lugar, yo era la hija de Dios, su idea dotada de cualidades divinas. Todos los otros eran, como yo, sus hijos unidos con Dios, y, por lo tanto, conocedores de la verdad. Yo sabía que ellos también eran guiados por Dios. Cuando reconocí esto, percibí que podía seguir adelante con valentía. No tenía nada que temer. No podía perder lo que por derecho me pertenecía, aunque no tenía el boleto en mi mano. La verdad prevalece, y nada puede oponerse a ella.
La practicista me alentó para que con calma me dirigiera a la entrada y explicara el problema a los ujieres. Al principio esto me pareció imposible: meramente decirles que había perdido mi boleto, pero que como yo había pagado por él, me deberían dejar entrar. Razoné que como Dios es justo, ¿por qué no me sería posible recibir aquello por lo que había pagado? Oré hasta tener la certeza de que no estaba actuando desde el punto de vista de la voluntad humana. Entonces me dirigí a la entrada. En total, traté en cuatro de ellas. En la tercera entrada, traté de explicar mi situación a los colectores de boletos, pero mi esfuerzo no dio resultado. Entonces me armé de valor con el poco ánimo que me quedaba, y me dirigí a un solitario colector de boletos en la cuarta entrada. Le conté mi historia, y cuando ya empezaba a retirarme, me llamó y me dejó entrar; pude asistir al resto del concierto llena de gozo. Por esta experiencia estoy muy agradecida.
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