A la edad de veinte años yo era un enfermo que debía guardar cama en un sanatorio para tuberculosos; me sentía totalmente desmoralizado y desalentado. Los especialistas que basaron su diagnóstico en los rayos X y en varios análisis, me informaron que yo debía resignarme a llevar la vida de un inválido.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!