Su cuerpo no sabe la edad que tiene. No sabe nada de calendarios. El envejecimiento no es un proceso ineludible. Es, en realidad, un punto de vista material de la vida entrelazado con una acumulación de preocupaciones, apatía, egoísmo u otras actitudes negativas. Todos conocemos a personas que piensan como viejos quisquillosos a los veinticinco años de edad, y también conocemos personas brillantes, activas y prósperas de más de noventa años de edad.
No hay razón verdadera para que tengamos menos vitalidad a los noventa años que a los diecinueve. En el grado en que aceptemos la creencia material del mundo de ineludible declinación, es posible que la experimentemos, pero el rechazar la noción de que la declinación es inevitable y comprender por qué esta creencia es falsa traen a nuestra vida resultados prácticos tales como vigor y vitalidad.
El ser es eterno porque es una dádiva de Dios, el bien divino infinito, que da sólo de Su propia naturaleza, perenne en belleza, paz y gozo. ¿De qué otra fuente podría proceder la vida inmortal? Cristo Jesús, que enseñó la idea más clara de Dios y que encarnó al hombre de Dios, dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. Juan 10:10. Nunca hubo insinuación alguna de declinación inminente o inevitable en sus enseñanzas o en sus obras maravillosas.
Un año es solamente la translación completa de la tierra alrededor del sol. Supongamos que pudiéramos viajar en un cohete fuera de nuestro sistema solar, que viajáramos casi a la velocidad de la luz y que dejáramos que la tierra girase jubilosamente alrededor del sol cien veces sin nosotros. A nuestro regreso, descubriríamos que en el transcurso de cien años en la tierra, de acuerdo con nuestro registro del tiempo, habríamos envejecido muy poco. Estaríamos experimentando el fenómeno descubierto por Einstein, que explica que el tiempo se reduce en relación con la velocidad con que un objeto se mueve a través del espacio.
La Ciencia Cristiana enseña que el tiempo no es una realidad fija e ineludible; es, en realidad, falta de perspicacia, una creencia material en la limitación que puede ser superada. La Sra. Eddy registra en Ciencia y Salud un relato interesante de una revista médica sobre el efecto de nuestros pensamientos acerca del envejecimiento: Una joven inglesa que perdió toda noción del tiempo debido a una triste aventura amorosa, no envejeció aun cuando tenía setenta y cuatro años de edad. Ver Ciencia y Salud 245:1—33. Lo que verdaderamente somos no es determinado en absoluto por el tiempo. El calendario no es nuestro dios determinante, no tenemos por qué adorarlo, entregarnos a él o venerarlo. En ocasiones, he leído una sencilla declaración de la Sra. Eddy: “Jamás registréis edades” Ibid., pág. 246. es como decir “Jamás registréis mentiras”, porque los hijos de Dios jamás tienen edad.
Aun para el sentido humano de las cosas, el ahora es todo lo que siempre tenemos, a pesar de las muchas veces que hayamos estado alrededor del sol. El pasado siempre desaparece, y el futuro siempre está por venir. Esto nos ayuda a percibir que ahora es cuando la Vida es; ahora es cuando la Verdad es; ahora es cuando el Amor es. Ahora es cuando Dios es en realidad nuestra Vida, nuestra Verdad, nuestro Amor. La Verdad divina no está decayendo en este momento o en ningún momento. El Amor divino no está declinando ahora, esto sería inconcebible. La Vida divina no se está gastando hoy, tal creencia sería absurda. ¿Hay acaso alguna vida cuyo origen no sea Dios? ¿Hay algún amor que no derive de Él? ¿Hay algún proceso de envejecimiento en la divinidad? En realidad, todos existimos sin edad, ni jóvenes ni viejos. Ahora mismo.
Por supuesto, vencer la creencia de vejez es, humanamente hablando, una empresa difícil. Pero la Ciencia Cristiana nos capacita para demostrar que esto no es imposible. Y jamás es demasiado temprano o demasiado tarde para empezar. De modo que hagamos todo lo que sea necesario para disciplinarnos con el fin de abandonar el concepto material de edad.
Siempre que nos veamos en el espejo, recordemos que lo que estamos viendo es un cuadro falsificado y no la imagen de Dios que en realidad somos. Recordemos que realmente no somos formas de materia en lucha contra fuerzas del tiempo, sino que estamos renunciando a la manera de pensar mortal inherente a tales formas y fuerzas materiales. No estamos enfrentando una lucha contra los sentidos físicos, contra las arrugas o funciones materiales; contra el cabello negro o blanco o la calvicie. Las apariencias de envejecimiento son trampas del verdadero culpable: la creencia de que la vida está basada en la materia y no en el Espíritu, Dios. La belleza puede resplandecer a través de un sabio rostro anciano y posarse sobre una cabeza blanca tanto como en un cuerpo joven. Mucho de lo que clasificamos como envejecimiento no es otra cosa que el decreto de la moda y costumbres temporarias. Dios nos favorece con dádivas inagotables de bien.
Diariamente podemos recordarnos que debido a que nuestra naturaleza verdadera es espiritual, somos verdaderamente seres imperecederos, podemos, en nuestras oraciones, reconocer que no somos ni jóvenes ni viejos. Y si parece que nos enfrenta la decrepitud, podemos verla como un recordatorio de que la vejez es un engaño. Solamente estamos enfrentando una mentira mortal, y no una condición verdadera. Y la comprensión de nuestro estado espiritual verdadero destruirá las falsas creencias que nos están envejeciendo.
No tenemos que vencer la creencia de vejez en cada uno en la tierra, pero sí tenemos que vencerla alguna vez en nuestro propio pensamiento. Y podemos tener junto con los demás libertad de acción, curiosidad e interés en la vida, y una felicidad en cosas pequeñas. Incluso en medio de lo que parece ser enfermedad o tristeza, podemos reír. Una risa bondadosa destruye la manera de pensar material donde ocurren la enfermedad, la aflicción y la desintegración.
La madre de cabellos plateados de una amiga mía estaba colocando flores sobre la tumba de una amiga que recientemente había fallecido. La tierra estaba blanda y su pie se hundió y se cayó sobre el césped, pero ella comenzó a reírse. Cuando su hija se encontró con ella poco después, todavía seguía riéndose. Para su sentido del humor, el imaginarse cómo se vería con un pie en la tumba, la hizo reír.
¡Qué manera feliz y sanadora de responder a la locura de la existencia mortal! La madre de mi amiga podía haber estado compadeciéndose de sí misma, malhumorada o temerosa, pero ella se rió. Todos podemos reír más. El sentido mortal siempre se toma a sí mismo muy en serio. Está muy inseguro de sí mismo como para poder reposar y reír.
Mas la consciencia espiritual, el Cristo dentro de nosotros, siempre está confiado y alegre. Por medio de él, sabemos que toda la aparente locura de la mortalidad tiene que pasar. El sentido espiritual nos capacita para reír, o simplemente sonreír, puesto que sabemos que las creencias de envejecimiento fundamentalmente no son ciertas. Con frecuencia, la razón por la cual nos hace reír un chiste, es porque sabemos que no es cierto, que es un chiste. Entonces, usemos nuestro sentido del gozo otorgado por Dios y destruyamos la mentira del sentido material, que en realidad es un chiste. Esto no significa que seamos frívolos, insensibles o inhumanos. Al estar cerca de Dios, un corazón verdaderamente feliz incluye el cuidado y la compasión que proceden de Él.
Podemos anular las creencias vinculadas con el calendario, pero ello requiere mucho más que simplemente decir que no somos ni jóvenes ni viejos, incluso tener buenos pensamientos humanos acerca de ello. Esta verdad de que la edad no cuenta, tiene que convertirse en la actividad consciente de nuestro ser: un conocimiento que viene a ser parte de nuestra naturaleza, y, por tanto, no tenemos que pensar en ello. Dios es eterno, y, por ser Sus ideas espirituales, reflejamos esta cualidad sin esfuerzo. Su verdad permanece para siempre en nosotros. Cuando nuestros buenos pensamientos centellean en el brillo divino, se efectúa la curación. Mas los buenos pensamientos que meramente permanecen en el nivel humano, faltándoles la chispa divina, no tienen poder espiritual.
Cuando sentimos la presencia de Dios en nuestros corazones, esa es la armonía fundamental, la máxima bendición y cualquier evidencia aparente de envejecimiento es insignificante. El reino de Dios ciertamente está dentro de nuestra consciencia para ser descubierto y disfrutado. Por medio de la Ciencia Cristiana podemos sanarnos de las creencias asociadas con la vejez y reflejar con mayor transparencia la eternidad de Dios.