“Señor, tú nos has sido refugio de generación en generación” (Salmo 90:1). Una Lección Bíblica del Trimestral de la Ciencia Cristiana comenzaba una vez con ese versículo. No puedo permanecer silenciosa ante esta declaración, por eso aprovecho esta oportunidad para testificar sobre el poder sanador de la Verdad.
Un poco antes que yo naciera, mi madre sufrió un grave ataque de albuminuria. Se le informó al practicista de la Ciencia Cristiana que la había estado ayudando, y, a pesar de las alarmantes condiciones físicas, el parto fue rápido. Mi madre había sanado por completo, y aun cuando yo pesé solamente unos dos kilos al nacer, aumenté de peso muy rápidamente y crecí saludable y normalmente.
Una vez, cuando era niña, fui curada de una fiebre alta al terminar una conversación teléfonica entre mi abuela (quien había llamado pidiendo ayuda para mí ) y un practicista. Después, al regresar a su casa, mi abuela recordó esta declaración de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy (pág. 63) referente al hombre de Dios: “... Dios es su Padre, y la Vida es la ley de su existencia”. Esta verdad espiritual ciertamente había sido demostrada ese día.
Mi abuela fue uno de los primeros miembros de la Sociedad de la Ciencia Cristiana de la cual yo soy miembro ahora. Mis padres estudiaron Ciencia Cristiana, y mis hijos están inscritos en la Escuela Dominical de nuestra Sociedad. Por tanto, yo he tenido la alegría de crecer en una familia en la cual se estudiaba y practicaba la Ciencia Cristiana. También he sido alumna en la Escuela Dominical. Más adelante, cuando me casé, pudimos establecer la primacía de la Ciencia Cristiana en nuestro hogar porque mi esposo también es un Científico Cristiano.
Muchas curaciones se efectuaron como resultado de la paciencia y perseverancia para obtener una mayor comprensión acerca de Dios. La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud (pág. 207): “Sólo hay una única causa primordial. Por lo tanto, no puede haber efecto de ninguna otra causa, y no puede haber realidad en nada que no proceda de esa causa grande y única”.
Hace varios años, nuestra hija mayor tuvo una fiebre muy alta. A pesar de que se le estaba dando tratamiento en la Ciencia Cristiana, mi temor era muy grande; la niña no asistió a la escuela, y yo sabía que tenía que presentar un certificado médico a su regreso, como lo requería la escuela. Se llamó a un médico, quien diagnosticó sarampión y dejó una receta. Además, predijo que la niña menor también se contagiaría con el sarampión. El practicista continuó apoyando con su oración. A las niñas no se les administró la medicina prescrita. Ambas tuvieron sarampión, pero ambas fueron curadas sin tomar remedios. El médico confirmó su curación una semana más tarde cuando vino a verlas.
Una experiencia similar ocurrió hace dos años cuando mi hijo pequeño tuvo influenza. Se le dio tratamiento en la Ciencia Cristiana, y tampoco se le administraron las medicinas prescritas. El médico a quien se llamó en este caso, dijo que la curación del niño había sido “espectacular”. Después de estas experiencias, puse los pies en un terreno espiritual más firme. Los temores de mi pensamiento maternal habían sido sanados.
Termino con esta declaración de Ciencia y Salud (pág. 254): “Los imperfectos mortales llegan a comprender la finalidad de la perfección espiritual lentamente; pero empezar bien y continuar la lucha de demostrar el gran problema del ser, es hacer mucho”. He querido expresar aquí mi gratitud. Estoy profundamente agradecida a Dios por Cristo Jesús, que es el Mostrador del camino; por Mary Baker Eddy, quien descubrió la Ciencia Cristiana; y por la organización mundial de la Iglesia de Cristo, Científico.
Pessac, Francia
