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Un primer paso: aprender a amar a Dios

Del número de junio de 1984 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Tal vez hoy más que nunca, las personas sinceramente interesadas en la Ciencia Cristiana estén procurando mejorar su habilidad para demostrar el poder sanador de esta Ciencia. A todos nos gustaría agregar testimonios convincentes a la ya abundante evidencia de que la oración verdaderamente sana.

Para satisfacer este deseo, frecuentemente es una ayuda considerar de nuevo y cabalmente el primer requisito que fundamenta toda curación en la Ciencia Cristiana. Esta instrucción se encuentra en las Escrituras: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente”. Mateo 22:37.

La Ciencia Cristiana revela que Dios es Todo: que no hay ningún otro. Cuando amamos a Dios, reconocemos la gran verdad de Su totalidad y bondad. Esto es básico en la Ciencia Cristiana, porque la Mente divina, incluso su manifestación infinita, es la sustancia de toda realidad.

Hay dos aspectos para aprender a amar a Dios que son necesarios para que se efectúe la curación. El primero podría llamarse demostrar un cristianismo más profundo en nuestra vida; el segundo, mantener en nuestro pensamiento una comprensión espiritualmente científica de la relación del hombre con Dios. Cuando dejamos que estos dos aspectos fundamentales guíen nuestra demostración de la totalidad de Dios, esto abre el camino hacia la curación.

Podemos empezar por orar para expresar la bondad de Dios: mostrar que nuestro amor no es tan teórico como para que esté separado de las necesidades de la humanidad. Para tal oración es esencial el deseo de ser genuinamente cristiano; ser honesto, moral y amar a los demás compasivamente.

Cuando oramos: “Padre, ayúdame a expresar Tu bondad espiritual y a amar a mi hermano”, estamos recurriendo al Cristo, la Verdad, la influencia activa de Dios que cambia nuestra manera de pensar. La Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, Sra. Eddy, escribe: “El Cristo es la verdadera idea que proclama al bien, el divino mensaje de Dios a los hombres que habla a la consciencia humana”.Ciencia y Salud, pág. 332.

Cuando aceptamos esta influencia cristiana, aumentamos de manera natural nuestro amor por Dios y el hombre y también nuestra comprensión de nuestra verdadera semejanza espiritual con Dios. El manifestar al Cristo revela que la naturaleza verdadera, tanto la nuestra como la de los demás, es el hombre espiritual, el reflejo perfecto de Dios, el bien. Esta comprensión de nuestra verdadera identidad espiritual nos ayuda a ser mejores cristianos. Nos es tan natural sentir y expresar un amor profundo por Dios y el hombre. El Amor es el Principio de nuestro ser verdadero. Como la Biblia dice: “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero”. 1 Juan 4:19.

El deseo de armonizar nuestros pensamientos y acciones con la naturaleza del Cristo, no sólo hace que nuestras relaciones con nuestro prójimo sean más afectuosas, sino que también prepara el camino para nuestra propia curación. Un cristianismo más profundo armoniza inevitablemente nuestro pensamiento más estrechamente con el hecho espiritual de que la Vida es Dios, el bien, hecho sobre el cual está basada toda curación.

Sin embargo, alguien podría preguntar: “¿Quiere decir que eso es todo lo que tenemos que hacer? ¿Orar para ser bondadosos y ser cristianos, y entonces sanaremos? Si ése fuera el caso, ¿por qué entonces la gente que es buena no siempre es sanada?” La respuesta a esta pregunta entraña el aspecto espiritualmente científico de amar a Dios de todo corazón, obedeciendo así el mandamiento como es dado en las palabras de Moisés: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”. Éx. 20:3. Este aspecto de la curación entraña comprender y demostrar la supremacía de las leyes de Dios sobre las pretensiones de la materia.

Estando de acuerdo con las enseñanzas de Cristo Jesús, esta Ciencia revela que Dios es Espíritu infinito, y, por tanto, que la materia no es nada. La comprensión de la totalidad y bondad de Dios es una ayuda siempre presente, conducente a la curación física porque revela que la aparente sustancia de la materia no es lo que parece ser. En realidad, en el sentido más básico, la materia no tiene sustancia real porque la sustancia real es Espíritu. La materia no es ni más ni menos que una falsa creencia acerca de la creación perfecta de Dios.

En un párrafo en Escritos Misceláneos, la Sra. Eddy indica cómo Jesús pudo demostrar el dominio dado por Dios sobre la llamada sustancia de la materia: “Aprendemos algo de las cualidades de la Mente divina por medio del Jesús humano. El poder de su trascendente bondad se manifiesta en el dominio que ésta le confirió sobre las cualidades opuestas del Espíritu, que los mortales llaman materia”.Esc. Mis., pág. 199.

Las “cualidades opuestas del Espíritu” son la materia. Jesús las venció mediante el “poder de su trascendente bondad” otorgado por Dios. Si la materia estaba sujeta a la trascendente bondad de Jesús (y sabemos que lo estaba, en razón de su habilidad para sanar a la gente y para resucitar él mismo, y resucitar a otros de entre los muertos), entonces, nosotros también podemos empezar a demostrar nuestro dominio sobre la materia mediante la bondad propia del Cristo que estamos aprendiendo a amar y a expresar.

Esta bondad propia del Cristo está basada sobre un nivel más fundamental de amor hacia Dios que los limitados grados de bondad humana. Muchas personas aman profundamente las cualidades de bondad y verdad, no obstante, no son sanadas mediante la oración, porque no comprenden que amar a Dios significa reconocer a Dios como Espíritu, ver al Espíritu como la única realidad.

La enfermedad se basa en la creencia de que la materia es sólida realidad: que el hombre vive en la carne y debido a ella, y que el deterioro y la muerte son inevitables. Esta creencia es lo opuesto de amar a Dios porque quebranta el primer mandamiento. Reconoce una sustancia, poder o realidad supuestos y separados de Dios.

Cualquier esfuerzo por ser cristianos y, no obstante, mantener en el pensamiento la creencia de que la materia es realidad y que el hombre es mortal — incluso un mortal bueno — tiende a negar la curación científica, porque no nos estamos adhiriendo a la base sobre la cual se efectúa la curación, es decir, la perfección del hombre por siempre establecida como la inmortal expresión espiritual de Dios. Si hemos de experimentar uniforme curación espiritual, nuestra práctica del cristianismo debe ser científica, como fue la práctica de Jesús. Esto significa que tenemos que basar nuestra manera de pensar firmemente sobre la Ciencia del Cristo, la Verdad. Tiene que estar anclada en la verdad de que Dios, o Vida, es Espíritu, y que nuestra individualidad verdadera es totalmente espiritual. Esta verdad de la totalidad del Espíritu, la cual explica y desenmascara la nada de la materia, es lo que la Ciencia Cristiana revela.

Amar a Dios significa aumentar nuestra comprensión de que la sustancia de la Vida es el Espíritu mismo, manifestado en los elementos perfectos de verdadera bondad espiritual que el hombre verdadero expresa. Ésta es la manera científica de lograr la curación. Descubrimos que nuestra verdadera identidad es ahora, y siempre ha sido, la pura y perfecta expresión de la Vida que es Dios, Espíritu. Y a medida que nuestra manera de pensar y proceder se armoniza con los verdaderos hechos espirituales del ser, la ley del Amor destruye el temor y el dolor, y asegura la curación.

Esos pasos para aprender a amar a Dios no son complicados. Podemos todos nosotros esforzarnos por vivir una vida del más elevado cristianismo. Y todos podemos reconocer humildemente que Dios es la única presencia, el único poder y la única Vida. Entonces podremos dar testimonio convincente de que la oración científica ciertamente sana. Como la Sra. Eddy escribe: “Los métodos del cristianismo no han cambiado. La mansedumbre, la abnegación y el amor son las sendas de Su testimonio y los pasos de Su rebaño”.Rudimentos de la Ciencia Divina, pág. 17.

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