A la edad de veinte años yo era un enfermo que debía guardar cama en un sanatorio para tuberculosos; me sentía totalmente desmoralizado y desalentado. Los especialistas que basaron su diagnóstico en los rayos X y en varios análisis, me informaron que yo debía resignarme a llevar la vida de un inválido. Pero no me dijeron con certeza cuánto duraría esa vida.
Hasta ese momento, creo que jamás había orado verdaderamente. Pero recuerdo con claridad que, después de escuchar ese pronóstico desalentador, recurrí a Dios con profunda humildad, rogándole que me guiara: “Dios, dime qué debo hacer, cómo debo continuar. Parece no haber salida para mí, pero debe de haber alguna”.
A la mañana siguiente, otro paciente me dio un ejemplar de una revista. Ésta contenía un artículo por uno de los agentes de seguros de mayor éxito en el mundo, quien también había sido Primer Lector en una filial de la Iglesia de Cristo, Científico, en la ciudad de Nueva York. En este artículo intitulado “Me cansé de ser un necio”, el autor relataba que cuando era joven se había arruinado, era un vagabundo en las calles de Chicago. Entonces conoció la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), y su vida cambió completamente. Fue sanado del alcoholismo y llegó a ser un próspero hombre de negocios.
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