Su cuerpo no sabe la edad que tiene. No sabe nada de calendarios. El envejecimiento no es un proceso ineludible. Es, en realidad, un punto de vista material de la vida entrelazado con una acumulación de preocupaciones, apatía, egoísmo u otras actitudes negativas. Todos conocemos a personas que piensan como viejos quisquillosos a los veinticinco años de edad, y también conocemos personas brillantes, activas y prósperas de más de noventa años de edad.
No hay razón verdadera para que tengamos menos vitalidad a los noventa años que a los diecinueve. En el grado en que aceptemos la creencia material del mundo de ineludible declinación, es posible que la experimentemos, pero el rechazar la noción de que la declinación es inevitable y comprender por qué esta creencia es falsa traen a nuestra vida resultados prácticos tales como vigor y vitalidad.
El ser es eterno porque es una dádiva de Dios, el bien divino infinito, que da sólo de Su propia naturaleza, perenne en belleza, paz y gozo. ¿De qué otra fuente podría proceder la vida inmortal? Cristo Jesús, que enseñó la idea más clara de Dios y que encarnó al hombre de Dios, dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. Juan 10:10. Nunca hubo insinuación alguna de declinación inminente o inevitable en sus enseñanzas o en sus obras maravillosas.
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