Desde temprana edad comencé a asistir a clases en una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, pero dejé la Escuela Dominical cuando tenía unos trece años. Parecía haber obtenido poco o ningún beneficio durante los años que había asistido a ella. A los diez y seis años tuve un confrontamiento con la ley, y el tribunal juvenil me sentenció a pasar seis meses en un campamento para muchachos. Allí aprendí unas pocas cosas; ninguna de ellas buena. Después que me pusieron en libertad, me asocié con un grupo de rufianes.
Mis pensamientos estaban muy lejos de las verdades acerca de Dios y del hombre espiritual de Su creación que se me había enseñado en la Escuela Dominical. Con el pasar del tiempo, una vida materialista me parecía muy real, y a menudo, muy agradable. Beber, fumar, pasar el tiempo en salas de billar y cantinas, y tener problemas con la policía, llegaron a ser cosas comunes y corrientes para mí. Estaba en un estado de idiotez moral.
Cuando tenía unos veinticinco años, me arrestaron por falsificación y me sentenciaron a una prisión estatal. Pasados unos diez y ocho meses me dieron la libertad condicional. Volví al mismo estilo de vida.
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