¿Nos castigamos, algunas veces, mentalmente por alguna flaqueza humana que hubiéramos perdonado fácilmente a los demás?
Los sentimientos de culpa, a veces un tormento íntimo que nos angustia, no necesariamente son aguijones de la consciencia. Pueden ser resultado de la crianza y pueden indicar la necesidad de curación más bien que de remordimiento sincero. Pero ya sea que esto incluya algún móvil de maldad de nuestra parte o no, tenemos a nuestro alcance la liberación divina de toda presión dolorosa de autocondenación.
Nuestro Salvador, Cristo Jesús, dijo: “No envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él”. Juan 3:17.
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