A la edad de veinte años yo era un enfermo que debía guardar cama en un sanatorio para tuberculosos; me sentía totalmente desmoralizado y desalentado. Los especialistas que basaron su diagnóstico en los rayos X y en varios análisis, me informaron que yo debía resignarme a llevar la vida de un inválido. Pero no me dijeron con certeza cuánto duraría esa vida.
Hasta ese momento, creo que jamás había orado verdaderamente. Pero recuerdo con claridad que, después de escuchar ese pronóstico desalentador, recurrí a Dios con profunda humildad, rogándole que me guiara: “Dios, dime qué debo hacer, cómo debo continuar. Parece no haber salida para mí, pero debe de haber alguna”.
A la mañana siguiente, otro paciente me dio un ejemplar de una revista. Ésta contenía un artículo por uno de los agentes de seguros de mayor éxito en el mundo, quien también había sido Primer Lector en una filial de la Iglesia de Cristo, Científico, en la ciudad de Nueva York. En este artículo intitulado “Me cansé de ser un necio”, el autor relataba que cuando era joven se había arruinado, era un vagabundo en las calles de Chicago. Entonces conoció la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), y su vida cambió completamente. Fue sanado del alcoholismo y llegó a ser un próspero hombre de negocios.
Intrigado por esto, supe por medio de un paciente, quien ya no estaba en cama, que en la biblioteca del sanatorio había un ejemplar viejo del libro Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. Obtuve el libro, lo leí, y en menos de un mes me levanté de la cama. Después de unos pocos meses de haber emprendido el estudio de Ciencia y Salud, salí del sanatorio completamente restablecido. En seguida comencé un entrenamiento de jornada completa en una compañía de inversiones.
Como tres meses antes que me dieran de baja en el sanatorio, el veredicto médico había sido que las perspectivas de mi vida eran ciertamente oscuras. Pero desde el comienzo, lo que aprendí en la Ciencia Cristiana me dijo que mis perspectivas eran muy brillantes. Elegíla Ciencia Cristiana. Esto sucedió hace muchos años, y no he vuelto a tener tuberculosis.
La compañía de inversiones para la que trabajé, era y es, en su categoría, la más antigua y más grande institución financiera del mundo. Durante los cuarenta años que trabajé allí, ocupé cada uno de los seis puestos de gerente de ventas requeridos para subir de posición, empezando como representante y llegando a vicepresidente de ventas. Un año después de jubilarme, fui honrado por la junta directiva, siendo elegido como el primer, y único, vicepresidente emérito en la historia de la compañía durante casi noventa años.
Aunque ha sido necesario dar este breve resumen de mis antecedentes, para señalar los alcances de esta demostración del Cristo, la Verdad, lo hago con toda humildad. Mi vida ha sido activa y a menudo intensa, llena de muchas presiones humanas. A lo largo del camino ha habido equivocaciones y, en repetidas ocasiones, la necesidad de corregir situaciones complicadas. Sin embargo, a medida que me movía entre los magnates de las finanzas, la industria y los negocios, me impresionaba comprender que, como dijo Cristo Jesús: “No puedo yo hacer nada por mí mismo” (Juan 5:30). Siempre que me apartaba de esa manera de pensar, lo pagaba caramente, hasta que volvía a reconocer el supremo gobierno de Dios sobre la vida del hombre.
Desde mi humilde comienzo, tuve tres obstáculos contra mí, aun antes de empezar: (1) mala salud y poca probabilidad de mejorar; (2) ni educación, ni entrenamiento especiales; (3) ninguna experiencia. No asumo ningún crédito personal por la serie de acontecimientos que ocurrieron, incluso una carrera llena de oportunidades para servir, extendiéndose a través de muchos años. Paso a paso, aprendí a confiar en Dios, y a dejar que Él me guiara. En vez de llevar la vida de un inválido, he viajado por casi todos los Estados Unidos de América. A través de los años, mi esposa y yo hemos visitado varios países, desde el Cercano Oriente, Europa, Africa, hasta las islas del Pacífico; desde el Canadá hasta lugares como México, Panamá, América del Sur y a lo largo del Caribe.
Repito, la creencia médica aseguró que mis perspectivas aun durante una vida limitada eran remotas. Pero la Ciencia Cristiana me demostró que mis posibilidades eran muy brillantes, y las oportunidades de servir ilimitadas. Verdaderamente, “para Dios todo es posible” (Mateo 19:26). ¿Cómo podré yo empezar a expresar mi profunda gratitud por la Ciencia Cristiana?
Davenport, Iowa, E.U.A.
    