En Ciencia y Salud por la Sra. Eddy figuran dos definiciones de “deseo” que mueven a reflexión. La primera dice: “El deseo es oración; y nada se puede perder por confiar nuestros deseos a Dios, para que puedan ser modelados y elevados antes que tomen forma en palabras y en acciones”.Ciencia y Salud, pág. 1. En cambio, la segunda dice así: “Temor... deseo...” Ibid., pág. 586.
Nuestros deseos ciertamente indican lo que adoramos. Si nuestros deseos se apoyan sobre una base material, o si el deseo de tener dinero, fama o posesiones tiene prioridad en nuestras vidas, puede ocurrir que estemos entronizando a la materia. Si no podemos soportar la soledad, ello puede indicar que estamos idolatrando a los mortales. Esos deseos insaciables denotan temor porque parecen perpetuar la creencia de no tener nada. Incluso pueden inducirnos a maquinaciones para obtener aquello de lo que tememos carecer.
Sin embargo, el deseo es oración cuando proviene de la convicción de tener y expresar, pues el hombre a semejanza de Dios posee, en realidad, todo el bien divino por reflejo. Cuando verdaderamente deseamos comprender lo que Dios, el Espíritu inmortal, imparte constantemente, nuestros deseos se convierten en oraciones escuchadas tan pronta y completamente como fue escuchado el deseo de un mejor entendimiento para juzgar que sintió el rey Salomón, poco después de ser coronado. Dios respondió: “... he aquí que te he dado corazón sabio y entendido... Y aun también te he dado las cosas que no pediste, riquezas y gloria...” 1 Reyes 3:12, 13. Salomón, aceptando fielmente la palabra de Dios, puso en práctica sus dones divinos y de él llegó a decirse que era “más sabio que todos los hombres”. 1 Reyes 4:31.
De alguna manera, todos los deseos justos son concedidos. Deseamos justamente cuando aspiramos a expresar las cualidades de Dios y a utilizar Sus leyes para formar vidas buenas y nobles, que sean útiles para los demás. La enseñanza de Cristo Jesús nos estimula a realizar esas aspiraciones cuando dice: “... os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá”. Marcos 11:24.
El deseo justo ciertamente une el creer con el recibir. Puede unir el reconocimiento del bien divino con la necesidad de demostrar ese bien, es decir, ser sanado de la creencia de que el bien no está presente y que es incompleto. Esto se deriva de nuestra expresión receptiva y consciente de la semejanza de Dios. Al obtener la satisfacción del deseo justo, llegamos a comprender que nadie puede ser ni menos ni más de lo que Dios ha creado a Su imagen: perfecta y completa. La Sra. Eddy lo explica así: “Todos los hombres estarán satisfechos cuando ‘despierten a Su semejanza’, y jamás debieran estarlo hasta entonces”.Escritos Misceláneos, pág. 358.
El beneficio sanador que proviene de purificar nuestros deseos, excluir el temor a la carencia, se puede ilustrar fácilmente con la situación de una persona que anhela tener una compañía apropiada. ¿Qué ocurre si avivamos este temor latente de que estamos solos o mal acompañados? La creencia de que estamos incompletos continuaría asumiendo fases y formas diferentes. Hasta que se cure el temor a la carencia y se lo reemplace con la comprensión de que todo es completo, nos sentiremos inevitablemente decepcionados. Sólo nos sentimos plenamente satisfechos cuando nos identificamos a nosotros mismos y a los demás, de manera correcta, esto es, como hijos de Dios individualmente completos.
Cuando el deseo de compañía es una oración al Espíritu para incluir más conscientemente la compañía que Dios imparte, Sus ideas espirituales, podemos demostrar esta compañía satisfactoria en una creciente manifestación de compleción. Dentro de la totalidad de la integridad divina, el Amor divino vincula y asocia todas las individualidades. La verdadera identidad refleja una infinitud de ideas perfectamente asociadas.
El Amor no une conceptos incompletos y fragmentarios para formar ideas completas, porque el Amor nada conoce que no sea completo. Las identidades del Amor hallan paz y satisfacción a base de la integridad individual, ya que el ser no tiene ninguna otra base verdadera. La integridad individual incluye el reflejo cabal de una asociación perfecta.
Creer que estamos solos por voluntad divina, y que debemos encontrar compañía por medio de la voluntad humana, invierte la realidad de la manera más lamentable: la pervierte. Obramos de acuerdo con la creencia en tal perverso sentido del control cuando nos proponemos deliberadamente poseer a alguien. Ese falso deseo teme — respeta — exactamente lo opuesto de lo que Dios es y de lo que el hombre refleja. El hombre refleja el Amor que todo lo ama. Fijarnos en lo que, a nuestro juicio, está mal en nosotros o en los demás y especular mediante la base del sentido material respecto de lo que nos haría falta para mejorar la situación es un vano intento de dirigir a Dios.
Acaso creamos que necesitamos desesperadamente un compañero, una familia, un amigo, alguien en quien apoyarnos o que se apoye en nosotros, alguien de quien cuidar o que nos cuide. Sin embargo, en Ciencia y Salud, que nunca cambia su evaluación acerca de lo que más necesitamos, leemos: “Lo que más necesitamos es la oración del deseo ferviente de crecer en gracia, oración que se expresa en paciencia, humildad, amor y buenas obras”.Ciencia y Salud, pág. 4.
El Amor divino expresa infaliblemente la armonía completa; es la voluntad y la acción de Dios lo que todos compartimos en esta gloriosa unidad. En la práctica de la Ciencia Cristiana, por lo tanto, partimos de la integridad, en lugar de esforzarnos por alcanzarla.
Apoyarnos en la práctica del pensamiento y de la acción correctos nos protege de extraviarnos en la bien intencionada pero obstinada búsqueda de la pareja perfecta, para nosotros o para los demás. Por medio del entendimiento espiritual podemos prepararnos para compartir la divina actividad de la armonía. En lugar de analizar, comparar y criticar lo que nos parece una falta de compañía o compatibilidad, podemos, como Salomón, pedir a Dios que nos dé entendimiento para juzgar con juicio justo. Entonces podremos sentir la alegría de experimentar y percibir una creciente evidencia de compleción individual y asociación perfecta. Además, habremos aprendido una lección respecto al valor de purificar el deseo.
La práctica de la Ciencia Cristiana nos demuestra que todos los deseos justos son oraciones para ser más semejantes a Dios. El deseo justo y fundamental de reflejar a Dios alienta el deseo de practicar la Ciencia Cristiana. La curación que de ello resulta, elimina el falso sentido que nos sugiere que podríamos ser menos o más que íntegros. Este cumplimiento del deseo justo se recibe curación por curación, a medida que nuestra verdadera individualidad emerge en toda su compleción y perfección originales.