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La vuelta correcta

Del número de junio de 1984 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


El Sr. Escobedo, director de la pequeña escuela secundaria de la comunidad donde vivía Carola, tenía entre los alumnos la reputación de ser un pésimo conductor. Algunos decían que conducía su automóvil por en medio de la calle para que en caso de que se le pinchara un neumático, tuviese suficiente espacio a cada lado para poder maniobrar hasta detenerlo.

Carola también se había reído con estas bromas, pero la risa se desvaneció cuando ella y otros estudiantes se enteraron de que después de la reunión de intercambio de ideas que iban a tener en la escuela, debían regresar a sus casas en el automóvil del director.

Algunos alumnos dijeron que preferían regresar a sus casas caminando o en un camión lechero. Carola tuvo que admitir que, bromas aparte, ellos estaban verdaderamente asustados. Entonces ella también comenzó a inquietarse.

En la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, Carola había aprendido a amar el Salmo noventa y uno, especialmente donde dice: “Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré”. Salmo 91:2. También sabía que no estaba confiando completamente en Dios si estaba quebrantando uno de Sus Mandamientos, “No hablarás contra tu prójimo falso testimonio”. Éx. 20:16. Muy avergonzada por la manera en que ella y los demás se habían reído del Sr. Escobedo, Carola oró hasta que realmente entendió que Dios, el bien, gobierna a toda Su creación. La Mente divina, razonó ella, no le permitiría tomar una decisión imprudente. Tal como dice la Sra. Eddy en uno de sus poemas, “Su brazo nos rodea con amor”.Poems, pág. 4. Carola sabía que el propósito de ir a dicha reunión era bueno y que el ofrecimiento del director de llevarlos de regreso fue motivado por la gentileza. Pensó que ella debía ir con el Sr. Escobedo, y que nadie podía sufrir por esto.

Pensando anticipadamente en el viaje de regreso, Carola recordó un lugar que podía ser peligroso. En un camino de pedregullo, debían bajar por una pendiente muy empinada, y al final de la misma había una curva muy pronunciada. Los que residían en la zona sabían que, para poder tomar la curva sin resbalar en el pedregullo suelto, había prácticamente que disminuir la velocidad casi hasta detenerse por completo. Antes de salir, Carola explicó esto al Sr. Escobedo, y él prometió que tendría cuidado.

Después de la mencionada reunión, Carola y otros dos alumnos se fueron con el Sr. Escobedo. Cada vez que alguien hacía algún comentario ansioso con respecto a su manera de conducir, Carola tranquilizaba a sus amigos y luego afirmaba para sí misma que Dios estaba cuidando a cada uno de ellos.

A medida que se acercaban a la pendiente, Carola le recordó al director que estaban cerca del lugar peligroso. Él no le prestó atención. Cuando comenzaron a descender por la colina, Carola gritó: “¡Sr. Escobedo, usted tiene que ir más despacio aquí!” Él frenó pero no lo suficiente, y Carola sintió que humanamente no había nada más que ella pudiera hacer. En ese momento, con serena convicción, decidió no aceptar ningún pensamiento de accidentes.

La invadió una cálida sensación de que el Amor divino omnipotente estaba allí mismo rodeándolos a todos. Estuvo profundamente consciente de la única presencia y poder de Dios y se sintió totalmente tranquila.

El Sr. Escobedo finalmente frenó justo en la curva. El automóvil resbaló, después se dio vuelta por completo, y finalmente cayó sobre sus ruedas en el fondo de una zanja. Cuando se disipó el polvo, los alumnos, haciendo palanca, pudieron abrir las puertas. Ninguno de los alumnos se había lastimado; el Sr. Escobedo parecía desconcertado pero sólo tenía un pequeño moretón en la frente. Todos caminaron lentamente en dirección a las luces de una casa cercana.

Mientras esperaban que llegara la policía, alguien le ofreció al maltrecho director un whisky. Carola lo rechazó por él, diciendo con firmeza: “No necesita eso”. Ella pensó que en la condición de desconcierto en que se encontraba el Sr. Escobedo, no podía pensar por sí mismo. Carola pensaba en lo que dice la Sra. Eddy: “La bebida fuerte es incuestionablemente un mal, y el mal no puede usarse con temperancia: su menor uso es abuso; de ahí que la única temperancia sea la abstinencia total”.Escritos Misceláneos, pág. 289.

Cuando llegó el oficial de policía, lo primero que hizo fue examinar el aliento del director. Para un administrador de una escuela hubiese sido desastroso ser acusado de beber mientras conducía su coche llevando algunos alumnos. Poco después, el Sr. Escobedo agradeció a Carola y a sus padres por la rápida decisión que ella había adoptado.

La gente decía que habían tenido “suerte” por no haber sufrido daños, pero Carola no reconoció en la experiencia el factor suerte, sino un elemento de curación en la Ciencia Cristiana, una prueba de esa “gentil presencia, gozo, paz, poder” Poems, pág. 4. con la que la Sra. Eddy identifica a Dios. Ningún sentimiento de temor o de condena quedó entre los alumnos, y Carola sintió que el Sr. Escobedo sería en lo sucesivo un conductor más cuidadoso.

Carola estaba segura de que había aprendido algo acerca de cómo rechazar los falsos conceptos que se tienen acerca de algunas personas. Sabía que había sido testigo de la protección de Dios y de la eficacia de la oración. Tal como declara la Sra. Eddy: “Los buenos pensamientos son una armadura impenetrable; revestidos de ellos, estáis completamente protegidos contra los ataques del error de toda clase. Y, no sólo vosotros mismos estáis a salvo, sino también se benefician todos aquellos en quienes pensáis”. The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 210.

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