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La crianza de los hijos: un enfoque espiritual

[Original en español]

Del número de junio de 1984 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La Biblia nos dice: “Dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”. Gén. 1:26. Y al explicar la naturaleza del hombre, la Sra. Eddy escribe en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud: “El hombre es idea, la imagen, del Amor; no es físico. Es la compuesta idea de Dios e incluye todas las ideas correctas; el término genérico de todo lo que refleja la imagen y semejanza de Dios; la consciente identidad del ser como se revela en la Ciencia, en la cual el hombre es el reflejo de Dios, o Mente, y, por tanto, es eterno; lo que no tiene mente separada de Dios; lo que no tiene ni una sola cualidad que no derive de la Deidad; lo que no posee, de sí mismo, ni vida ni inteligencia ni poder creativo, sino que refleja espiritualmente todo lo que pertenece a su Hacedor”.Ciencia y Salud, pág. 475.

Sin embargo, los cinco sentidos, o mente mortal, quisieran presentar al hombre como un creador, sin ofrecer ningún indicio de las grandes realidades del ser. Puesto que estos sentidos están basados en el sueño adámico de que la vida es material, ellos tratan de sugerir que el hombre es material, gobernado por una mente en el cerebro.

Estas falsas creencias pretenden tener el dominio cuando una pareja espera un hijo. Por ejemplo, ellos podrían enfrentarse con una observación constante, con el temor al parto, y sufrimiento al dar a luz.

Después, se espera que el niño sea inteligente como los padres. Crece el niño, y, de acuerdo con el modelo mortal, también crecen las preocupaciones de los padres. Tratan de elegir sus amistades y sus estudios, solucionar todo problema que se pueda presentar; lo aconsejan todo el tiempo, a menudo en la forma que parezca más conveniente para los padres. Con frecuencia, hasta en la elección de esposo o esposa desean influir. Y, en algunos casos, con los padres por aquí y los padres por allá, el hijo puede sentir que está dirigido como un robot. Como resultado, con demasiada frecuencia se vuelve rebelde, o, quizás, temeroso e incompetente. Y este círculo vicioso puede continuar cuando el hijo mismo llega a ser padre.

Pero a medida que comprendamos la verdadera paternidad — comprendamos a la Mente única, Dios, el creador supremo — la propensión a ver a nuestros hijos como materiales será menor, y estaremos más dispuestos a verlos como la expresión de Dios, puros y perfectos. Si esto parece difícil, por lo que los sentidos sugieren que debemos ver y oír, tratemos de ver, por lo menos, una sola cualidad espiritual o moral en ellos, por ejemplo, humildad u honradez. Al hacerlo, percibiremos, aunque sea tenuemente, algo del Hijo de Dios. Al reconocer una cualidad de esta verdadera filiación, es posible que empecemos a ver otras, pues la presencia de una implica la presencia de todas.

Un niño debería estar formado por la inocencia, la pureza, la ternura y la bondad — las cualidades de Dios — y cuando admitamos estas cualidades en nuestra consciencia, nosotros y nuestros hijos gozaremos de estas bendiciones. Comprender que la inteligencia, la integridad, la salud, la armonía, la clemencia, son atributos del bien, Dios, nos da tranquilidad, consuelo, confianza, y nos ayuda a apoyarnos enteramente en el Amor divino. La primera parte de la definición de “niños” que aparece en el Glosario de Ciencia y Salud los llama “los pensamientos y representantes espirituales de la Vida, la Verdad y el Amor”.Ibid., pág. 582.

Si se ven como seres materiales, los niños son los vástagos de los sentidos materiales e incluyen, muy a menudo, los resultados de las creencias proyectadas por estos sentidos: rencor, ingratitud, desobediencia, rebeldía, etc. Pero los verdaderos hijos son los pensamientos de Dios, ideas espirituales, y estas ideas nacen de la verdadera, Madre, la Mente infinita, en la cual no hay dolor, sino que más bien hay alegría, gozo, felicidad, en toda acción.

Nuestros propios hijos probablemente parezcan estar entre medio de estos dos estados. Es decir, es probable que parezcan estar afligidos en cierta medida por fallas mortales al mismo tiempo que progresivamente parezcan ser más capaces de expresar su verdadera naturaleza espiritual. ¿Cómo podemos alentar la expresión de su verdadera individualidad?

Al explicar la obstetricia que se enseña en la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud declara: “Para atender de manera apropiada el nacimiento de la nueva criatura, o idea divina, debierais apartar de tal manera el pensamiento mortal de sus concepciones materiales que el nacimiento sea natural y sin peligro”. Unas líneas más adelante, el libro de texto declara: “Cuando ocurre ese nuevo nacimiento, la criatura en la Ciencia Cristiana nace del Espíritu, nace de Dios, y no puede causar más sufrimiento a la madre”.Ibid., pág. 463.

Esto pudo ser comprobado por la madre de dos niños. Antes de ella comenzar a estudiar Ciencia Cristiana, cada parto había venido acompañado de gran sufrimiento y de constante atención médica durante tres días antes del parto. Se la había aconsejado que tener otro hijo sería arriesgar su propia vida. Pero al conocer las verdades de la Ciencia Cristiana, perdió el temor a tener un tercer hijo. Apoyándose en el trabajo metafísico de una practicista de la Ciencia Cristiana, y reconociendo que el Amor divino estaba presente, dio a luz en forma natural, sin sufrimiento, en menos de diez minutos, y para el asombro de los médicos.

Si todo lo que existe en el universo es creado por la única Mente, ¿es posible que Dios deje al hombre la creación del hombre? Si pensamos que hoy los sentidos materiales nos presentan un hijo de una probeta, mañana nos lo presentarán de otra forma, hasta que despertemos del sueño adámico de vida creada en la materia al reconocimiento de que el único Padre-Madre Dios es Todo-en-todo. Por medio del estudio y de la práctica de la Ciencia Cristiana encontraremos más y más evidencia del verdadero Hijo — el Cristo — en nuestra consciencia. Ese Hijo nunca nace ni nunca muere; es eterno. Ya no nos sentiremos tan responsables o temerosos, sino que agradeceremos la tranquilidad y seguridad de saber que el Amor divino cuida de Su creación.

Nuestra actitud hacia nuestros hijos tiene mucha importancia para el bienestar de ellos y para el nuestro. Al desalojar progresivamente la voluntad humana para dar entrada en nuestra consciencia a los pensamientos de Dios, y al expresar justicia, dominio, comprensión y amor, disfrutaremos de una familia más feliz, más agradecida.

Una madre estaba muy preocupada por su situación económica, y esperaba que sus hijos la ayudaran a salir del paso. Pero la indiferencia e ingratitud que veía en ellos la angustiaba. Esto la llevó a pedir a una practicista de la Ciencia Cristiana que orara por ella. La practicista le explicó que sus verdaderos hijos expresaban el ser de Dios en amor, inocencia, ternura, lealtad, etc. Por medio de esto, ella comprendió que en lugar de aceptar el cuadro que los sentidos materiales le presentaban de sus hijos, tenía que verlos como los hijos de Dios, puros y perfectos. Ellos eran ideas espirituales de la Mente divina, hijos que nunca le habían causado sufrimiento.

Al comprender estas verdades, pensó: Verdaderamente, en este momento estoy dando a luz, sin dolor ni angustia, a un sentido nuevo y espiritual de mis hijos. Estoy llena de gratitud por esta comprensión de hijos que me ha dado el Padre-Madre, Dios. Y así vio sus problemas resueltos y se sintió feliz, rebosante de gratitud.

La realidad en cuanto a la familia es espiritual y se ve con el discernimiento que procede del Alma. Todas las ideas de la Mente infinita forman la verdadera familia, gobernada, protegida, alimentada y vestida por el único creador.

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